Under My Wings

39-. El sótano

Eve:

Con el corazón latiendo a máxima velocidad, contemplé cómo la silueta alada de Chris surcaba los cielos, a la vez que mi intuición no paraba de repetir lo que ya sabía. Volvería a buscarme, y por esa razón, debía irme de allí lo antes posible...

—¡Eve, responde! ¿Qué ocurre? —Luke sacudió mis hombros con preocupación.

—Debo irme, te veo en casa —contesté, haciéndole señas a un taxi para que se detuviera.

—¿A qué te refieres? ¿Pasa algo?

—Creo que alguien me está siguiendo.

—Espera, llamaré a la policía —me tomó por el brazo mientras que sacaba su teléfono.

—No creo que funcione —negué con la cabeza—. Nos vemos en casa.

El taxi se detuvo frente a nosotros, a lo que abrí la puerta trasera y subí con rapidez. Le di mi dirección al conductor, y este comenzó a conducir con una molesta lentitud, por lo que me coloqué los audífonos, cerré los ojos y traté de concentrarme en la música; aunque el miedo a que Chris apareciera se incrementaba cada segundo.

—Señorita, ¿se encuentra bien? —preguntó el taxista, mirándome a través del retrovisor.

—Por supuesto que lo estoy —respondí, bajando la mirada.

—¿Segura? La noto muy asustada.

—No es nada —me crucé de brazos—. Por favor, siga conduciendo, necesito llegar temprano.

El hombre volvió a concentrarse en el tráfico, y yo por mi parte, traté de perderme en la música. Sin embargo, los nervios no me dejaban en paz, y en un intento desesperado por guardar la calma, me asomé por la ventana. Por suerte, el cielo estaba completamente despejado.

Tal vez Chris hubiera desistido, pero conociéndolo, sabía que eso no era muy probable.

Entonces, vinieron a mí los recuerdos de aquel día en la secundaria, cuando me citó en la cancha. Jamás lo había visto así, incluso podría jurar que ese chico no era él. Aquellas extrañas marcas en todo su cuerpo, el fuego que lo envolvía, su peculiar esencia, y esos intensos ojos rojos... Todo en él lucía distinto.

¿Qué podría haber causado esa reacción? ¿Celos? ¿Obsesión? ¿Ira? ¿Todo junto? Era difícil saberlo.

—Hemos llegado —me informó el conductor—. Serán diez dólares.

—Aquí los tiene —saqué un billete de mi bolso, se lo entregué y bajé del auto.

Busqué el llavero en mi cartera, y con suma rapidez, caminé hacia la puerta de mi casa. Le eché un vistazo a mis alrededores, y después de asegurarme de que nadie me estuviera siguiendo; entré y cerré la puerta con seguro. Acto seguido, inspeccioné el lugar con sumo cuidado, y para mi tranquilidad, confirmé que estaba sola.

Ya un poco más calmada, subí las escaleras para ir a mi habitación, y una vez allí, me dejé caer sobre la cama. A pesar de que sabía que Chris podía localizarme, me sentía mucho más segura en casa. Conocía bien cada rincón y sería más difícil que me tomara por sorpresa.

«No será necesario, todo irá bien», me dije a mí misma.

Minutos después, un profundo sueño se apoderó por completo de mi cuerpo, y antes de siquiera darme cuenta, me quedé dormida.
 

El sonido de varios golpes hizo que despertara de súbito y saltara de la cama. Con la respiración entrecortada, escruté la habitación y comprobé que seguía estando sola. Suspiré aliviada y le eché un vistazo al reloj de mi teléfono solo para notar que no había dormido por más de media hora.

—Deben haber sido ideas mías —murmuré antes de volver a acostarme a dormir, pero entonces volví a escuchar aquel ruido.

Esta vez, completamente segura de que no había sido un sueño, me levanté de la cama y materialicé una enorme estalactita en la palma de mi mano. Lentamente, abrí la puerta del cuarto y caminé en cuclillas por el estrecho pasillo que conducía a las escaleras.

No obstante, antes de seguir avanzando, me asomé en el cuarto de mi tío, y así, supe que estaba por mi cuenta. Pasará lo que pasara, no habría nadie para ayudarme.

Respiré hondo, observé el pasillo de nuevo, e hice acopio de valor para seguir avanzando. Volví a escuchar aquellos golpes desesperados, y esta vez pude distinguir que venían desde el piso de abajo. Llegué a las escaleras, y con un escalofrío recorriendo todo mi cuerpo, descendí.




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