Under My Wings

30-. Tortura psicológica

Una vez salimos de aquel cuarto, le devolvimos las llaves al chico de antes y Larissa me condujo de nuevo ante las tres enormes puertas, solo que en esta ocasión cruzamos la tercera. Al entrar, noté que nos encontrábamos en un corto y estrecho pasillo totalmente hecho de piedra. Este tenía varias puertas a los costados, y encima de ellas, había dos pequeñas bombillas. Una de color rojo y la otra de color verde.

La chica se detuvo ante una de ellas, y al ver que estaba encendida la verde, giró el pomo y entramos a la gigantesca habitación. El techo se encontraba al menos tres metros y medio de altura y la distancia entre las paredes era aproximadamente de doscientos metros. Además, todo el lugar estaba completamente acolchado, como si se tratara de un manicomio.

—¿Qué sitio es este? —pregunté, recorriendo las paredes con la mirada.

—Aquí es donde entrenaremos tus poderes mentales.

—Bien, y ya que tocas el tema, tengo una pregunta —me rasqué la nuca—. ¿Qué tipo de poderes son estos?

—Para resumir, son dos estilos: la telepatía y la telequinesis. Al menos esos son los que domina nuestra especie —aclaró—. ¿Algo más?

—No, por ahora todo está claro.

—Perfecto, ¿listo para comenzar?

Asentí como respuesta.

—Primero que nada, quiero ver cómo están tus defensas —indicó—. Allá voy.

Segundos después, Larissa se evaporó ante mis ojos y la habitación comenzó a inundarse con una velocidad preocupante. De inmediato, corrí hacia la salida, y al girar el pomo, vi que estaba totalmente encerrado.

—¡Larissa! —la llamé desesperado.

El agua ya alcanzaba mi pecho y amenazaba con subir cada vez más.

—Maldita sea —gruñí, golpeando la puerta. Ahora el agua me llegaba a la nariz. En un abrir y cerrar de ojos, todo el lugar estaba completamente inundado. El oxígeno salía poco a poco de mis pulmones y sentía cómo mi cuerpo empezaba a desfallecer.

De repente, el agua desapareció, y al levantar la mirada, observé a Larissa sentada sobre mi pecho con una expresión de victoria en su rostro. Clavó sus ojos verdes en mí y se echó a reír.

—¿Qué te causa tanta gracia? —gruñí.

—Caíste en mi ilusión —contestó con una sonrisa—. Pero no te preocupes, te enseñaré a contrarrestarlo.

—¿Cómo se supone que haga eso?

—Es más sencillo de lo que crees. Solo imagina un gran y sólido muro.

—Debe ser un chiste...

—Hazlo, no pierdes nada.

A regañadientes, cerré los ojos e hice lo que me dijo.

—Muy bien, ¿ahora qué?

—Perfecto, veamos si detiene mi ataque —dijo—. Hagas lo que hagas, no dejes que caiga.

De improviso, sentí que golpeaban el muro con muchísima fuerza, pero no permití que esto lo derrumbara y seguí visualizándolo entero.

«Superaste el primer ataque», susurró la voz de Larissa. «Subiré la dificultad».

Un fuerte temblor comenzó a sacudir los cimientos del muro y este se derrumbó parcialmente; a lo que me vi obligado a concentrarme y tratar de seguir ofreciendo resistencia.

«Casi acabo con tus barreras», soltó la chica con algo de orgullo en su voz. «Ahora sí que voy en serio».

La mitad cayó sin previo aviso, y entonces, la parte restante comenzó a temblar.

«Vamos, Chris», dije para mis adentros. «Tú puedes».

Sentí otra fuerte sacudida. Mis defensas estaban a punto de caer, por lo que aumenté al máximo mi concentración. Aun así, Larissa logró invadir mi mente.

Lo siguiente que supe fue que me encontraba atado a un gran poste de metal, y que bajo mis pies había una pila varias ramas secas. De inmediato, entendí lo que pasaría. Forcejeé inútilmente, al mismo tiempo que Larissa —que ahora vestía una túnica negra y llevaba su larga cabellera recogida en una trenza—, se acercaba lentamente hacia mí con una antorcha encendida en su mano.

«Ya sabes lo que sigue», su voz retumbó en mi cabeza.

«Soy ignífugo», respondí sonriente. «No puedes dañarme con mi propio elemento».




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