Underclass Hero

Capítulo XXIV

“I am every dream you lost and never found”

No fue la mejor manera de haber finalizado la semana hábil, y ahora, este maldito fin de semana, mi cabeza estaba en otro planeta. Por un lado, lo que me dijo mi papá me dejó bastante inquieta, ya tenía hasta un poco de miedo de ir a la universidad, asimismo de seguir con UH, y es que no le había tomado el peso a los riesgos a los que estaba expuesta, no sé cómo mierda no lo pensé antes. Ahora también, no quería admitirlo, hubiera preferido mantenerlo siempre en silencio hasta que se me pasara, pero el hecho de que casi acepto una cita con Andy hacía que esa desagradable sensación apareciera en mi estómago haciéndome perder un poco mi tranquilidad mental —aunque no la tenga.

Para joder más toda la situación, no había podido comunicarme con ningún miembro de UH para poder hacerles saber lo que averigüé, y sí, lo más bien podría iniciar la conversación yo misma, pero no me sentía segura. Yo empezaría a divagar, me pondría nerviosa y quizás hasta podría exagerar —posiblemente lo estaba haciendo ahora—, y no. Tal vez lo haría más tarde.

Era sábado, casi las cinco de la tarde, Derrick se había ido a la casa de uno de sus amigos y no llegaría hasta bien tarde, mi mamá estaba fumando en el patio trasero con Sean, su novio, y yo estaba en mi habitación, con una taza de café con caramelo a medio tomar en mi escritorio y un cuaderno abierto en una página en blanco. Tenía ganas de garabatear algo, pero ni siquiera eso se me ocurría.

Escuché que tocaron el timbre, pero sabía que mi mamá iría a abrir, así que seguí dando vueltas en mi silla, cambié la canción que estaba escuchando en ese momento y decidí entrar a mi cuenta de Instagram, por si encontraba algún meme bueno o, no sé, algo así. Pude oír el momento en que mi mamá abrió la puerta exclamó “¡Oh!” con un toque de alegría y asombro, así que asumí que la visita era para ella. Otro motivo más por el que me quedaría encerrada en mi habitación y no saldría hasta que se fuera, de seguro era la vecina de en frente que viajó a Paraguay a ver a sus familiares.

—¡Dora! —el grito de mi mamá logró interrumpir el inicio de “Welcome to the Black Parade”—. ¡Tienes visita!

Bufé molesta y cansada, de seguro se trataba de Zareen. A esa tonta le tengo dicho que, sí, puede venir a mi casa cuando quiera, pero que debe avisarme para poder irme y así no estar para recibirla. Me puse de pie, abrí la puerta y, desde esa misma posición grité:

—¡Dile que suba!

—¡Ven a atender a tu visita! —me gritó molesta—. ¡No voy a mandarlo a tu habitación! ¡Baja tú!

¿Escuché bien? Un escalofrío recorrió mi espalda, me apresuré a mi velador, me coloqué mis pantuflas y salí de mi habitación, tratando de no verme ansiosa bajé las escaleras y miré para ambos lados, por si veía a mi mamá o a la visita. En la cocina, mi mamá preparaba una taza de té en esa clásica taza blanca con flores azules. Me señaló la sala, asentí con la cabeza. Al menos estaba presentable, sin pijama, pero con jeans grises y un suéter verde oscuro. Asomé mi cabeza a la sala y quise salir corriendo cuando vi a Andy ahí, con esos ajustados y rasgados pantalones negros y su sudadera roja.

—¿Qué haces aquí? —pregunté—. Nunca te invité. Ándate —ordené.

—Estaba aburrido —admitió guardando su móvil en el bolsillo de su sudadera—, así que, bueno, pensé en visitarte.

—¿Taylor no estaba disponible? ¿O alguno de los chicos? ¿No tienes otras amigas? —fruncí el ceño—. ¿Por qué no fuiste a ver a Mandy?

—Porque tú me quedas más cerca.

—Ah, claro, conveniencia —bufé—. Ya, vete, mi mamá me va a regañar por tu culpa.

—Dora —mierda—, sé una buena anfitriona, ¿es mucho pedir?

—No te metas, mamá —pedí.

Ella me dedicó una simple mirada de regaño, agaché mi cabeza y volví a mirar a Andy. Suspiré, me encogí de hombros ya resignada y le hablé:

—¿Quieres un té? ¿Chocolate? ¿Un jugo? —dije.

—Podría ser un té —respondió.

—Ven, sígueme a la cocina.

Puse a hervir más agua, le pedí que se sentara en una de las sillas de la mesa que estaba en la cocina, y luego que me disculpara un poco para poder ir a buscar mi resto de café a mi habitación para poder prepararme uno nuevo. Al volver a la cocina, vi que estaba mirando hacia afuera, fui capaz de escuchar y darme cuenta de qué es lo que había captado su atención: mi madre y Sean estaban teniendo una acalorada discusión.

—¿Azúcar? —pregunté, tratando de desviar su atención.

—Por favor —respondió volviéndose para mirarme—. Disculpa que pregunte, pero...

—No es mi papá —dije—. Pero tal parece que mejor nos vamos a la sala.

Me estaba poniendo tensa. Deslicé la taza con té para Andy, luego eché agua dentro de mi taza de café con caramelo. Él se puso de pie y justo en ese momento, mi madre y Sean hacían ingreso a la casa. Los gritos se hacían más fuertes, las emociones pesaban y cargaban el ambiente con malas energías.

—¡¿Tú crees que yo soy idiota?! —le recriminaba Sean a mi mamá.

—¡No! ¡Pero eso pareces cada vez que me haces una escena de estas! —respondía ella.

Sean era un poco más alto que yo, moreno y con el oscuro cabello rizado. Tenía una camiseta negra y unos jeans, no sé si ignoró nuestra presencia, pero no nos miraba, solo a mi mamá. Ella traía dos tazas en sus manos, su labio inferior temblaba, sus ojos estaban rojizos. Apreté mis labios, dejé mi taza sobre la mesa y me puse a la defensiva para intervenir en cualquier momento.

—¡Entonces dime con quién te estás viendo en las tardes! ¡Porque resulta que nunca contestas mis putas llamadas cuando sales del trabajo! —gritó Sean.

Dios, ¿es que este hombre no sabe respetar el espacio personal? Siempre hacía escenas de celos, escenas de celos ridículas. Miré a Sean fijamente, pero él no me correspondió la mirada, no la apartaba de mi madre, y ella le daba la espalda, apoyó ambas manos sobre el lavaplatos y luego habló:




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