Unidos Por Siempre

Capítulo 4

La rutina de todas las mañanas desde que decidió quedarse ahí, levantarse temprano desde las cuatro de la mañana caminar el mismo sendero todos los días hasta podía caminar con los ojos cerrados tantas veces repitiendo el mismo camino sabía exactamente por dónde ir. Lo hizo una ocasión. Antes de hacer contó los pasos que habían de la pequeña pendiente de tierra y piedras de su casa hasta el camino adoquinado. Había un total de ciento ochenta y seis pasos ciento setenta y ocho pasos hasta llegar a un pequeño redondel, y debía dar trece pasos para rodearlo y de ahí debía dar otros ciento ochenta y cinco pasos para el segundo redondel y dar otros trece pasos para llegar a la bifurcación, un camino para ir al fondo del parque y el otro para ir hacia el puente. De la bifurcación debía dar otros ciento cincuenta y seis pasos, para llegar a otro redondel y dar trece pasos, caminar ciento cinco pasos más y girar ya sea a la derecha o izquierda cuatro pasos y finalmente dar los últimos ciento cuarenta pasos para llegar al lugar de siempre.

—Muy hay que intentarlo de nuevo —dijo Margarita —está vez tenemos cinco rocas.

Ese momento era único para ellos. Después del accidente, Derek siempre miraba a Margarita a su lado, se le contó a su mamá, pero ella nunca le creyó y también le prohibió acercarse a la mamá de Margarita, para decirle esas cosas, pues solo la lastimaría más. Empezó perder la razón, por lo que tuvo que asistir a terapias con psicólogos, que le diagnosticaron como secuelas de estrés debido al accidente, posiblemente por la culpa que sentía por lo ocurrido y le recetaron medicamentos para su estrés y ansiedad. Ninguno de esos medicamentos lo hicieron mejorar seguía viendo a Margarita y todo lo que podía hacer era aceptar que ella estaría siempre con él. Nadie creyó en sus palabras.

Derek sabía que no eran ilusiones. Aquello era tan real como él. Derek había muerto ese día, había llegado a ese mundo y vuelto al suyo. Aquel lugar blanco y brillante y el rió de aguas trasparentes, que lo guía hacia aquel lugar. Fue ahí donde había hecho una promesa a Margarita y debía cumplirlo. Nadie le iba a creer lo que miraba, así que decidió quedarse callado y asegurar al psicólogo que las alucinaciones habían terminado, que ya no miraba a Margarita. De esa forma le suspendieron la medicación. Esto sería un secreto entre Margarita y él, si decía lo contrario lo tomarían como un loco. Nadie le iba a creer talvez, aquellos que se dedican a lo oculto, pero de ahí. Este sería su secreto de todos los días, un secreto que lo guardaría profundamente en su corazón.

A partir de aquel día Margarita siempre acompañaba a Derek a todos los lugares y cuando decidió trabajar en el colegio donde estudiaron, vivir cerca del colegio. Cada mañana se levantaba temprano para ir a la parte profunda del parque con unas piedras y lanzarlas al rió, durante todo ese tiempo solo habían logrado unas treinta veces golpear el rió con las piedras. Unas eran retenidas por las ramas de los árboles, otros no llegaban al rió y otros lo cruzaban al otro lado. Siempre lanzaban alto para que al momento de que la piedra chocará con el rió se escuchara fuerte.

Este era su vínculo mientras cada mañana se levantarán para venir a lazar las piedras al rió y cuidar los muros del colegio para que los estudiantes no puedan fugarse. Estarían juntos manteniendo su promesa.

Con el paso del tiempo se dio cuenta que su don no sólo le permitía ver a Margarita, también podía ver a otros espíritus y no sólo de las personas también de los animales. Al pasar por el cementerio miró a varios espíritus caminando por los angostos caminos entre las lápidas, incluso a los perros muertos que los vehículos arrollaban cuando intentan pasar la calle. El primer animal fue un Husky, que estaba ladrando a su cuerpo inerte en la isla en medio de la vía. Todos ellos tenían algo en común y era esa luz blanca brillante y cálida.

—Y bien como será este día de trabajo —dijo Margarita lanzando la primera piedra hacia el rió.

—Supongo que igual que siempre —respondió. —No hay nada interesante que pase en el colegio. —lanzó su piedra.

—Dices eso por qué. No has notado a la nueva profesora —dijo Margarita.

—La eh visto de lejos. Sabes bien que —lanzó su segunda piedra —es mejor mantenerme alejado. Y más después de lo que me dijiste.

—Parece que si es mi hermana. Está siempre en casa de mi mamá y tiene la foto que mi mamá me tomó cuando cumplí los ocho años. —dijo Margarita lanzando su piedra.

—¿Ya sabes cómo se llama? —pregunto Derek.

—Sofía. Sofía Burgos. Solo nos encontramos cara a cara aquí cuando voy por los salones viendo que todos los niños estén dentro. Y siempre se asombra al verme.

—Es natural. No cualquiera puede ver a los espíritus. Ahora que lo pienso —lanzó la tercera piedra —¿Cómo es posible que ella pueda verte?

—No lo sé. Talvez sea especial, al ser mi hermana o también paso por algo similar a lo sucedido con nosotros —retrocede unos pasos hacia atrás y lanza con fuerza la piedra y se escucha el golpear de la piedra en el rió —lo logre —dijo feliz.

—Pueda que si —dijo Derek retrocedió unos pasos y lanzó la piedra, pero este paso de largo la había lanzado con mucha fuerza.

Margarita se puso a reír. —suerte que no la lanzaste con más fuerza. Le hubieses pegado a la cabaña del frente. —Derek hizo una mueca —al menos asustaste a las vacas. —Al otro lado del rio se encontraban cuatro cabezas de ganado un hombre solía dejarlas pastar en ese lugar —¿Te acuerdas del señor? —pregunto ella.




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