Unidos por el destino ©

Capítulo 3

Demian

Me pellizco el puente de la nariz, mientras cierro los ojos con fuerza. Inspiro y expiro, una y otra vez. Diez en total. No es un método muy efectivo para canalizar la ira, pero aun así lo sigo intentando. Perder los estribos empeoraría la situación y lo que menos quiero es seguir alargando este maldito proceso.

—Es lo que mi clienta pide a cambio de firmar –bufo mientras me enderezo en el sillón.

—Joseph vamos a dejar las formalidades de lado por unos segundos – dice mi abogado con voz cansada – todos sabemos que la petición de esa mujer, sobrepasa los límites de lo que habíamos acordado – concluye.

Me levanto cansado te seguir sin hacer nada. Empiezo a dar vueltas por la amplia habitación. No pienso dejarla ganar, no esta vez. Tiene que haber otra solución. Paro en seco.

—Será mejor que te largues, no pienso acceder a sus absurdas peticiones – se levanta sin rechistar. La brutalidad de mis palabras y mi imponente figura consiguen acelerar la acción.

Le sigo con la mirada mientras sale dejándome a solas con Ricardo. ¿Y se supone que ese hombre es uno de los mejores abogados del estado?

—¿No tendrías que haberlo hecho? – aflojo el nudo de la corbata, para después, arremangar la camisa dejándolas por los codos.

—Me importa una mierda – escupo.

Me siento en el mullido sillón que encabeza la gran sala de reuniones. Dejo caer mi cabeza sobre la mesa derrotado. Cierro los ojos y me sobresalto en cuando la figura de la pelirroja que conocí la otra noche invade mis pensamientos. ¿Qué ha sido eso? Me vuelvo hacia el hombre sigue sentado a mi derecha.

—¿Siguen sin haber encontrado nada?

—Ni un solo indicio de infidelidad, les he ordenado que sigan sus pasos sin descanso, pero puede que tarden un tiempo, esa mujer sabe esconder sus líos tan bien como tú.

Le fulmino con la mirada y antes de mandarle a la mierda, una llamada le salva el culo. Saco el móvil del bolsillo del pantalón y bufo molesto al ver el nombre reflejado en la pantalla. Rechazar. Qué pesadilla de mujer.

—Mi presencia ya no sirve de mucho, así que me retiro. Te mantendré al tanto – asiento sin dirigirle la mirada. Solo quiero estar solo e intentar aclarar mis pensamientos.

Tras una leve despedida, Ricardo abandona la sala dejándome solo. Respiro con pesadez mientras apoyo la cabeza en el respaldo. Tengo mucho trabajo acumulado y mi intención al llegar esta mañana, era ponerme al día con todo. Pero la llegada de ese imbécil me ha obligado a cancelar dos reuniones y la firma del nuevo contrato. Nada profesional por mi parte. Megan ha tenido que reorganizar todo y por suerte, mis posibles socios no han puesto ninguna pega.

Los recuerdos de la noche anterior invaden mi cabeza todos de golpe. La belleza de aquella diminuta pelirroja me golpeó con demasiada intensidad. He intentado no pensar mucho en ella, aunque esas curvas digan todo lo contrario, dudo que sobrepase la mayoría de edad. Pero la atracción que sentí nada más verla, me asustó bastante y apenas pude dejar de mirarla. Su manera de sonreír, de caminar, todos esos pequeños detalles provocaron en mí una sensación muy extraña. Como una especie de atracción instantánea.

Unos golpes en la puerta me hacen volver a la realidad. Megan entra con pasos firmes sin haber esperado que la dejara pasar, al ver su rostro creo saber qué pasa.

—Su esposa está subiendo y no parecía estar muy contenta – suelto un suspiro exasperado.

—No la dejes pasar, llama a seguridad si hace falta. No estoy de humor para recibirla – la mujer asiente decida, pero, antes de dejarla marchar mi boca decide hablar sin permiso.

—Llama a una floristería y encarga un ramo bien grande de rosas rojas. Lo quiero para esta tarde –asiente una última vez antes de abandonar la sala.

Unas flores no harán daño a nadie. Y una visita tampoco.

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.