Under My Wings

52-. El callejón

Logré escabullirme entre la multitud de uniformados, y antes de que lo notaran, corrí hacia el callejón que tenía a mis espaldas con la esperanza de encontrar a Eve y Al. No obstante, al entrar, solo pude divisar varios cuerpos tirados por el suelo.

Me acerqué hacia uno de ellos, y al verlo de cerca, me llevé una desagradable sorpresa... Era Albert. Yacía boca abajo con toda la ropa cubierta de sangre, los cristales de sus anteojos destrozados y una herida de bala en el omóplato derecho. Y al tomarle el pulso del cuello, confirmé lo que más temía. Estaba muerto.

Apreté los puños y varias lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas. Todo esto era mi culpa. Si no lo hubiera metido en este problema, seguiría vivo...

Como mejor pude, reprimí el llanto, a sabiendas de que, si cedía ante mis emociones, probablemente me matarían antes de darme cuenta. Y al levantar la mirada, observé otra cosa preocupante. Eve yacía tendida sobre el pavimento, justo como lo había visto meses atrás, al entrar en su mente. Tan rápido como pude, corrí hacia ella y me agaché a su lado. Por suerte, seguía con vida, solo que inconsciente.

Entonces, una enorme estalactita salió disparada hacia el pecho de la chica, y antes de que pudiera hacer algo, mi otro yo logró desviarla con un golpe.

—¿Qué demonios? —mascullé.

—No puedo permitir que muera —dijo él con una sonrisa socarrona—. Aún la necesito con vida.

—¿A qué te...? —dejé la frase incompleta al observar cómo una silueta masculina lanzaba otra estalactita en mi dirección.

Rodé en el suelo para evadirlo y Chris arrojó varias llamaradas contra él; a lo que el tipo no tuvo más alternativa que materializar unas enormes alas blancas y cubrirse con ellas para detener el ataque. Aprovechando la situación, escondí el cuerpo de Eve detrás de varias cajas, y para apartar la atención de aquel escondite, volé hacia mi atacante. Este me vio venir, y antes de que pudiera acercarme, me conectó un puñetazo en el abdomen.

Gruñí de dolor y tuve que luchar conmigo mismo para no caer al pavimento. Vi cómo Chris le daba una patada giratoria al Eismis, haciéndolo trastabillar; y aproveché la oportunidad para volar hacia él y estamparle un puñetazo en las costillas. El sujeto cayó al suelo entre quejidos de dolor, y antes de que pudiera intentar algo, lo acorralamos contra una pared.

En ese momento, escuché varios pasos provenientes de la entrada del callejón, y al girarme, divisé a un enorme grupo de Eismis desplegándose por todo el lugar. Chris y yo intercambiamos miradas breves, e inmediatamente supimos que las cosas se acababan de complicar.

—Chris Taylor, tenemos una orden de captura contra ti —dijo uno de ellos, sosteniendo una foto de mi cara. No obstante, al observar bien la escena, se quedó frío—. Un momento, ¿cuál de los dos es Taylor?

—Adivina —sonreí, a la vez que una enorme flama de color rojo comenzaba a subir por mi brazo.

—¡Eso no importa! ¡Encárguense de ambos! —ordenó nuestro rival y los uniformados no tuvieron de otra que obedecer.

Sin embargo, otro grupo de sujetos apareció en la entrada del callejón, y al ver sus chalecos negros, inmediatamente supe que eran Igmis.

—¡Ni se les ocurra dar un paso más! —gritó un Eismis—. Tenemos autorización para disparar.

—Qué casualidad, nosotros también —respondió un Igmis de forma sarcástica—. Taylor y Valentine son nuestros, así que, si no se retiran en este momento, tendremos que hacer uso de la fuerza.

—Tan sólo inténtalo, te llevarás una... —antes de pudiera continuar, un Igmis arrojó una bola de fuego contra su cabeza. Este no tuvo de otra que esquivarla, y en ese instante, comenzó un enfrentamiento entre ambos bandos.

Chris se abalanzó sobre un grupo de Eismis e intentó molerlos a golpes, mientras que, por mi parte, ataqué a un par de Igmis por la retaguardia; y aprovechando el factor sorpresa, pude derribarlos con relativa facilidad.

De improviso, una gran columna de fuego se formó en el centro del callejón, aunque antes de que pudiera llegar a algún lado, alguien la cubrió de hielo, creando así un espeso vapor que dificultaba la visión.

En ese instante, sentí cómo alguien agarraba el cuello de mi camisa y me obligaba a girar. Se trataba una vez más de aquel estúpido Eismis del principio.

—Es hora de terminar lo que empezamos —afirmó con una sonrisa socarrona en su rostro.

—¡Suerte con eso! —gruñó mi otro yo, rompiéndole el cuello con un solo movimiento.




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