Underclass Hero

Prefacio

En cuanto al poder disciplinario, se ejerce haciéndose invisible; en cambio impone a aquellos a quienes somete en un principio de visibilidad obligatorio.” —M. Foucault.

 

Como todos los días, lo primero que hago cada mañana es refunfuñar y maldecir el día. Porque, en serio, ¿qué tienen de buenos los malditos días? Son todos iguales, todos corrientes.

Mismo estrés, mismas caras largas, mismas expresiones de mierda, mismos saludos... Conclusión: malditos días.

No tenía ninguna intención en levantarme, y no lo hubiese hecho de no ser porque mi mamá comenzó a golpear mi puerta.

—Hija —decía mientras golpeaba—, hija, despierta. Ve a la ducha para que podamos desayunar.

Gruñí, pero en vano, mi mamá no me dejaría seguir durmiendo.

¿Ven por qué son malditos los días?

Al menos los míos.

Me senté en la cama, pasando ambas manos por mi rostro. Suspiré cuando tuve ambas manos sobre mi sien; si empezaba el día con un jodido dolor de cabeza, significaba que sería malo. Hasta el momento, no había indicio de alguna jaqueca.

Me destapé y con el dolor de mi alma, me puse de pie, metiendo mis pies en las pantuflas rosadas y tomaba mi toalla para tomar la ducha matutina. Ya en el baño, no quise ver mi reflejo en el espejo, estaba completamente segura de que mi apariencia estaría de miedo, tanto que creía que mi cabello estaría como el de Medusa y si me miraba, yo misma me convertiría en piedra.

Ahogando un bostezo, me quité el pijama, dejándolo en la cesta de la ropa sucia. Di el agua caliente y entré en la tina para comenzar a ducharme. Una vez el agua tocó mi espalda, sentí cierto relajo recorrer mi cuerpo; luego mojé mi cabello y el impacto del agua sobre mi rostro logró despertarme por completo. De pronto recordé... que este día debería tener la respuesta de mis solicitudes universitarias.

Una vez estuve vestida, tomé mi toalla, bajé corriendo por las escaleras, para dirigirme al patio trasero y colgarla. Sentí la brisa matutina, tomé una gran bocanada de aire... Todo parecía indicar que este día sería perfecto.

Fui a la cocina y ahí estaba mi madre bebiendo su taza de café, mientras mi hermano, Derrick, se atragantaba con sus cereales y las tostadas.

—¡Buenos días, Thurman's!

Mi madre, que acababa de bajar la taza de la altura de sus labios, me miró y sonrió casi de manera burlona.

—Ya era hora —dijo, a modo de saludo.

Me senté, me serví mi propio cuenco con cereales y empecé a comer, ignorando el hecho de que mi madre me seguía mirando de mala manera.

—Está bien que estés de vacaciones —maldición, ya va a empezar—, pero eso no significa que vas a pasar todas tus vacaciones durmiendo. Debes ayudarme en la casa, así como tú, Derrick.

Y a esto me refiero con que los días no tienen nada de buenos. Cuando mi bella madre estaba en casa, se la pasaba quejándose, cuando en cuando estaba de buen humor. Pero no, no heredé mi mal humor solamente de ella, mi papá también tiene un genio horrible... Ahora que recuerdo, ese fue precisamente el factor que dio por terminado su matrimonio.

—Yo no me puedo hacer cargo de limpiar todo el tiempo. Tengo trabajo, y ambos saben lo agotada que llego después de cada jornada.

—Mamá —dijo Derrick, pasando una mano por su cabello... ¿Está de moda usar ese corte con flequillo a lo Justin Bieber? —Ya entendimos, ¿sí? Deja de dar siempre el mismo sermón.

Estaba metiendo una cucharada con cereal a mi boca, mirando, con suma expectación, la manera casi asesina con la que mamá miraba a Derrick. Puedo apostar a que existe una mínima posibilidad que los ojos color miel de mi madre estaban más brillantes que lo están usualmente. 

—Derrick Apolo Thurman —mierda... eso significa pleito—, es la última vez que voy a soportar que me hables de esa manera.

—¿De qué manera? —Derrick, si yo fuera tú, me callaría.

—¡No seas insolente!

Se puso de pie, tomó su taza y la dejó caer en el fregadero. Por el ruido que hizo, tal vez se trisó un poco. Salió de la cocina, alisando, con ambas manos, su rizada y rebelde cabellera color cereza.

Me apoyé mejor en la mesa, inclinándome un poco hacia el frente, donde estaba sentado Derrick.

—Diez dólares a que peleó con Sean —murmuré, guiñándole un ojo, asegurando mi victoria.

—Diez dólares a que tuvo problemas en el trabajo —apostó él.

Me puse de pie y le extendí la mano, la cual él recibió, sonriendo de medio lado.

—Hecho —dijimos al unísono.

Volví a sentarme y así terminar de desayunar mientras que mi hermano sacaba su móvil y se desconectaba del mundo real para empezar a hablar con quien estuviese en línea a las diez y media de la mañana.

Derrick y yo... no parecemos directamente hermanos... O sea, sí, pero tenemos rasgos muy opuestos. Él es muy alto, el cabrón casi llegaba al metro ochenta, cuando yo con suerte pasaba el metro sesenta. Está mucho más bronceado que yo, lo que resaltaba con mayor claridad el color de sus ojos, miel, como los de mamá; por mi parte, no soy muy amante del sol, por lo que me he ganado el apodo de “Gasparín” en distintas ocasiones, o también “Olaf”, pero he preferido Gasparín, porque cuando me decían Olaf, creía que se burlaban de mi nariz, cuando esta ni siquiera era bastante pronunciada. Como dije, los ojos de Derrick son color miel, mientras que los míos son verdes, así como los de papá. Derrick tiene el cabello castaño oscuro, mientras que el mío es claro, como solía ser el de mamá, antes de que comenzara a teñírselo... Eso empezó a hacerlo cuando ocurrió el divorcio.

Suspiré, pasé ambas manos por mis muslos en tanto volvía a bostezar. En eso, mi madre entró de nuevo a la cocina y tomó asiento; con la mirada fija en la mesa. Eso hacía exactamente cuando quería que le preguntáramos qué le había pasado.

—¿Problemas en el trabajo? —se me adelantó Derrick, quien dejaba el móvil en la mesa y la miraba expectante.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.