—Hola, soy su vecina del frente. —saludó muy amable con una sonrisa grande.
La señora que aparentaba unos setenta años la miró asombrada juntando sus lentes para ver si no se equivocaba en lo que veía.
—¡Eres la chica de anoche, en el bar! —exclamó con una sonrisa tan grande que en cualquier momento se le podía caer la caja de dientes.
Unicorniocienta entrecerró los ojos tratando se recordarla cuando cayó en cuenta de que era la misma que cenaba junto al anciano medio gruñón. Por otro lado la señora no se veía nada que como aquella noche; la noche anterior llevaba un sombrero y una ropa elegante, hoy tenía el pelo dorado en una cebolla alta y tenía un vestido por debajo de las rodillas que por lo visto le quedaba un poco grande.
—Esa misma. —respondió con un poco de vergüenza por lo grosera que fue, en ese entonces se le metieron ganas de correr y dejar la arina allí. La arina—. Les traigo arina, arina con una pisca de limón.
La señora formó su boca en una "O" mirando la arina que había destapado Unicorniocienta, aún caliente y con ese aroma que la anciana estaba loca por entrarle. Entonces miró hacia dentro de su casa.
—¡Jarol! ¡Jarol! —llamó.
—¿Qué quieres, mujer? —preguntó aquel anciano gruñón el cual estaba con una ropa medio desgastada. Caminando hacia su esposa con un bastón de madera en manos.
La señora se movió hacia un lado para que su esposo viera a aquella joven que llevaba la harina. La casa tenía una decoración un poco sencilla, con muchas fotos de personas y ellos en las paredes. Al parecer tenían una familia enorme.
La señora puso ambas manos al alrededor de su boca agachándose un poco hacia adelante. —Es la chica del bar. —dijo muy bajo para que Unicorniocienta no la escuchara.
Unicorniocienta por otro lado no pudo aguantar reír al ver la más mala indiscreción de su vida frente a ella.
—Dile que se vaya junto a sus malas palabrotas de adolescente rebelde. —avisó al verla y se volteó para irse.
Unicorniocienta ya se estaba sintiendo más incómoda, así que no le quedó d otra que ponerse modo piedra viendo a los ancianos hablar como si ella no estuviera allí.
—Ay Jarol, por favor. —dijo la anciana sabiendo lo teatral que podía ser su esposo—. Trajo arina con limón, tú favorita. —anunció poniendo ambas manos en su cintura.
El señor se detuvo a medio andar dio la vuelta teniéndola otra vez de frente y caminó hacia ella. —No pues, así sí que no.
Lentamente se condujo hacia ella y de un rápido movimiento para su edad le quitó el cubo de sus manos y dio la vuelta para irse, otra vez.
—Ahora sí, y que cierre la puerta cuando salga. —avisó sin mirarlas.
Ni que estuviera adentro.
—¡Jarol!
—Está bien, pero que no toque mis cosas. —advirtió—. Estaré viendo el partido de uno de los reinos vecinos que ni recuerdo su nombre con otro internacional. Nunca e comprendido por que el estúpido de Aquiles no hizo un grupo de fútbol para de nuestro reino. —se quejaba desapareciendo de la sala con la harina.
—¡Jarol, no empieces con lo mismo! —medio gritó la anciana con el ceño todo arrugado... Más arrugado—. Pasa jovencita, y no le hagas caso, así es desde que me casé con él. —dijo lo último en un susurro.
La chica estaba estupefacta con aquella escena rarísima que había visto, haciendo lo que le decía la anciana entró a la casa mientras que por otra orden suya se sentó en un viejo pero cómodo sofá amarillo. Pudo observar con detenimiento un par de cuatros mientras la anciana estaba en la cocina; en uno de los cuatros estaban unos jóvenes que pudo distinguir que eran los ancianos por la forma media gruñona en que el hombre veía hacia la cámara y la mujer sólo reía junto con cuatro niños y un bebé con mucho buches, no pudo soportar reír bajo al ver al bebé con los ojos saltones verdes, era el único con ojos de color distinto. En otro estaba el anciano (joven para entonces) enseñando a montar bicicleta al niño mayor mientras que en el fondo estaban los tres niños y la anciana joven sosteniendo al bebé buchú con los ojos saltones verdes. Habían algunas de al parecer ya sus hijos grandes, otras donde ellos sostenían a bebes que pudo intuir que eran sus nietos, en otras de reuniones familiares, los ancianos solos, cumpleaños, navidades etc... Todo lo que la mayoría de chicas soñaba al ser ancianas; tener a una gran familia con el amor de su vida. Ésta respiró hondo y soltó aire formando una sonrisa ladeada tratando de tranquilizar el dolor que le llegaba al corazón, al saber que nunca tendría un amor así.
—Por cierto, me llamo Leonoris, pero me puedes llamar solo Leo. —se presentó la anciana saliendo de la cocina con dos tazas grandes que a lo lejos se veía el caliente salir—. Toma, es té de manzanilla. Ah, y mi marido aguafiestas es Jarol.
Agarró la taza con ambas manos por lo grande que era, pero no podía engañar a nadie, también lo hacia porque le gustaba sentir el caliente de una taza bien grande entre sus manos, era verano y aunque fuera ridículo podría estar quemando como el mismo Satán el clima, pero a ella le gustaba hacerlo.