Tenía los pies hinchados y apenas podía moverme con normalidad. Maldito sea Demian y su poder de crear descendencia con tanta facilidad. Este es mi cuarto embarazo y espero que el último. Con este ya van seis criaturas. Suficientes para mi cuerpo y mi salud mental, hay ocasiones que no consigo ni recordar sus nombres, y solo consigo comunicarme con ellos diciéndoles "Hey tú".
Apago el ordenador sin poder evitar sonreír, mis hijos tienen ese efecto en mí. Me vuelven loca, pero, a estas alturas es básicamente imposible poder imaginarme una vida sin ellos. Me levanto con cuidado y una vez de pie, hago el intento de acomodar la falda arrugada. Recojo el bolso y salgo de la oficina con paso tranquilo. Es hora de comer y a mi pequeño no le hará ni pizca de gracia que me saltara una hora tan importante, eso ya lo he aprendido a lo largo de estos seis meses.
Espero la llegada del ascensor paciente, una vez llega, subo y le indico la planta a la que necesito llegar. Cinco plantas más arriba, las puertas se vuelven a abrir. Saludo a Megan con una sonrisa, que no duda en devolverme y por más que me gustaría hablar con ella, no quiero perder más tiempo. Me adentro en el despacho sin llamar y bufo ante la escena que se desarrolla delante de mí. Mi hombre tiene la cabeza metida de lleno en el ordenador y ni siquiera se ha percatado de mi presencia. Necesita unas vacaciones urgentes, porque últimamente el trabajo lo tiene cogido por el cuello.
Antes de seguir avanzando, paso uno segundos en contemplarlo. Las canas ya han empezado a adueñarse de su pelo y las arrugas ya están presentes en algunos lugares de su rostro. Pero, a pesar de eso, sigue siendo el hombre más atractivo del mundo. Los cuarenta y cinco le han sentado de fábula, aunque para él está siendo duro eso de cumplir años.
–¿Ya has terminado ya de escanearme? – me reprende sin dirigirme la mirada.
—No, pensé que ya te habías acostumbrado a ello – respondo a medida que voy acortando distancia.
—Ya no sé lo que ves en mí, he dejado los cuarenta y estoy de camino de los cincuenta – la sequedad de sus palabras me provocan irritación. Otra vez con lo mismo.
—Cierra la boca y llévame a comer, tu hijo tiene hambre y yo también – no pienso discutir sobre el mismo tema. Ya me estoy empezando a cansar de su actitud tan negativa.
—Sin beso, sin te quiero...genial, hemos caído en la monotonía del matrimonio.
Me siento en su regazo sin hacer mucho caso a sus palabras ni a su pequeño berrinche. Su mal humor se ha vuelto bastante constante e intento hacer todo lo posible para que se de cuenta de que nada ha cambiado entre nosotros.
Me adueño de sus labios con las mismas ganas de siempre. Aún me cuesta creer que ya hayan pasado nueve años desde que nos conocimos. Han pasado tantas, tantas cosas desde entonces. Sus brazos se aferran con bastante fuerza a mi cuerpo, esa es mi señal de que sus emociones han menguado.
—Siento haberme convertido en un gruñón – se disculpa una vez separados.
—No, no te perdono. No entiendo tu mal humor y estoy harta de verte con el ceño fruncido. Habla conmigo y dime qué es exactamente lo que te molesta.
A los poco minutos de estar en pleno silencio, sus labios al fin se digan de dar rienda suelta a esas palabras que hasta ahora ha mantenido solo para él.
—Cada día que pasa me hago más viejo y para mi desgracia tú sigues sin haber abandonado la veintena. A cualquier parte que vamos juntos, los hombres te persiguen con la mirada y he tenido que soportar la compañía constante de tus amiguitos de la universidad, que, déjame decirte, todos ellos han querido lo que es mío por ley. Me estoy haciendo viejo y ...
—Shh..
—Déjame que...
—Shh...– pongo mi dedo índice en sus labios impidiendo de ese modo que siga hablando, tomando la palabra.
—Hace bastante tiempo que no discutimos sobre este tema. Así que escúchame bien, no eres viejo, no quiero a otro hombre, porque eres el amor de mi vida y el padre de mis hijos. Punto — su silencio me provoca seguir hablando.
—Además, mientras cierta parte de tu cuerpo siga en funcionamiento, no habrá ninguna queja por mi parte – argumento con una leve, pero seductora sonrisa.
Ahí está su mirada llena de satisfacción. ¿A qué hombre en su sano juicio no le gusta oír que la mujer que ama, esté plenamente satisfecha en los ratos que pasan juntos? La respuesta es CERO.
—¿Me prefieres antes que a cualquier niñato de esos? – asiento aun sonriendo.
—¿Nunca me dejarás y me aguantaras hasta el final de mis días?
—Sí señor. En cuanto ya no estés, me quedaré con todo tu dinero, iré en busca de jovencitos con los que recuperaré el tiempo perdido con un viejo como tú y todos felices.
— ¡Hecho! Asunto arreglado. Vamos mujer, hay que alimentar a mi hijo y a la loca de su madre.
...
— ¿Has sabido algo de Alexis? – interrumpo el avance del tenedor a mi boca, dejándolo suspendido cerca de esta.
—Hablé con ella la semana pasada. Chicago se ha convertido en su nuevo hogar, no creo que vuelva pronto, esta ciudad le trae malos recuerdos – han pasado alrededor de dos años y sigo sin poder creerme lo ocurrido.
— ¿Cuándo tienen el juicio?
—En un mes – murmullo – sigo sin poder creerme, que Henry le haya hecho algo tan terrible.
—Por desgracia los finales felices no existen. El éxito y el dinero, no es para todo el mundo.
Me encojo de hombros sin saber qué más decir. Alexis descubrió los engaños de Henry hace dos años. Ese cerdo pasó el último año – antes de ser descubierto – engañando a su mujer y olvidándose de su hijo. Están divorciados y en estos momentos están peleando por la custodia del pequeño. Ricardo es el encargado de conseguir que Alexis vaya por delante y por suerte tiene todas las de ganar.
Mi relación con ese hombre ya es inexistente. Ya no queda nada del dulce muchacho que conocí en mi infancia. Se ha convertido en un mujeriego, un jugador de apuestas y creo, que la bebida se ha convertido en su adicción. Un perdedor. Eso es lo que es.