Después del café, Enola regresó a su apartamento en Notting Hill, mientras Oliver caminaba hacia la estación de metro. Ambos sentían que sus encuentros eran fugaces, pero intensos.
Enola abrió su diario y comenzó a escribir sobre Oliver: su sonrisa, la forma en que miraba las luces reflejadas en los charcos, cómo su voz parecía acompañar el ritmo de la ciudad. No podía enviarle las cartas que escribía; no sabía su dirección ni quería interrumpir la magia de los encuentros inesperados.
Oliver, por su parte, revisaba las fotografías que había tomado. Cada imagen le recordaba un instante compartido: una risa, una mirada, un gesto tímido. Quería conservarlos todos, como un tesoro secreto.
Esa noche, Londres parecía más silenciosa de lo habitual. Solo el murmullo de la lluvia y los faroles acompañaban sus pensamientos. Ambos sentían que algo estaba comenzando, aunque no sabían cuánto duraría.
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los sueños se hacen reales, se revelan con cada farol, entre luces y sombras surge un gran amor
Editado: 22.10.2025