Unicorniocienta

El desastre del día

—¡Unicorniocienta! —gritó éste tratando de llamar su atención para que dejara de caminar.

Unicorniocienta caminaba hacía su casa, caminaba con prisa para que su madrastra no la castigara aunque ya sabía que eso iba llegara a hora que llegara. Necesitaba estar allá lo más rápido posible, ya que eran las diez de la mañana y ella se despertaba a las diez y media hasta que escuchó que alguien la llamaba; era una voz masculina y la reconoció al instante, era el Príncipe André quien la llamaba con urgencia. Cuando se volteó confirmó que era él quien la llamaba, estaba en un carro color azul marino. Ésta se paró para saber qué quería ahora.

—¿Qué pasó? Hable rápido que me tengo que ir, Príncipe André. —dijo haciendo énfasis en "príncipe".

—Súbete, te llevo a tu casa. —le dijo abriendo la puerta del copiloto.

Ella se quedó de brazos cruzados mirándolo con aburrimiento.

—Te digo en el camino. —terminó por decir para convencerla y ésta entró sin problemas.

André arrancó el auto y subió los vidrios para que no lo vieran desde afuera.

—Es por allí, sigues directo... Luego le da a la izquierda, después otra vez a la izquierda y sigue derechito... —indicó—. Hasta que halle un barranco y nos tire a los dos.

—Jaja, muy chistosa. —respondió éste siguiendo sus indicaciones.

—Ahora sí, ¿qué me quería decir? Hable ahora o calle para siempre.

Éste rodó los ojos sin verla.

—Primero; no me hables de usted, ¿acaso me ves cara de viejo? Segundo; quiero pedirte disculpas por como se comportó la señora Williams contigo. —dijo sin rodeos.

—Primero; ¿debo responderte esa pregunta? Segundo; que me venga a pedir disculpas ella de su vocota tan grosera.

Unicorniocienta no podía creer que él estuviera disculpándose por como esa mujer la había tratado, podía ser reina, de la realeza o lo que fuera pero tampoco era para que la tratara tan mal. No permitía disculparla por alguien más, y menos si ella ni sabía que él la estaba disculpando. Era ilógico eso para ella.

—Mira no sé que decirte, estoy muy apenado contigo la verdad... Sólo quiero que tratemos de olvidar todo esto. —propuso éste.

—Sabes, porque no soy rencorosa la voy a perdonar.... Pero a la segunda que me trate así le voy a partir su hocico, dalo por hecho. —advirtió—. Aquí es. —avisó y al instante que éste paró el auto se bajó cerrando la puesta detrás de ella.

La casa por fuera estaba normal como la había dejado la mañana que salió al salón, pero tenía un reguero de hojas en la entrada se nota que ahí nadie había barrido. Aunque era normal porque nadie además de ella hacia algo en esa casa.

Mientras veía la casa por fuera oyó como una puerta se cerró con fuerza al darse la vuelta era André que se había bajado también del vehículo. Unicorniocienta frunció el ceño no entendiendo por que éste se había bajado.

—Te vine a acompañar. —dijo éste como si fuera lo más obvio al ver la intriga en su rostro—. Estuviste toda la noche fuera, tampoco es para que te deje aquí como si yo fuera un taxista.

Iba a hablar cuando pensó que André tenía toda la razón y si llegaba así como si nada lo más seguro era que la madrastra empezara a ventilar a todo el barrio que ésta pasó la noche en brazos de un hombre o algo así, porque lo que le sobraba a ella era lo chismosa y mentirosa. Y si era para joderla a ella aún mejor.

Unicorniocienta tocó el timbre de la casa para darse cuenta sorpresivamente de que no funcionaba.

—Que extraño. —murmuró mirando el timbre para luego voltearse estando frente a André—. Esto nunca se había dañando. —le informó con el ceño fruncido.

Éste con ambas manos en los bolsillos le propuso que tocase con los nudillos la puerta como antes. Hizo lo que le propuso pero nadie atendía así que optó por entrar al fin y al cabo aunque no fuese su casa ahí vivía.

Al entrar lo primero que vio fue un desastre por toda la sala; el piso parecía como si una manada de cerdos hubiera estado allí, los muebles estaban todos desorganizados con sólo destacar que a lo lejos se veía uno en la entrada a la cocina, las cortinas estaban todas corridas. En el piso había un cartón de pizza —una familiar— en el cual dentro descansaba el gato de la madrastra durmiendo con un pedazo de pizza abrazado, y en la mesa habían unos cuatro platos sucios de pizza, y al lado cuatro copas de las más finas, de las cuales dos tenían pintalabios rojos... Por lo cual Unicorniocienta pudo deducir rápido que allí había una persona más con ellas.

—¿Qué pasó aquí? —soltó la pregunta al aire poniéndose las manos en la cabeza.

Andrés caminaba detrás de ella hasta que llegó a su derecha.



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En el texto hay: humor, cenicienta, romance amor

Editado: 21.03.2020

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