Unidos por el destino ©

Capítulo 47

Demian

Había accedido ante la insistencia de mi madre de abandonar el frío suelo y bajar junto a los demás. Ya no sabía cómo controlar la ira que se había instalado en mi cuerpo, desde que me habían echado a la fuerza de aquella habitación. No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde entonces, pero fuera el que fuera, para mi había sido eterno. Mi pecho se oprimía cada vez que recordaba las palabras que ella me había transmitido entre susurros y respiraciones entrecortadas. Me negaba a perderla, nuestros hijos la necesitaban. Yo la necesitaba.

Aún nos quedaban millones de cosas por vivir y pensaba cumplir todas y cada una de las promesas que le había hecho.

Seguí a mi madre escaleras abajo y no me sorprendí al ver a todas las personas que se encontraban en casa. Sus rostros estaban llenos de preocupación, algo que no lograba controlar mis nervios. Sin decir nada, me solté del agarre de la mujer que me trajo al mundo y me encaminé hacía la habitación que llevaba compartiendo con mi pequeña desde el comienzo de nuestra relación.

Al girar el pomo de puerta, me sorprendí al ver a dos de las enfermeras junto a tres incubadoras, situadas una al lado de la otra.

La realidad me golpeó con fuerza. Tuve que sostenerme contra el marco de la puerta cuando las piernas empezaron a fallarme. Una de las dos mujeres, se acercó cuidadosamente.

— ¿Se encuentra bien? – solo pude asentir como respuesta. Mi mirada seguía fija sobre aquellas incubadoras, donde mis hijos descansaban tranquilos. Ajenos a lo que estaba ocurriendo a su alrededor.

—Será mejor que entre y cierre la puerta, hay demasiado ruido ahí fuera. – acato la orden sin rechistar.

Estaba ansioso por acercarme y conocer al fin a esos tres pequeños que llevaba meses esperando conocer. La tristeza que mi corazón sentía, disminuyó al ver sus rostros.

Mi corazón se para en seco en el momento en el que mi bebé decide abrir los ojos.

Es preciosa.

Es la viva imagen de Merian. No podía estar más agradecido, sabía a ciencia cierta que la pequeña había sido la elegida para heredar el color de pelo de su madre.

Hago el intento de poder tocar su mejilla, pero su diminuta mano atrapa mi dedo con fuerza. Tenía tantos sentimientos dentro de su cuerpo que ya ni sabía cómo actuar. Estaba enamorado de mis hijos y feliz por tenerlos al fin en casa. Saber que el gran amor de mi vida y la madre de mis pequeños, está en una situación bastante crítica, me está volviendo loco.

— ¿Quiere cogerla? – me había olvidado de la presencia de las enfermeras y solo pude asentir ante su pregunta.

La mujer me enseñó la forma correcta de sostenerla sin hacerle daño. Con mucho cuidado seguí sus instrucciones al pie de la letra. Tenerla entre mis brazos me ha hecho darme cuenta de una cosa. El corazón humano ha sido creado para amar a más de una persona. Mi amor por Merian no tiene ni punto de comparación y el amor que tengo para estos tres seres será infinito.

Puedo escuchar como las enfermeras hablan entre ellas debido a una llamada que han recibido, pero, para ser sincero, no he prestado ni la más mínima atención. Nada es lo suficientemente importante como para hacerme apartar la vista de mis hijos. A no ser....

Merian

Mi cabeza duele y tengo náuseas. Abro los ojos con algo de esfuerzo, pero, la luz de aquella habitación me hace volver a cerrarlos de golpe. Desconozco el lugar en el que me encuentro y prácticamente no recuerdo nada de lo ocurrido. Alargo el brazo con la intención de sentir a mis bebés. Abro los ojos asustada al no sentir el tamaño de mi barriga y de inmediato flashes inundan mi mente. Había roto aguas. La llamada que le hice a Demian. Este llegando tarde para el parto. Y luego solo recuerdo sentir dolor. Mucho dolor. Pero, lo que me hace reaccionar es recordar el llanto de mis pequeños y la desesperación que se reflejaba en el rostro de Demian.

—Tranquila, toda está bien ahora. – las palabras del médico no consiguen su propósito. Quiero ver a mis bebés y a Demian.

—No me pida eso, llame a mi prometido y traiga a mis bebés. Ahora mismo. – puede que mis palabras me hagan parecer una loca y puede que lo sea. Me da igual, solo quiero ver a mi familia.

—Me alegra que estés bien Merian. – estoy a punto de estrangular al doctor, cuando la puerta se abre.

Mi corazón empieza a latir de forma desenfrenada, al ver a dos enfermeras acercarse con dos bultos azules entre sus brazos. Pero, lo que me hace perder la cabeza, es ver a mi grandullón con otro bulto, en este caso rosa, entre sus enormes brazos.

Mis ojos se llenan de lágrimas al tener a mis hombrecitos entre mis brazos. Son iguales y no pueden ser más perfectos.

Beso sus frentes antes de levantar la vista en dirección a mi chico y a mi hija. Este al verme, apenas aparta la vista de mí y me encojo al ver como sus ojos se van cristalizando.

—Casi me matas con el susto que me has dado. –sus labios no tardan en acariciar los míos con delicadeza.

—Lo siento. – vuelvo a besar sus labios con un poco más de dificultad, debido a los pequeños que tengo entre mis brazos. —Déjame verla.

Una de las enfermeras ayuda a Demian a acomodar a la bebé junto a sus hermanos, entre mis brazos. Soy madre. Mi risa sobresale entre mis lágrimas y siento que la vida me ha dado una segunda oportunidad de ser feliz.

Siento como uno de los brazos de Demian envuelven mis hombros y como sus labios dejan un leve beso en mi sien. Lo miro a los ojos e intento transmitirle todo el amor que siento por él. Es el responsable de toda la felicidad que siento y de todas las cosas maravillosas que he vivido desde que nos hemos cruzado.

—Gracias por todo los que me has dado, he vuelto a la vida gracias a ti y lo que viví horas atrás, me perseguirá para siempre. No supe que era el verdadero dolor hasta ver como tu cuerpo se desvanecía entre mis brazos. Te prohíbo volver a darme estos sustos señorita – sus palabras me hacen sollozar. Dios, cuanto lo amo.




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