Under the Stars

Under the Stars

El joven príncipe tiró de la red, la cual pesaba mucho más de lo que anticipaba, por lo que dos de sus compañeros tuvieron que ayudarle a subirla y atar un nudo para evitar que cayera de regreso al océano.

–Buena pesca, majestad. – Alagó uno de sus hombres mientras le daba una palmada en la espalda y se retiraba a beber con los demás.

El príncipe suspiró mientras dirigía toda su atención hacia la red, la cual se sacudía bruscamente, haciendo que el barco se balanceara más de lo que debía.  Seguramente habían atrapado algo grande.

Volvió a mirar de reojo a sus hombres; ninguno de ellos le prestaba la más mínima atención, lo cual agradeció. El hecho de que todos estuvieran pendiente a cualquier cosa que hiciera, le incomodaba enormemente.

Y esta vez, sin ayuda de nadie y con mucho más esfuerzo, tiró de la red hasta ponerla en la cubierta. Tomó una de las lanzas que había cerca y la atravesó en la red, apuñalando a lo que sea que se estuviera retorciendo.  Al instante se escuchó un grito, y aunque era más parecido a un gruñido, bastó para que un escalofrío le recorriera por la espalda y cada músculo de su cuerpo se tensara.

Parecía un grito humano.

Sacó rápidamente la daga que traía consigo, y cortó la red a toda prisa, para acto seguido apartar a todos los peces que impedían ver lo que había más adentro. Al hacerlo, fue él quien tuvo que contener el grito que amenazó con salir.

Una hermosa criatura le devolvía la mirada con unos grandes ojos azules.  Un joven.  Un hermoso joven.  Sin embargo aquello no era lo que había sorprendido al príncipe, si no el hecho de que aquel joven tenía cola en vez de piernas.

Una oleada de memorias vino hacia él.  Las leyendas, las historias, las canciones...  El simple pensamiento que llegó a su mente le perturbó.

Sirenas.
Todo aquello que le habían contado de pequeño era cierto, las historias que narraban los pescadores y marineros, que el mismo pensaba que eran puras fantasías, eran verdaderas.

No supo que hacer, al menos, no en ese momento. Solo podía observar al joven que le miraba con unos ojos cargados de furia salvaje, temor y sobretodo dolor.

Solo entonces el príncipe recordó que le había herido, la lanza le había atravesado la aleta de la cola, y esta no dejaba de sangrar.

– ¡Lo siento! ¡¿Estás bien?! –  El joven no respondió, así que el príncipe se dispuso a remover la lanza evitando causarle más daño. La criatura se quejó, sin embargo siguió sin pronunciar palabra alguna, solo se quedaba observando, pendiente a todo lo que el desconocido hacía. El príncipe dejó de mirarlo directamente para evitar ponerle nervioso, y la volvió a dirigir a la herida.

Para ser sincero, no lucía nada bien, le había desgarrado un pedazo de la aleta izquierda, si lo dejaba solo en el océano, moriría a cuenta de algún predador, ya que no sería capaz de escapar en tales condiciones.

Así que, a pesar de que le gruñó mostrando sus colmillos cuando se acercó más, lo cargó en brazos y lo llevó a su camarote para evitar que los otros tripulantes no le vieran, lo cual no fue nada fácil, ya que eso solo provocó que el joven intentara zafarse estremeciéndose muerto del pavor.

Ya adentro, se aseguró de cerrar la puerta, para luego llenar la tina y dejar al joven dentro.

Él no podría curar esa herida, pero conocía a alguien que sí, por lo que salió nuevamente de su camarote, algo nervioso de dejar al joven solo. Encontró al hombre que buscaba siendo acosado por los marineros que bebían, así que se acercó, con la intención de brindarle de su ayuda.

–Vamos Max, solo una jarra. –  Escuchó decir a Bob, uno de los hombres más experimentados que les acompañaba.

–Les dije que no tolero la bebida. –  Replicó el nombrado, a juzgar por lo fastidiada que sonaba su voz, el príncipe intuyó que ya llevaban varios minutos hostigándole.

Los demás hombres que rodeaban a Max, al igual que Bob, intentaban hacer que el joven tomara de la jarra que le ofrecían.  El pobre se estaba quedando sin excusas para rechazarla así que el príncipe y su amigo de la infancia, intervino.

–Disculpen, me robaré a su víctima unos minutos. –  Dijo colocando una mano en el hombro de Max. Los hombres rieron mientras lo llevaba lejos de toda la muchedumbre que se había formado.

–Gracias, Damián, me salvaste. – Dijo Max con una sonrisa aliviada.

Max era su mejor amigo desde la infancia.  La gente de la corte se lo había obsequiado para que fuera su sirviente personal, pero él, junto con sus padres, habían descartado aquella horrible idea al instante.  Sus padres lo criaron como si fuera suyo y luego Damián lo nombró temporalmente como su consejero hasta que el mismo Max decidiera por sí mismo lo que quería hacer en su futuro, cualquier cosa que este eligiera como profesión, el príncipe estaría dispuesto a apoyarle.



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En el texto hay: principe, gay, triton

Editado: 12.09.2019

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