Llevo un buen rato con la mirada perdida y sin ningún pensamiento adueñándose de mi mente...no sé cómo sentirme. Lo que sí puedo decir con seguridad es que pienso asesinar al hombre con el que estoy prometida, porque esta vez ha traspasado todos los límites. Nunca en toda mi vida pensé que esto podría pasar, es algo que muy en el fondo siempre quise que pasara, pero, ahora que puede hacerse realidad, tengo miedo. No sé qué es lo que tengo que hacer...
Bajo la cabeza con una gran sonrisa al sentir como uno de los bebés tarta de llamar mi atención a base de pequeñas y suaves patadas. Estando en el sexto mes de embarazo sentirlos moverse es algo del día a día y más aun siendo tres los bebés que van creciendo saludablemente en mi vientre.
Estos últimos meses han sido una locura empezando por la sobre protección de Demian, ni siquiera puedo hacer más de dos pasos seguidos sin tenerlo detrás de mi nuca gritándome como un desquiciado, en ocasiones pienso que la embarazada no soy yo sino el. Sus cambios de humor son peores que los míos y cada vez que escucho el móvil sonar me pongo nerviosa. No quiero parecer mala, amo que esté al tanto de nuestra salud y seguridad, pero, necesito tener mi espacio para hacer mis cosas, es difícil estudiar mientras tengo un hombre de metro noventa pegado a mí las veinticuatro horas del día.
Me enderezo y mi mente se va preparando mentalmente para lo que se avecina, al escuchar como la puerta de la entrada se cierra haciendo eco por todos los rincones de la casa, anunciando así la llegada de Demian. Su voz llamándome repetidas veces me hace rodar los ojos y pienso hacerle sufrir un poco negándome a contestar. En el fondo me gusta hacerle enloquecer e intento no echarme a reír al escuchar como sus pasos se vuelven más apresurados y eso solo quiere decir que ha empezado a recorrer la casa corriendo.
Suelto un suspiro algo pesado en cuando la puerta del despacho se abre de manera brusca, dejando paso a un hombre, o mejor dicho a una gran bestia que parece estar dispuesta acometer una gran matanza. Siendo yo la principal y única víctima.
La diversión que hace apenas unos minutos sentía se evapora en el mismo instante en el que poso mi mirada en su rostro. Mi corazón se oprime al ver tanta preocupación plasmada en su rostro y en cada rincón de su cuerpo, puedo jurar que ha envejecido unos diez años en tan solo unos minutos y eso hace que me sienta algo culpable. Pero, decido no bajar la guardia y permanecer seria al recordar la carpeta que he encontrado en su despacho.
— ¡¿Estás loca?! – hago el intento de no dejarme intimidar por sus gritos, pero, conociéndome no dejaré las cosas muy desiguales.
—No exageres, ya sabes que no puedo salir de casa sin tu consentimiento así que deja de volverte loco por cualquier cosa. – me encojo al verlo acercarse de manera amenazante hasta donde estoy sentada, sé que nunca en la vida me pondría una mano encima, pero, ver esa faceta suya tan aterradora, no es que me haga sentir muy segura.
Creo que mi rostro ha expresado de más mi inseguridad, porque su pose de chico malo ha desaparecido, dejando que su lado bueno y protector vuelva a adueñarse de él. Me abraza de manera protectora y besa repetidamente mi frente, acciones que logran sacarme una gran sonrisa.
—Lo siento, últimamente me he pasado cuando se trata de vuestra seguridad...
— ¿Qué son esos papales y por qué los tienes tú? – quiero ir directa al grano, porque me volveré loca si no me aclara todo lo que tiene que ver con esos malditos papeles.
Ante su cara de no saber de lo que estoy hablando, cojo la carpeta azul y se la entrego sin decir nada. No le hace falta mirarla para saber de lo que se trata y por una vez desde que le conozco, se ha quedado sin argumentos y hasta parece un poco nervioso.
—Desde que te conozco siempre has dicho que te gustaría saber de dónde provienes, saber porque las personas que te han traído a este mundo te han dejado sola, estos últimos meses no lo has vuelto a mencionar, pero, sé que en el fondo te hacen falta esas respuestas para que de verdad puedas pasar página.
Siento como un gran nudo se instala en mi estómago y en mi garganta al saber que este hombre que tengo delante de mí y al que quiero más que a nada en este mundo, ha dedicado los últimos meses en buscar a unas personas que no se si de verdad quiero conocer.
— ¿Lo has leído todo? – niego sin poder articular ni una sola palabra. — ¿Quieres saber todo lo que pone? –me vuelvo a negar, solo hay una cosa que quiero y espero que acepte sin poner ninguna pega.
—Quiero ir. – sus ojos se abren de par en par dejándose ver sorprendido por mi petición.
—Nena, viven en Chicago, será un viaje de unas cuatro horas en coche y no quiero poneros en riesgo y menos sabiendo que en breve empezará a nevar.
—Por favor, quiero terminar con este asunto de una vez por todas, sería un buen regalo para navidad.
— ¿De verdad ver a esas personas sería algo parecido a un buen regalo?
—Lo será, descubrir por fin quién soy.
—De acuerdo, pero déjame decirte una cosa. – lo miro expectante, pero, creo saber que dirá. — No te hace falta conocerlos para saber quién eres, porque la persona en la que te has convertido no tiene punto de comparación, eres fuerte, madura y la mujer más inteligente que he conocido, y lo más importante para mí, es que eres la mujer que amo y la madre de mis hijos. – aunque me esperaba cada una de esas palabras, las hormonas me juegan una mala pasada como de costumbre, provocando la salida de un montón de lágrimas que caen sin cesar – algo que provoca la risa de Demian.
—Pero mujer no llores.
—Es tu culpa, ya sabes que no puedo controlar mis estados de ánimo. –no puedo evitar darle un pequeño golpe en el pecho, una acción algo frecuente.
— ¿Eres consciente en que me he convertido en tu saco de boxeo?
—Deja de quejarte y ayúdame a levantarme, si nos vamos ahora llegaremos sobre las tres, así que date prisa.