...¿Acaso se volvió lesbiana? —cuestionó arriesgándose a la actitud de aquella vieja.
La mujer se ahogó con su café por aquella ofensa que había escuchado para luego limpiarse el alrededor de sus labios con una servilleta que reposaba en su cómoda para acto seguido tirarle una bofetada con todas sus fuerzas y ganas que le volteó la cara hacia un lado a Unicorniocienta para terminar agitando su mano del dolor.
—No voy a permitir que me falte al respeto de tal forma alguien tan repugnante como tú. —le dejó claro todavía agitando un poco su mano—. Ahora lárgate de mis aposentos pero antes llévate esas tazas y esas botellas contigo.
Con una mano en su mejilla izquierda y los ojos entrecerrados tratando de no llorar por el enfado y el dolor, fue recogiendo las botellas y tazas como pudo para llevárselas todas cuando iba a cerrar la puerta detrás de ella oyó otra orden de la Madrastra.
—Mandame un poco de hielo con la mujer que amaneció aquí. —ordenó sin intención de decir el nombre de la susodicha.
Unicorniocienta terminó cerrando la puerta para irse a la cocina, al llegar de inmediato tiró las botellas en la basura y las tazas en el fregadero, al dejar las tazas apoyó las manos en el fregadero mirando hacia sus desnudos pies. Aún le dolía mucho su mejilla y sin ninguna expresión pudo observar como caían lágrimas en sus pies, lloraba y no por el dolor de su mejilla sino el de su corazón, "¿Por qué tenía que aguantar tanto?" esa era la única pregunta que rondaba por su cabeza, esa mujer podía ser la viuda de su padre al cual ni conoció pero no era nada de ella, muchas veces ella se lo aclaró, sufrió mucho al ver como la trataba inferiormente ante sus hermanastras y cualquier persona, pero con el tiempo se acostumbro y lo único que tenía eran unas ganas de irse de allí y no volver jamás.
—¿Por qué dejas que te trate así? —preguntó la mujer desconocida. Ahora con ropa.
Unicorniocienta se separó rápidamente del fregadero al oír la pregunta de aquella mujer, al limpiarse las lágrimas de su suéter y respirar profundo fue directo a la nevera a buscar el hielo de la Madrastra mientras murmuró "¿De qué hablas?" a la mujer sin deseos de pelear o algo.
—Sabes de qué hablo, ¿Por qué dejas que te trate como una sirvienta y que te golpeé así? —cuestionó mirando su mejilla toda roja mientras estaba concentrada o casi metida en la nevera.
Unicorniocienta confusa miró hacia la mujer que ahora estaba más cerca de ella, sus ojos verdes mostraban sinceridad y preocupación, esta trató de levantar su mano para pasarla por su mejilla pero Unicorniocienta se volteó rápidamente y le pasó el paño con hielo.
—Dijo que le llevarás esto. —le aviso ignorando todo lo demás.
La mujer cogió el paño para luego Unicorniocienta se fue corriendo hacía su ático, se tiró en la cama y lloraba se sentía tan estúpida por estar llorando por esas cosas, no todo el mundo tenía un techo donde vivir aunque fuera prácticamente eso que dijo aquella mujer "la sirvienta de su madrastra"... Se sentía fatal no poder vivir con el cariño de alguien y que todos se dieran cuenta rápidamente de la terrible vida que tenía, sólo quería alguien cerca que le dijera que la quería y se lo demostrara.... Se sentía sola entre tanta gente.
Al moverse sus manos en la cama se topó con la ropa que el príncipe ir había prestado. Se incorporó con los ojos rojos y la agarró entre sus manos recordando de lo tan bueno que fue; la recogió de la calle toda borracha, le prestó ropa, la llevó a su casa, hasta fregó trastes sucios sin romper ninguna copa. Él simplemente era adorable, entre tanta tristeza ella hizo una gran sonrisa mientras abrazaba aquella ropa con olor a piña.
Entonces abrió los ojos limpiándose rápidamente las lágrimas y formandose una gran sonrisa en su rostro.
—André me ayudará a escapar. —afirmó con una gran sonrisa.
TRES UNICORNIOS MÁS TARDE...
—Ahora sí me vas a explicar, ¿era esa la ropa de Alaia o ahora vendes la receta de su perfume de piña al pueblo? —André asintió, ignorando todo lo demás—. Trataré de no juzgar sin antes escucharte, ahora quiero saber ¿qué hacía aquella joven con su ropa? —preguntó de brazos cruzados mirándolo fijamente. Parado frente a él.
André se acomodó en su sillón respirando profundo para tratar de pensar bien en las palabras que diría y que su padre no se alterara o le mandara un sillazo atrás, podia ser un principe y un rey, pero ante todo eran padre e hijo.
—Mi madre Alaia que en paz descanse, murió hace mucho mucho tiempo. —le recordó dando énfasis cada palabra—. Aquella chica necesitaba ropa urgente y sabes al igual que yo que aquí no hay ninguna chica a excepción de las del servicio y Katia y sabes que a ningunas les pediría ropa. Como ya te dije mi madre no está con nosotros y no necesitará más esa ropa. —terminó pronunciando cada palabra como si su padre fuera un niño que hay que enseñarle las cosas de la vida sin mentirles pero tocando el tema con delicadeza.