Después de unos meses no fue tan difícil para Unicorniocienta adaptarse a un nuevo ambiente, sin mencionar que le encantaban los cambios y más cuando eran de lugares, había conocido muchas personas hermosas como Micaela que llegó unos días más tardes también de Brincopolis, era una mujer muy amable, y divertida. También a su nuevo acosador panadero Luis Alfonso aunque todos le decían Pancito Suave porque su trabajo de panadero le quedaba a la perfección, y a Cristina o también llamada Tintín una mujer muy loca, y también la típica amiga de fiesta por las noches. Se podría recalcar que al final no se quedó de gratis en la mansión ya que ayudaba en todo lo que podía a Katia en el pueblo, sin mencionar que era una amiga de mucha confianza para ella.
Ese día sería la inauguración de un nuevo comienzo para Willingüis, ya habían unos periodistas que llegaron a hablar con Katia y su familia ya que hace unos meses sus padres se enteraron y estos quedaron asombrados con los cambios de los que Katia les hablaba, pero no podían ir a la ciudad porque la gente todavía los quería linchar, entonces volverían en la inauguración, pero sólo a hacer pantalla.
Unicorniocienta ya estaba vestida para terminar algunos arreglos en la mañana, tenía unos pantalones cortos por sus muslos, una blusa larga y unos zapatos negros comunes. Cuando estaba poniéndose el gorro para que su pelo no se le dañara ya que el día anterior Katia había traído una estilista y hasta les había hecho la manicura y pedicura, y les había dado consejos para maquillarse, claro que Uniorniocieenta no entendió nada de rimel, corrector, delineador lo único que entendió fue las sombras de ojos y ni eso se sabía hacer.
Cuando terminó salió de la habitación con el mismo ánimo que tenía desde que llegó allí, feliz, energética y con ganas de hacer muchas cosas sin necesidad de que la mandaran. Y abajo se fue hacia la cocina para desayunar, pero allí encontró a unos tres chicos adolescentes desconocidos para ella, conversando sentados en la mesa como si fuese lo más normal para ellos.
—Mary, traeme el desayuno, por favor. —pidió a la empleada doméstica sonriéndole. Todavía no creía que tenía una empleada.
Con un poco de curiosidad se acercó hacia los chicos, eran dos pelinegros y un rubio al parecer de casi las mismas edades.
—Hola, eh... Soy Uni... Corni. —dijo antes de pasar otra vergüenza por su nombre, no le gustaba Corni, pero sonaba más normal—. Y ustedes... ¿Quienes son?
Los chicos bien vestidos en traje y sentados con una buena postura para ser adolescentes se pararon para luego presentarse.
—Soy Thomas, y ellos son Edd y Cristian... ¿Eres nueva por acá? —preguntó uno de los pelinegros casi afirmandolo.
—Señorita, su desayuno está servido —dijo la empleada a lo que se alejaba lentamente de la mesa.
Uniconiocienta les dijo que se sentaran para luego ella sentarse en su asiento y desayunar mientras hablaba con los chicos.
—Sí, soy amiga de Katia. —dijo Unicorniocienta para luego comerse un poco de su puré de plátanos acompañado con carne de chivo frita. Sí, ella no era buena en dietas ni en nada saludable.
Los chicos se miraron entre ellos con una expresión de asco mientras observaban su plato.
—Somos primos de Katia. Hemos venido a la inauguración. —dijo Edd. El rubio.
Esta casi se atraganta con un pedazo de carne a lo que bebió rápidamente jugo de limón.
—Eh...
—Chicos... —la interrumpió una mujer mayor entrando a la cocina, a lo que dirigió su mirada a donde todos miraban, la chica con ropa de verano comiendo grasa en la mañana—. ¿Y esto? ¿Qué hace usted vestida así aquí? Esta gente ya no tiene respetos, no ve que está con un grupo de adolescentes, Edd es el mejor y tiene diez y siete años. Levántese
Todos voltearon la mirada a Edd mientras que Unicorniocienta le dio vergüenza, cada vez que se hallaba con gente con dinero siempre la terminan humillando por cualquier idiotez.
—Lo siento, no sabía que vendrían hoy... —se paró de su asiento aún masticando un pedazo de carne.
De repente sintió un cólico fuerte agarrándose la barriga, para luego sentir que le bajó hasta las ganas de vivir, y miró la silla que antes era amarilla con los ojos casi tirados en el suelo, Andrés el de río Colorado había llegado, y sin avisar. Unicorniocienta no tuvo otra opción que volver a sentarse, al parecer nadie lo había notado, y no iba a permitir que lo hicieran
—¡Parece y lárguese de aquí! —le gritó la mujer al ver el descaro de la chica sentándose otra vez.
—No puedo... —le dijo por lo bajo nerviosa.
—Mamá, déjala en paz, ni siquiera avisamos que vendríamos. —le dijo Thomas.
—Mírame, Thomas. —le ordenó—. No opines cuando hablo con una empleada. —le avisó aniquilandolo con la mirada.
—Disculpe doña, pero yo no soy una empleada. Soy invitada de Katia. —le dijo Unicorniocienta sin moverse.
—Es verdad, señora. —le afirmó la empleada.
La mujer se fue con sus hijos pero no sin antes decirle que se fuera a poner algo más decente o la echaría de la casa, a lo que Unicornocienta se paró de repente, ya no aguantaba sentir su trasero mojado, era una sensación muy incómoda. Y cuando vio la silla efectivamente terminó de ser color amarilla a color rojo, como si alguien se hubiese desangrado y muerto allí.
—Señorita, ¿le llegó la regla?
—No, tonta. Fue que me corté el culo. —le respondió molesta como si no fuese obvio—. Por favor, pasame unas toalla de esas que están en el baño de invitados de la sala y pon la silla en la basura por ahora.
La mujer hizo lo que le mandó Unicorniocienta a lo que esta se fue corriendo, pero a la vez observando por todos lados para asegurarse de que no hubiera nadie en la sala y la vieran con varias toallas agarrándose sus partes íntimas. A lo que corrió hacia sus cuarto, abrió la puerta rápido mientras se cubría y lo primero que me encuentra es a André en la cama sentado con su móvil en manos.