Unidos por el destino ©

Capítulo 10

Merian

A medida que los días pasaban, mi felicidad iba aumentado hasta el punto de llegar a pensar que todo lo que estaba viviendo era tan solo un sueño. Llevábamos alrededor de un mes intentando construir una relación y Demian me estaba dando tiempo para adaptarme a todos los cambios que eso conlleva. Le estoy muy agradecida por ser tan comprensivo.

— ¿Pensando en tu pastelito? – la voz de Alexis hace que me aleje de mis pensamientos.

—¿Pastelito? – pregunto con el ceño fruncido.

—Está tan bueno como un pastel de chocolate, deberías empezar a llamarle así, creo que le encantaría. – una pequeña risa se me escapa ante las ocurrencias de esta chica.

—Vamos a dejar de hablar sobre mí y cuéntame qué es lo que está pasando entre Henry y tú. – esta última semana había notado algo raro entre ellos y no he podido evitar preocuparme.

—No hay nada que contar. – me desconcierta al oír cómo escupe esas palabras y mi sorpresa es aún mayor cuando se levanta y se marcha dejándome sola.

Parpadeo un par de veces e intento analizar lo ocurrido y la razón por la cual ha actuado de aquella manera. En ocasiones odio ser tan cotilla pero esta situación me toca de cerca. No quiero que ninguno de los dos lo pasen mal.

Tras pasar toda la mañana encerrada en la biblioteca, decido dar por terminada mi estancia. He conseguido adelantar dos de los trabajos que nos habían mandado y también he ordenado todos los apuntes tomados días atrás. Con todo el trabajo adelantado, tengo por delante un fin de semana para aprovechar.

Por lo que Demian me ha estado contado, el trabajo va a acaparar todo su fin de semana y no creo que sea posible poder vernos. Siendo sincera, me parece bien, porque su presencia siempre consigue distraerme. Y distracción es lo que menos había necesitado hoy.

Al terminar de recoger todas mis cosas, me despido de la señora Smith, para luego dirigirme hasta la salida. Bufo frustrada al ver la lluvia caer con fuerza. No llevo paraguas y la chaqueta que llevo puesta carece de capucha. Llegaré a casa empapada hasta los huesos.

Suelto un gran suspiro y empiezo a caminar con pasos apresurados. Tengo la suerte de vivir bastante cerca, pero eso no evita que las gotas aterricen sobre mi cuerpo con fuerza y solo espero no resfriarme. Me arrepiento de no haberme quedado en la biblioteca para esperar el cesar de la lluvia. Ahora es un poco tarde para dar marcha atrás.

Unos metros más adelante, pego un pequeño brinco ante varios bocinazos seguidos y al girar la cabeza, cierro los ojos aliviada. Nunca me había alegrado tanto ver a alguien como en estos momentos. Demian me hace señas para que me deprisa y yo no dudo en hacerle caso.

— ¿Cómo se te ocurre andar por la calle con este tiempo? – verle tan alterado me hace bastante gracia.

— No llovía cuando salí de casa.

— Quítate la chaqueta y ponte la mía. – tira la mía en la parte trasera del coche y luego me entrega la suya.

— Gracias– su ceño sigue fruncido mientras pulsa el botón de la calefacción.

—¿Estás mejor? – mi corazón se derrite ante su preocupación. Me lanzo a sus brazos, dispuesta a repartir unos cuantos besos por todo su rostro.

Me recibe con ganas y estrecha mi cuerpo con fuerza entre sus fornidos brazos. Desde que conozco, la sensación de estar arropada por su cuerpo estoy totalmente prendada de su calidez, de su protección y de todo él.

—Ahora estoy mucho mejor. – contesto sin querer ocultar mi gran sonrisa, mientras vuelvo a mi asiento.

—Me acabas de alegrar el día pelirroja. – a pesar de sus agradables y sinceras palabras, el ceño fruncido sigue sin desaparecer.

—Intenta hacer desaparecer esa pequeña arruga que te sale siempre que estás molesto, he estado toda la mañana con la cabeza metida entre libros y solo quiero llegar a casa. – un poco de preocupación no hace daño, pero, no estoy muy acostumbrada a que me digan que hacer. Me gusta mi independencia.

—Parece que los roles han cambiado y ahora eres tú la que está molesta.

—No es verdad, simplemente, me incomoda que te comportes como si fueras mi padre. – mis palabras no parece que le haga mucha gracia y no entiendo su cambio de humor. ¿Qué he dicho?

El resto del camino fue algo incómodo y ninguno de los dos volvió a hablar. Demian ha estado tenso y parecía que mis palabras le habían afectado más de lo que yo había creído. Parecía querer hacer añicos el volante, porque sus nudillos se volvieron blancos debido a la fuerza que ejercía sobre este.

Minutos más tarde consigue aparcar a escasos metros del edificio. Estaba convencida de que se iría sin querer subir, pero sus acciones siempre consiguen contradecir mis suposiciones. Abandona el coche rodeándolo veloz para abrir la puerta del copiloto, ayudándome a salir. Nos adentramos en el edificio, mi cuerpo se estremece por el frío que siento debido a la humedad de mi pelo.

Subir las escaleras resulta algo tedioso entre tanto silencio. Estoy intentado encontrar la mejor manera de pedir disculpas, tengo que impregnarme en la cabeza que ya no estoy sola y aunque no deba rendir cuentas a nadie, debería empezar a controlar el carácter tan impulsivo que en algunas ocasiones se apodera de mí.

Una vez dentro del apartamento, dejo la mochila a un lado del sofá. Me quito la chaqueta de Demian, mientras este sigue sin decir nada. Esto no me está gustando.

—Lo siento, no estoy enfadada solo cansada y en algunas ocasiones mi boca habla sin permiso yo...

—¿De qué hablas? – su pregunta consigue descolocarme.

—¿No estás molesto por la forma en la que te he hablado?

—¿Qué? No, no es eso. – sigo sus movimientos con la mirada y me desespero al ver que no tiene intención de seguir hablando.

—Si ese no es el problema, ¿cuál es? – luego dicen que nosotras somos las complicadas.

—En realidad es una tontería...solo me ha inquietado un poco que hayas comparado mi preocupación con la de un padre hacía su hija. – estoy haciendo un gran esfuerzo por no reírme de aquellas palabras.




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