Todo era hermoso, fuera de la carretera todo era verde. Había unos árboles muy altos que daban deseos de tirarse por la ventana y subirse a uno de ellos... Ella no era de viajar, aunque prácticamente ella nunca en su vida había salido de aquel pueblo, desde muy pequeña se quedaba sola en casa cuando su madrastra y la mellizas salían por algunas semanas o días.
Aunque reconocía que tenía que agradecer porque gracias a esas semanas sola a los nueve años ya sabía hacer arroz con maíz, pollo y habichuela algo que en los tiempos actuales las chicas de quince años no sabían hacer. Mientras el camino cada vez se hacía más corto y el maravilloso paisaje de césped verde y bonito cambiaba por unos cuantos árboles de frutas o siembras y muchas personas allí haciendo su trabajo ya sea como recoger las frutas del cultivo y reunirlas en una vasija, otros las tumbaban de los árboles, mientras que alguien los esperaba con una canasta abajo y algunas personas en las siembras haciendo lo que sea que debieran hacer, aunque Unicorniocienta también pudo observar como habían personas sacando frutas y víveres con cara de asco y la echaban en un saco que sostiene otra persona. Ahí fue cuando supo que habían llegado a Willingüis.
—Ya llegamos. —avisó Katia mientras que los tres miraban el gran cartel luminoso y deteriorado que decía Bienvenidos a Willingüis en letra grande, cursivas y negrita.
—Que bueno porque ya me estaba doliendo mucho el culo. —avisó de paso Unicorniocienta para liberar aquella tensión que sintió al oír la voz triste de Katia.
Todos rieron a lo que André habló.
—Te mentiría si te dijera que no lo notamos... Se nota muchísimo que no estas acostumbrada a ir lejos en auto.
Ella rió recordando que tal vez este sea su primer viaje y no último viaje, así que una ligera sonrisa brotó de sus labios. Al cabo de un rato llegaron a la entrada. Cuando el auto iba entrando por aquellos portones viejos todos los transeúntes se quedaron observando aquel coche, al parecer nadie iba por allí. Todo estaba descuidado y viejo, las personas vestían peor que Unicorniocienta cosa que la sorprendía, nunca más se quejaría de tener que salir con un pantalón sin bolsillo detrás y manchado un poco de cloro en un muslo.
Las calles llena de basura, tanto plásticos como pañales sucios y comida, si las ratas de su cuarto estuvieran allí fueran las ratas más gordas y felices que podría haber en la tierra, hasta juró ver un gato muerto y unos ratones huir de la escena del crimen, para lo cual volteó la cara cuando le dio la briza que llegaba de ese lugar ni se imaginaba aquel mal olor allí, y eso que aún estaban en el auto, no querría saber cuando saliera.
Las mujeres, jóvenes y niños estaban muy desarreglados y desnutridos, la verdad era que no se esperaba que todos tuvieran ropa decente para dar la bienvenida a la princesa ya que no sabían que vendría, pero al menos que en su día normal tuvieran chancletas, por otro lado los hombres tenían un rostro mezclado de furia, desesperación y tristeza. Ver todo aquello lo único que le daba era ganas de llorar, pero ella no caería así allí. Respiró profundo y mostró el apoyo que necesitaba Katia.
—Podría ser peor, no te preocupes. Esto mejorará en menos de que cante un gallo. —Sabía que no era la mejor para dar consejos, o mejor dicho: sabía que no sabía dar consejos, pero al menos lo intentó, aunque después de esto se maldijo veinte veces.
El enojo de todos allí aumento al percatarse de quien iba de copiloto allí, todos los hombres y mujeres se tiraron encima del carro obstruyendo el paso para gritarle muchas obscenidades a Katia y a su familia, golpeando con todas las fuerzas que les quedaban el auto y ofreciéndoles golpes.
—Yo no tengo la culpa. —gritaba Katia desde adentro con los ojos llorosos-. ¡Sólo vengo ayudarles!
—!Es inútil Katia, no te oyen¡ —le decía Unicorniocienta agarrándose de el asiento de André para no caerse de boca.
El carro lo meneaban con tanta furia que hasta André estaba agarrándose de su asiento para no salir por el parabrisas, los niños le tiraban basura y frutas podridas al carro. mientras los tres gritaban y decían que iban a ayudar la multitud se hacía más grande, entonces André intento abrir la puerta.
—¿Pero qué haces, intentas morir joven o qué?. —le gritó Katia desesperada y llorando mientras lo sostenía por un brazo.
—El tiene que salir, o si no vendrán más niños y esta vez en vez de lanzarnos frutas podridas nos tiraran gasolina y sus padres nos prenderán un fósforo, ¡no quiero morir en mi primer viaje fuera del pueblo! ¡me niego a morir a los diez y nueve años! —gritó entrando en pánico.
André apartó la mano de Katia de su brazo.
—Pararé esto. -dijo como si fuese uno de esos héroes de Marvel.
Cuando André abrió la puerta para salir (cosa que le costó por la multitud encima del auto) casi de inmediato una señora abrió la puerta de Katia jalandola por los brazos hacia el montón de gente, propinándole bofetadas entre muchas mujeres por el rostro y la barriga mientras que otras le jalaban el pelo quedándose con algunos en sus manos, Cuando André se percató de aquello se soltó de un grupo que lo tenían agarrado para tirarse entre todas aquellas mujeres, pero dos hombres lo jalaron para darle a él también. Unicorniocienta al ver todos encima de ellos salió sin pensarlo y se lanzó encima de las mujeres jalándoles las greñas con tanta furia que tiró al piso a una, a otras las empujaba y les aplicaba el uno dos como les enseñaron sus amigas del salón de belleza. Se enganchó encima de una que era la que empezó a jalarle el pelo a Katia una mujer un poco más pequeña que ella pero con doble cuerpo que el de ella jalándole el pelo sin piedad. Lo que más le molestaban a las mujeres era que le jalaran el pelo, o al menos a Unicorniocienta, y no iba a soportar que se lo hicieran a su amiga en su presencia.