Under My Wings

34-. Annabeth

—Espera un segundo —señalé a la chica con el dedo—, ¿acabas de decir que ella es mi hermana?

—Así es —afirmó nuestro padre.

—¿Cuándo pensabas decirnóslo? —soltó Annabeth.

—Estaba esperando el momento para...

—¿Cuál momento? —lo interrumpió, cruzando los brazos—. ¿En tu lecho de muerte?

—Chicos, tranquilícense, lo importante es que ya se conocen y están juntos —dijo papá en tono conciliador—. Ahora pueden aprovechar para conocerse mejor.

—Supongo que tiene razón —admitió ella, girándose hacia mí—. ¿Quieres salir un rato? Así podré presentarte mis amigas y mi novio.

No tenía ánimos de nada, mucho menos de salir con desconocidos; pero necesitaba dejar de pensar en Eve por un rato, por lo que me limité a aceptar la propuesta asintiendo. Acto seguido, salimos del despacho, y optamos por esperarlos sentados en el sofá de la sala.

—Así que eres mi hermano perdido... —dijo Annabeth, rompiendo el silencio—. Cuéntame más de ti.

—No hay mucho que contar —negué con la cabeza.

—Claro que sí, apenas sé tu nombre —sonrió—. ¿Qué haces en tus tiempos libres?

—Lo típico: leer, escuchar música, entrenar, tocar guitarra, ya sabes... —respondí sin demasiado ánimo—. ¿A ti qué te gusta hacer?

—Salir de compras con mis amigas, estar con mi novio y dibujar.

Un silencio incómodo invadió el lugar e intercambiamos miradas rápidas, sin tener la menor idea de qué decir. No solo éramos diferentes en el físico, sino también en mentalidad.

—Y bien —la chica volvió a romper el silencio—. ¿Cuántos años tienes?

—Dieciocho, ¿y tú?

—Vaya, creí que eras mucho mayor —se rascó la nuca—. Dieciséis.

—Interesante... —murmuré. Solo era dos años mayor que ella, lo que quería decir que las infidelidades de mi padre habían iniciado mucho antes de lo que pensaba.

—Oye, sé que empezamos mal, así que, ¿por qué no olvidamos lo de hace rato y hacemos como si nunca hubiese sucedido?

—Me parece bien —asentí.

—En ese caso, me llamo Annabeth Taylor —extendió su mano derecha hacia mí—. Un placer conocerte.

—Chris, Chris Taylor —la estreché—. El gusto es mío.

Nos echamos a reír, sintiendo cómo la presión entre los dos se aligeraba; y en eso, llegó el guardaespaldas calvo.

—Señorita Taylor, sus amigos han llegado, ¿los hago pasar?

—No es necesario, iremos en su auto —indicó—. Gracias, Tyron.

—A su orden —se inclinó ligeramente y salió de la estancia.

—Vamos, te prometo que será divertido —la chica me tomó por la muñeca y caminamos hacia la parte exterior de la mansión.

Recorrimos el corto trecho hasta la salida y allí nos topamos con el otro guardaespaldas que, al vernos, levantó su radio, murmuró una serie de números y abrió la reja para que pudiéramos salir.

Una vez en el exterior, noté que una limusina negra con vidrios polarizados nos esperaba estacionada en la calle del frente. Observé a Annabeth dubitativo y ella se limitó a esbozar una sonrisa.

—Venga, no seas tímido —me agarró del brazo—. ¿Qué es lo peor que puede pasar?

A juzgar por su tono, no iba a aceptar que me quedara en casa, por lo que decidí seguirle el juego y caminamos hacia el vehículo. La puerta del auto se abrió lentamente, mi hermana entró, y a continuación, me hizo ir junto a ella.

Inmediatamente, pude darme cuenta de que, a pesar de su apariencia exterior, la limusina era bastante espaciosa por dentro. Tenía largos asientos de cuero negro a los costados y una pequeña televisión en la parte trasera. A su vez, un grueso cristal polarizado separaba al chófer de los pasajeros, y este tenía un radio para comunicar los dos extremos.

Me senté en el primer puesto libre que conseguí, y rápidamente detallé a sus cuatro ocupantes. El primero era un chico de mi edad, con una larga cabellera castaña peinada hacia atrás con gomina, rasgos perfilados y vestía una camiseta totalmente roja, pantalones blancos ajustados y zapatos azules sin calcetines.




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