Unicorniocienta

Bailes y furia.

—Demonios, he llegado tarde. —dijo esta mientras veía como cerraban la gran puerta del castillo.

El ratón-señor se bajó del carruaje, fue y le avisó al guardia que había llegado alguien más, el guardia sin opción la dejó pasar mientras que el ratón-señor se quedó en el carruaje sentado burlándose de los gatos-caballos porque estaba tan cerca y no los podían atacar.

—¿Y ahora qué harán gatitos? —los guardias miraron confuso al señor que hablaba con los caballos.

—Está loco. —dijo uno de los guardias esté al otro mientras los dos le daban sorbo a unos cervezas. —Muy loco.

Mientras el señor-ratón hablaba cosas —sin sentido ante los oídos de los guardias— le dio un garrotazo con su lazo a uno de los caballos y maulló a todo pulmón. Los guardias se veían confusos y luego veían sus vasos con cerveza para luego apartarla sin medir palabras.

—Creo que.... Hemos bebido mucho por hoy. —dijo el otro al guardia con una sonrisa pequeña.

TRES UNICORNIOS MÁS TARDE...

—Ya me perdí. -avisó a sí misma mientras ya estaba en el gran palacio.

Luego observó una gran fila llena de jóvenes con grandes sonrisas. Al parecer ahí era donde se colocaban las jóvenes para que el Príncipe eligiera a una para desposarla. En el gran trono pudo observar de perfil a un hombre de algunos veinte y uno o dos años, tenía pelo rubio y pues para qué negarlo ese traje le quedaba ajustado de brazos. Debía de ser un Príncipe bien cuidado yendo al GYM y todo eso o tal vez las costureras eran un desastre y le hicieron el traje más pequeño, aunque ella se confiaba más en lo del gym.

Sin más que hacer o ver se puso a caminar sin rumbo por el castillo. Observando cada obra de arte de este.

TRES UNICORNIOS MÁS TARDE...

Anapizza se acercó a el príncipe André, muy nerviosa y feliz le habló sin rodeos.

—Hola, soy Anapizza. Me puedes llamar Ana, tengo 19 años recien cumplidos. Soy hermosa, bella, carismática, muy humilde, y me encanta ayudar a las personas. Así que dime para es cuando esa boda, y tendré listo el vestido.

Mientras esta hablaba el príncipe tenía puesto los ojos en Unicorniocienta, no despegaba la vista de Unicorniocienta. Así que sin ponerle atención sólo se excusó y se fue.

—Vengo ahora, padre. —dijo el Príncipe el cual se paró sin dar explicaciones de su asiento y se fue hacia la joven que estaba mirando detenidamente el palacio como si fuese una obra de arte.

—¡Hijo no te vayas! ¡Esta es guapa muy guapa! —gritó el Rey mientras veía a su hijo alejarse.

El príncipe André no hizo caso a su padre y siguió su rumbo. Todas las chicas que formaban fila lo persiguieron con la vista hasta que llegó hacia ella. Ahí estaba Unicorniocienta, mirando hacia el techo las grandes lámparas prendidas. Él con una sonrisa nerviosa pero no como las que ponía con las demás chicas, esta era de vergüenza, como si no supiera cómo actuar en ese momento la observaba. Ella lo miró de repente con sus grandes ojos marrones claros y sus ojos se encontraron, se quedaron así mirándose con una sonrisa ladeada como dos bobos. Él prácticamente despertó y miró hacia su alrededor. Y ahí fue cuando decidió hablar:

—Eh... ¿Quieres ir a un lugar más privado?

Ella sin saber quién era sólo asintió, hasta que observó como la larga fila de chicas solterones la miraban con cara furiosas y otras con cara tierna, pero ella no entendía el porqué. Luego desvío su mirada hacia el asiento donde llegaba la larga fila, ahí ya no permanecía sentado un príncipe con cara estúpida. Pero no le importó.

Hasta que se dejó guiar por el príncipe fuera de la gran sala donde habitaban las plebeyas, hacia un salón grande, detrás del castillo, estaba todo a oscuras solo iluminado por la tierna luz de la luna llena. El joven frotó los dedos y de la nada se escuchaba una canción lenta, era como si estuviera en un baile de quinceañera o algo así.

Unicorniocienta agarró el control con el que él había puesto la música. —Ven, yo sé de esto.

TRES UNICORNIOS MÁS TARDE....

servaba que no estaba en su puesto junto al Rey.

-Pues él se fue con una plebeya que había entrado medio confusa al palacio. Aunque yo creo que ella se hizo la confusa para que él como todo un caballero se le acercara.

La madrastra al igual que Pizzella y Anapizza estaban muy enojadas.

—¡Mamá, él ya se estaba enamorando de mi cuando ella llegó y lo confundió! Él hace poco me amaba. No Lo dijo pero lo sentí. —dijo ésta indignada.

La madrastra la regañó por no ser lo suficiente mujer para un hombre y luego que Pizzella le contase por donde los vió la última vez que esta fue a espiarlos pero unos hombres con armaduras pesadas le impidieron el paso hacia ese salón, sólo pudo ver como la extraña joven y el príncipe bailaban un baile muy movido y romántico -algo que sólo ellos podían hacer- mientras ella reposaba su cabeza en el hombro de él.



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En el texto hay: humor, cenicienta, romance amor

Editado: 21.03.2020

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