Parpadeaba con mucha pesadez, podía oír las gallinas de los vecinos de al lado gritar como si supieran que en par de días las llevarían al matadero, la luz que entraba por su única ventana le molestaba. Con pesadez trató de moverse para seguir sus sueños sobre su hombro izquierdo, pero tiró de golpe en este y se lastimó la mano entonces se levantó de repente al sentir aquel terrible dolor, sentándose en la cama y agarrando su mano viendo como la venda tenía algunos puntos rojos de sangre.
—Demonios. —se quejó mientras agarraba su brazo como si fuese un bebé.
Al cabo de unos minutos cuando ya el dolor de su mano disminuyó se paró de la cama a bañarse ya que tenía la misma ropa de la noche anterior, cogió su toalla y de los chicos de CNCO que había tirado Anaspizza porque ya se había aburrido de esa banda, entró al baño, dejó la toalla encima de la tapa del inodoro y se puso a contemplarse en el espejo; tenía una cara peor que su madrastra aquella noche del vídeo, parecía un panda viejo y arrugado, de pronto abrió la boca y casi al instante abrió los ojos a todo lo que pudo para paso seguido agarrarse los senos con ambas manos.
—¿Y mi brasier? ¿por qué no tengo brasier?
Salió de inmediato y se puso a buscar su brasier por toda la habitación, estaba tan asustada de todos los lugares donde podría haber dejar aquel brasier, hasta llegó a pensar si había dormido con alguien o si hasta se había desvestido en aquel bar, la cosa era que ella reconocía que no bebía mucho, pero que cuando bebía se convertía en otra persona y esa persona bebía mucho. Y después de haber dormido junto con un vagabundo y su perrito en su regazo en la calle hace unos meses pudo darse cuenta que hacía cosas muy extrañas cuando estaba borracha. Pero sobre lo del bar solo recordaba que después de Katia proponer un "brindis" sonó el celular de André y éste se fue casi corriendo y luego no volvió, después de ahí recordaba pocas cosas...
TRES UNICORNIOS MAS TARDE
Después de estar revisando cajas cajas, moviendo trapos, encontrar cosas que las había dado por perdidas y hallar una que otra rata desistió y tiró todo su cuerpo al piso mirando hacía el techo con los brazos abiertos dando por hecho que no hallaría aquel braziel, su braziel favorito, el que podía durar semanas sucio y ni se notaba, el primero que compró y se lo puso tres años después porque no le servía por grande. Sentía un vacío en su corazón y una flojera en sus senos que no sabía ni como explicarlo.
—¡Unicorniocienta! —llamó la tía de las mellizas.
—¿Qué? —preguntó sin ganas.
—Necesito que vengas.
—Ahí voy.
Se paró dirigiéndose hacia el baño mientras que vio la misma rata con suéter de aquella noche pasar frente a ella cargando unas tres uvas como si fueran palos gigantescos.
Juro no volver a beber.
Cuando se bañó se puso uno de sus vestiditos cortos, dándose cuenta para entonces que necesitaba pintarse las uñas y afeitarse los pies, pero eso ahora era lo que menos le preocupaba, se hizo el tubi que por cierto aquel pelo no estaba muy lindo que digamos, pero era un récord que las brujas de las mellizas no habían hecho algo todavía contra su pelo.
Al bajar la casa estaba ordenada y limpia, algo extrañamente agradable. Podía oler un bonito aroma a frutas, al parecer la madrastra habia mandado a cambiar aquel horrible aromatizante de flores secas, ese que venden barato en cualquier colmado.
Al entrar a la cocina se encontró con la Magali fregandole los trastes que le tocaban a ella.
-¿Qué haces aquí? Eso no te toca, aunque... -se puso a pensar en que sus uñas pintadas de las manos durarían más si ella lo hacía. Miró por ambos lados fuera de la cocina para ver si nadie deambulaba por ahí-. Olvídalo, lo haces perfecto, ni te preocupes. Simplemente olvida lo anterior.
Maga la volteó a ver y le ordenó que llevara el café frío de su madrastra junto con unas galletitas de a pesos que estaban todas sueltas en una bandeja de color plateada, pero no a la habitación de la madrastra como acostumbraba hacer, sino al comedor en el cual las cómodas nunca solían a desayunar, ese día para ella era cada vez más extraño.
—¿Y por qué no lo haces tú? -le preguntó de brazos cruzados con el ceño fruncido.
—Porque te estoy fregando, ya sabes, haciéndole un favor a tus uñas. —le guiñó un ojo haciendo que Unicorniocienta se helara-. ¡Vete antes de que el café...! —iba a decir y luego río cayendo en cuenta—. Verdad que ya está frío.
Unicorniocienta también rió.
—¡Aaay! Está bien. —se resignó.
Agarró la taza de café junto con la bandeja de las galletas y se fue directo al matadero, o mejor conocido como "comedor". Al entrar al gran comedor pudo ver desde la entrada a su madrastra y sus dos chifladas hijas, todas tenían la mirada concentrada en su desayuno; plátanos maduros, huevo y mayonesa por los lados, la verdad era que a pesar de todo rió imaginándose luego verlas tornándose para depositar todo aquello, ya saben, lo que sube tiene que bajar.