Under My Wings

4-. ¿El auto o la dignidad?

Observé cómo el ovoide salía disparado de mi mano a tal velocidad, que apenas se podía seguir con la mirada; cruzó la meta y siguió de largo hasta perderse en el horizonte. Tras unos segundos en completo silencio, el público empezó a corear mi nombre, mientras que James me miraba estupefacto.

La verdad es que no podía culparlo, ni siquiera yo me lo esperaba.

En ese momento, se me acercó el entrenador de fútbol americano. Era un hombre de baja estatura, un poco rechoncho, y con el cabello de color rubio ceniza. Tenía un semblante bastante serio, facciones rústicas, y vestía con su respectivo uniforme vinotinto.

—Hijo, ese lanzamiento fue espectacular —dijo sin rodeos.

—Gracias, supongo...

—¿Has pensado en unirte al equipo? 

—La verdad es que no, no estoy interesado.

—¿Ni siquiera en empezar como capitán?

—Un momento —reclamó James—, ¿qué está diciendo? ¡Yo soy el capitán! ¡No puede destituirme de mi puesto!

—Sí, sí puedo, y lo estoy haciendo —espetó el entrenador—. Este chico te acaba de vencer frente a todos, y eso hace que me cuestione seriamente si deberías ser quien represente al equipo. Ahora dinos, Taylor, ¿quieres unirte y empezar como capitán ahora mismo?

Unirme significaba tener créditos extra en todas las asignaturas, por lo tanto, no tendría que preocuparme mucho por mis calificaciones; además, disfrutaría muchísimo el sufrimiento de James al verme utilizar su uniforme. Tomando eso en cuenta, tomé una decisión.

—¿Sabes algo, James? Sé que haré un mejor trabajo que tú como capitán —sonreí al ver la expresión de su cara—. Pero me das lástima, mejor quédate con tu título. Lo necesitas más que yo.

—¿Estás seguro? —insistió el entrenador.

—Totalmente.

—Muy bien, parece que sigues al mando —indicó el hombre, dirigiéndose a James—, pero ahora tendrás que entrenar el doble para que esto no vuelva a ocurrir, ¿entendido?

—Gracias, Taylor, muchas gracias por...

—No te preocupes por eso —lo interrumpí—. Mejor dedícate a buscar un vestido para mañana.

Al escuchar esto, la expresión de su rostro se volvió un poema. Quizás había salvado su puesto en el equipo, pero no iba a salvarlo de vestirse como una princesa. Imaginé la escena por unos segundos, y reprimiendo las ganas de reír, caminé hacia afuera de la cancha.

Instantes después, vi cómo un grupo de cinco chicos me rodeaba y aplaudía con entusiasmo.

—¡Lo hiciste! Finalmente alguien le da una lección a ese cretino —me felicitó uno de ellos.

—No fue nada —me encogí de hombros y seguí caminando.

—¡Espera! ¿Podemos ir contigo? Así no nos seguirán molestando.

—No soy guardaespaldas de nadie —espeté—. Pero puedo darles un consejo muy útil: si alguien viene a molestarlos, no duden en romperle la cara.

Los chicos me miraron extrañados, y sin hacerles mucho caso, continué mi camino. Unos metros más adelante, me detuve al ver que Albert venía en mi dirección, sonriente como de costumbre.

—¡Eso fue increíble! —exclamó—. Creí que ibas a perder, ¡pero lo lograste!

—Gracias por tu fe —suspiré.

—No hay de qué —al parecer no entendía el sarcasmo, pero comenzaba a agradarme.

Seguimos caminando y charlando por un rato, hasta que, con el rabillo del ojo, distinguí una silueta familiar; y en seguida, mi mirada se posó sobre Eve. Hoy vestía con una chaqueta de cuero blanca y pantalones que, al igual que sus zapatos Converse, eran completamente negros. En resumen, lucía muy hermosa.

—Nos vemos luego, Al —me despedí con un apretón de manos.

—¿Para dónde vas?

—Iré a ver a alguien.

—¿Ah sí? ¿A quién conquistarás hoy? —sonrió con complicidad.

—¿Ves a esa chica? —la señalé con mi dedo índice.

—Desde aquí no puedo distinguirla —entrecerró los ojos—. ¿Hablas de eso que se mueve como a medio kilómetro de distancia?

—No exageres, yo la puedo ver perfectamente.

—Olvídalo, solo ve por ella —replicó, dándome una palmada en la espalda.

Sin perder tiempo, me armé de valor y fui hacia ella. No obstante, estaba mucho más lejos de lo que pensaba y tuve que caminar una distancia considerable para alcanzarla.

—Hey, ¿qué tal? —saludé, con tanta naturalidad como pude.

—Estoy bien, ¿qué hay de ti? Supe que pusiste a James en su sitio.

—Vaya que los chismes vuelan.

—¿Chismes? No fue necesario, estaba en las gradas cuando todo ocurrió —se acomodó el cabello detrás de la oreja—. Aún estoy impresionada, ¿cómo hiciste ese lanzamiento?




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