Under the lights of London

Capítulo 2: Café en Notting Hill

La mañana siguiente llegó con un cielo gris claro y la sensación fresca de la lluvia recién caída. Las calles de Notting Hill olían a pan recién horneado y café, un aroma que invitaba a caminar despacio, perdiéndose entre los colores de las fachadas y los escaparates antiguos.

Oliver y Enola coincidieron nuevamente, esta vez frente a un pequeño café de esquina, cuyas ventanas grandes mostraban tazas humeantes y libros apilados sobre mesas de madera.

—Parece que Londres quiere que volvamos a encontrarnos —dijo Enola con una sonrisa, ajustando su bufanda.

—O quizás solo somos nosotros quienes buscamos coincidir —respondió Oliver, ofreciendo su brazo para caminar juntos.

Entraron y pidieron chocolate caliente y café con leche, sentándose junto a la ventana que daba a la calle empedrada. Desde allí podían observar a la gente pasar bajo paraguas de colores, mientras las luces de los faroles todavía reflejaban pequeñas gotas de lluvia sobre el pavimento.

—Me gusta este lugar —dijo Enola, hojeando su diario—. Tiene algo de antiguo, algo que invita a quedarse.

—Es perfecto para fotografiar —replicó Oliver, sacando su cámara—. Y creo que también para conocernos un poco mejor.

Hablaron de sus sueños, de la música que escuchaban, de los libros que habían leído y de los lugares que soñaban visitar. Cada palabra parecía tejer un lazo invisible entre ellos, un puente de silencios compartidos y risas tímidas.

—¿Sabes? —dijo Enola, bajando la voz—. Me siento como si Londres misma nos hubiera empujado a encontrarnos.

—Sí —respondió Oliver, mirando su reflejo en la ventana—. Y creo que, aunque sea solo por un instante, quiero recordar esto para siempre.

El tiempo pasó sin que se dieran cuenta. Afuera, la ciudad continuaba su ritmo, pero dentro del pequeño café, solo existían ellos, las luces cálidas, y la sensación de que algo hermoso estaba comenzando.

Al salir del café, caminando por la calle, Oliver se dio cuenta de que cada paso junto a Enola hacía que la ciudad se sintiera más brillante, más viva, incluso bajo el cielo nublado. Y aunque ninguno de los dos lo sabía aún, aquel encuentro sería uno de los recuerdos más dulces que Londres les regalaría.




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