Under My Wings

2-. ¡Feliz cumpleaños!

A medida que me acercaba a Eve, coloqué una mano sobre su mejilla, y observé cómo su piel se sonrojaba al contacto. Lentamente, entrecerramos los ojos, y los latidos de mi corazón se aceleraron.

—¿Qué demonios haces en la calle a estas horas? —interrumpió alguien, haciendo que nos separáramos de golpe. Al verlo mejor, noté que se trata de un hombre alto, de complexión atlética y facciones rústicas que, al parecer, era su padre—. ¿Y quién se supone que es este idiota con el que estás?

—Papá, yo... —masculló Eve, retrocediendo varios pasos.

—Mis disculpas, señor, se nos fue el tiempo hablando —intenté arreglar el problema—. No era mi intención causarle ninguna molestia.

—¿A ti quién te preguntó? Mejor lárgate antes que llame a la policía.

Al escuchar esas palabras, supe que acababa de causar un gran e innecesario problema. Cabizbajo, caminé hasta el borde de la calzada, y antes de irme, me giré para echar un último vistazo. Al hacerlo, vi cómo el padre de Eve la agarraba con fuerza del cabello, y acto seguido, la arrastraba hacia el interior de su vivienda. 

Quería hacer algo, cualquier cosa para ayudarla, pero estaba consciente de que eso solo empeoraría las cosas; así que, con las manos en los bolsillos, emprendí el camino de vuelta a casa. Después de todo, mi último efectivo se había acabado al pagar aquel taxi. 

Una vez que llegué a mi destino, introduje cuidadosamente mi llave en la cerradura, entré, y de manera silenciosa, cerré la puerta a mis espaldas. Sin embargo, esto no sirvió de nada, puesto que cuando entré a la sala, mamá se encontraba esperándome en el sofá con los brazos cruzados, y a juzgar por la expresión seria en su rostro, estaba en problemas.

—Demonios, me asustaste —bromeé, llevándome una mano al pecho.

—¿Dónde andabas? —me cortó en seco.

—Mamá, no quiero hablar de eso ahora.

—Hoy me llamó el director, dijo que te enviaron a detención por agredir a un tal James —me miró a los ojos e hizo una breve pausa—. Creí que evitarías los problemas innecesarios.

Otra vez la misma discusión. En realidad, no importa cuántas veces le cuente la historia, siempre creerá que yo empecé el pleito, por lo que preferí ahorrarme todo ese drama, y antes de que alguno explote, me dirigí a mi habitación en absoluto silencio.

—¡Chris Taylor, te estoy hablando! ¡Ven acá! —gritó a todo pulmón, mientras que subía las escaleras.

La ignoré por completo, y para evitar que continuara la escena en mi cuarto, le pasé el pestillo a la puerta. Inmediatamente, me coloqué los audífonos, cerré los ojos y entré en mi mundo.

 

 

La alarma retumbó en mis oídos, despertándome de golpe, y a los pocos segundos, recordé lo que había ocurrido ayer. Tan solo esperaba que Eve no hubiese tenido demasiados problemas con su padre.

Con desgano, me levanté de la cama y caminé lentamente hacia el baño. Una vez allí, me cepillé los dientes y tomé una corta ducha de agua fría. Al terminar, fui de vuelta a mi cuarto y busqué algo para vestirme. Finalmente, me decidí por unos pantalones negros, zapatos deportivos blancos, una camiseta de color azul oscuro, y como de costumbre, mi chaqueta de cuero.

Bajé las escaleras deseando no encontrarme con mi madre, y afortunadamente, aquel deseo se cumplió al ver que la cocina estaba vacía; por lo que aproveché esto y me preparé algo para comer mientras esperaba el bus. 

Apenas subí al transporte, sentí cómo todos los presentes posaban sus miradas sobre mí. O la historia de mi pelea había rodado, o aún no estaban acostumbrados a mi presencia. Fuera como fuera, decidí no seguirles prestando atención, y con cierta incomodidad, busqué un asiento al fondo, tan cerca de la puerta como me era posible.

Luego de unos minutos de camino, llegamos a la secundaria, salí del bus con rapidez, y cuando iba hacia mi respectivo salón de clases, volví a sentir un montón de miradas posándose sobre mí. Resoplé resignado, y supe que esto iba para largo.

El resto de la mañana fue bastante extraño. Todos me miraban fijamente, como si el hecho de golpear a un patán fuera la gran cosa, e incluso escuché a algunos murmurando mi nombre a lo largo del lugar.

 

En fin, ya era la hora de detención, y aunque odiaba admitirlo, quería ver a Eve para saber si estaba bien. Entré al salón sin demora, y luego de echar un vistazo rápido, la observé sentada al fondo. Avancé en su dirección, dejé mi bolso en el suelo y tomé asiento junto a ella. 

—Disculpa lo de ayer —le susurré apenado.

—No pasa nada, mi padre siempre es así —respondió con una sonrisa agridulce en su rostro.

—Yo...

—Shhh —siseó el profesor, llevándose el índice a los labios.

Durante todo el rato, no pude dejar de darle vueltas al asunto. Me sentía culpable por todo lo ocurrido, y aunque no solía preocuparme por nadie, esta vez sentía que era mi responsabilidad protegerla.




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