Under My Wings

3-. Aprendiendo a Volar

Estaba completamente atónito por aquella visión, ¿qué demonios estaba ocurriendo? ¿Acaso me había vuelto loco? Quizá era un sueño y cuando despertara volvería a estar acostado en mi cama, a pocos minutos de que sonara la alarma. Después de todo, las personas normales no tienen alas ni sueltan fuego por las manos.

«Calma, Taylor, esto debe tener una explicación racional», repetí para mis adentros. «Solo necesitas calmarte y las cosas volverán a la normalidad.»

Respiré hondo, cerré los ojos, y tras unos breves instantes, conseguí relajarme. Cuando volví mirar mi reflejo, las alas ya habían desaparecido.

Salí de allí antes que Eve volviera, cerrando la puerta a mis espaldas y me subí al auto para conducir de vuelta a casa. Ya era hora de volver a la normalidad. 

Estacioné en el garaje, y al entrar a la sala, me llevé una desagradable sorpresa: mis padres estaban discutiendo acaloradamente. Él miró a mi madre con desprecio, y alzó la mano para abofetearla; sin embargo, me interpuse antes de que pudiera hacerlo.

—¿Qué crees que haces, niñato malcriado? A ti nadie te llamó —intentó darme una bofetada, pero logré atrapar su mano a medio trayecto.

—¿Te crees muy hombre por golpear a una mujer indefensa? —gruñí.

—¡Suéltame ahora mismo si no quieres que te dé otra paliza!

—¿Una paliza? ¿Te refieres a esto?

Apenas terminé la frase, le retorcí el brazo. Mi padre cayó violentamente contra el suelo, y sin darle tiempo para reaccionar, le conecté un cabezazo en la cara. Al ver que ya tenía la nariz rota, me agaché junto a él, tomé su mano y di un fuerte tirón hacia mí; esta crujió bruscamente, y con la adrenalina corriendo por mi cuerpo, me acerqué a su oreja.

—Iré a dar una vuelta para calmarme, no voy a tardar mucho —susurré, hirviendo de furia—. Vete antes de que regrese, o me encargaré de terminar el trabajo.

—¡Chris, por favor, detente! —suplicó mamá.

—Ah, casi lo olvido—la señalé con el índice—. Si te atreves a ponerle un dedo encima, te mato.

Crucé la salida dando un portazo y me dirigí a mi lugar favorito: el bosque. Cada vez que quería estar solo, iba hasta allá y me olvidaba del mundo.

Es un sitio bastante extenso, tanto así que rodea casi todo Edmonton. En su mayoría, los árboles son pinos de tamaño considerable, y además de esto, en el centro hay una gigantesca laguna. En pocas palabras, el sitio perfecto para mí.

Entré al bosque intentando calmarme, aunque no podía dejar de darle vueltas al asunto. De repente, se formó un extraño fuego en mi estómago, y este subió a mi pecho rápidamente. Una vez más era esa adictiva, pero a la vez dañina sensación: La ira.

Avancé hacia la laguna, y como de costumbre, me senté cerca de ella para contemplar el paisaje y relajarme. Tampoco funcionó. Me levanté de golpe, y frustrado, empecé a observar mi reflejo en el agua con la esperanza de distraerme.

A primera vista, noté algo bastante particular en él, y era que, a pesar de la oscuridad, podían verse mis ojos reflejados sobre la laguna. Estos habían adoptado un brillante color amarillo, y no conforme con esto, volví a ver en mi espalda lo que parecían ser alas de murciélago.

Nuevamente, intenté cerrar los ojos y relajarme, pero al abrirlos, seguían allí. Con incredulidad, giré el cuello y lo confirmé: a través de mi camiseta se asomaba un enorme par de alas. Estas tenían una especie de exoesqueleto negro, del cual salían tres protuberancias parecidas a columnas o dedos muy largos y delgados, mientras que la piel de adentro era de color rojo intenso, y a simple vista, parecía ser frágil.

Intenté moverlas, y vi que era muy sencillo, de hecho, funcionaban como brazos adicionales. Las cerré a mi alrededor y comencé a estudiar su composición maravillado. Definitivamente no entendía lo que estaba pasando, aunque al ver todo esto, se me ocurrió una idea: ¿Por qué no ponía las alas a prueba e intentaba volar? Era arriesgado, pero al menos no moriría con la curiosidad de saber si eran reales o no.

Retrocedí varios pasos, respiré hondo y corrí tan rápido como pude. Cuando conseguí una velocidad decente, di un gran salto y batí mis alas. ¡Estaba volando! Pude elevarme unos cuantos metros, aunque por desgracia, volar no solo se trata de ganar altura, también requiere mucho control. No logré esquivar las ramas de un árbol, y segundos después, caí contra el suelo. 

—Nada mal para ser mi primer intento —murmuré, sacudiéndome el polvo de la ropa.
 

Pasé horas probando distintas técnicas y cada una daba distintos resultados; aun así, no pensaba irme hasta encontrar una que se adaptara a mí.

Una vez más, repetí el ciclo: impulso, correr, y luego saltar. Alcancé una gran altura y comencé a sentir cómo la adrenalina fluía por mi cuerpo, a la vez que observaba el bosque desde esta privilegiada posición.




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