Underclass Hero

Capítulo V

think about you all the time”

Sean bienvenidos a un nuevo “Día Maldito” en mi vida, por Pandora Thurman.

Es martes, y yo, como toda una irresponsable, estoy llegando tarde... ¡a una prueba!

Sí, tarde. Mis clases empiezan a las ocho, y ya eran las ocho con diez. En cinco putos minutos más ya no me dejarán entrar.

Y para mi mala suerte, partíamos clases con el señor Wilson, el más veterano y estricto entre todos los profesores que me dictaban cátedra en ese semestre.

Recién había bajado del autobús, y el reloj marcaba las ocho con once.

Mierda, mierda, mierda, mierda. Yo no soy muy rápida para correr, pero la situación no me dejaba otra opción.

Corría, tratando de esquivar a los otros estudiantes —de cursos mayores, por lo que parece— que iban tan relajados. Claro, dudo que ellos tengan que correr tanto por sus clases, tal vez hasta sus maestros son más relajados.

Un tropezón, una maldición dicha en voz alta (por mí) y una caja de jugo de piña que perdió su vida en el camino de concreto que me llevaba a la facultad... y la cara de Taylor de una total confusión.

—¡Lo siento! ¡Voy tarde, prometo que a la hora del break te compraré tres jugos! ¡Lo siento, Taylor!

No podía perder el tiempo, y a pesar de estar sintiéndome culpable por haberle botado su caja de jugo, tuve que seguir corriendo hasta el salón.

No sabía si saltar de alegría porque llegué a tiempo, o empezar a romper las mesas porque el señor Wilson aún no llegaba.

—Por poco no llegas —me dijo Caitlyn, quitando su mochila del pupitre entre ella y Flora—. El señor Wilson está en una congestión de tránsito, así que aún ni siquiera ha podido llegar a la universidad.

Las ganas de querer ir por el hacha de emergencias que estaba colgada afuera de la sala —resguardada por un vidrio— crecieron dentro de mí.

—Quiero que me trague la tierra —lloriqueé, dejándome caer sobre la mesa.

Me preguntaban la razón de aquello, incluso escuché a Mandy decir que ya había hecho la estupidez del día. No se equivocaba, pero no les dije nada, porque no estaba dispuesta a que se rieran de mí... Al menos no sabrían nada hasta la hora del break.

El señor —maldito— Wilson hizo su elegante aparición a eso de las ocho con treinta minutos. Lo más bien podríamos habernos ido, pero como dejó avisado que tomaría la prueba escrita, tuvimos que esperarlo.

Nos leímos todo el maldito libro de “La Odisea”, que era bastante largo, añadiendo el material de apoyo que nos pidió leer en la plataforma de la universidad... Solo nos hizo tres preguntas.

Tres. Malditas. Preguntas.

Dejando eso de lado —y que tendría mucha suerte si alcanzo el 70% de acierto en las respuestas que di para aprobar el examen—, cuando terminé y entregué mi examen al señor Wilson, salí del salón y me apresuré para ir a la cafetería.

Compré las tres cajas de jugo y las guardé en mi mochila para volver a la facultad a la espera de mis amigas y de Taylor.

Me senté en las bancas que estaban fuera de la facultad, mirando los árboles, la naturaleza que cambiaba por la cercanía del equinoccio... y con ello, la glamurosa llegada de una de mis estaciones favoritas: el otoño.

—Quita esa cara de estúpida y cuéntame qué estupidez hiciste.

No voy a mentir, di un brinco horrible cuando escuché la voz de Mandy sacándome de mis pensamientos más profundos.

—Hay formas y formas de iniciar una conversación, estúpida.

Se sentó a mi lado y mientras sacaba un paquete de galletas, me miraba a la espera de una respuesta.

Apreté mis labios y de mi mochila extraje las tres cajas de jugo (y de paso mi manzana, me había dado hambre) para enseñárselas. Metió una galleta en su boca y arqueó una ceja, exigiendo más explicaciones.

—Venía tarde y asesiné la caja de jugo de Taylor.

Mandy había terminado de tragar su galleta, pero inmediatamente había metido otra a su boca. Rascó su nuca, yo esperaba por alguna maldita respuesta o comentario al respecto.

Lo obtuve, cuando terminó de tragar. Su maldita risa —“de nuevo con las reiteradas maldiciones, Pandora”, diría mamá— resonó con fuerza en este lado del campus. Como era temprano en la mañana y quedaban unos minutos antes de que todos salieran a break, nadie pudo ser testigo de aquel momento. Qué alivio, no nos mirarán raro.

—¿Cómo es eso de que “asesinaste” una caja de jugo? ¿Se la botaste? —asentí con la cabeza—. Sí que eres burra y descuidada. Asesina.

—Por eso mismo, para remediar mi error, le dije que le compraría tres cajas de jugo.

—¿No crees que es un poco exagerado?

—No, las cajas de jugo también tienen derecho a vivir —dicho esto, me di cuenta de que Mandy cubría su boca, ¿querrá reírse?




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