Entre Génesis y Genoveva, se alza la llamada “Sierra del Espejo”. Conocida por muchos alpinistas por ser un lugar inalcanzable. Dado que su difícil acceso, fauna hostil e inhóspitos parajes fueron suficientes para cobrar más de una decena de vidas en el pasado.
En el fondo de aquella cordillera, sin que nadie lo sospechara, nos refugiamos, obligados a habitar con los escorpiones, gusanos y murciélagos que reposaban adheridos al techo. Nos vimos obligados a permanecer en un estado que fácilmente podría confundirse con la hibernación, esperando el momento para salir de la ruina que por más de una década, nos esclavizaba y obligaba a ocupar el mismo cuerpo.
«¡Tenemos que partir!», susurré desde lo más recóndito de su mente.
—Aun no… —musitó él entre la oscuridad, mientras escuchábamos el sonido del excremento de los murciélagos, que cayendo desde lo alto, se embarcaba en un viaje hasta el suelo.
Entendía que estuviera reacio a actuar, un paso en falso y podríamos ser atrapados y enviados a Corsucal o desterrados a las tinieblas y ninguno de esos dos destinos eran deseables, pero quedarnos aquí tampoco nos garantizaba un futuro agradable.
Él estiró nuestra mano, tanteó en la oscuridad hasta que tomó un escorpión gigante que se paseaba por el suelo rocoso, quien al sentirse amenazado no dudó en clavarle su aguijón.
—¡Ay chiquito! Tu nunca podrías matarme con eso —le dijo antes de lanzarlo contra una de las paredes. Luego esbozó una sonrisa al notar que la vida abandonaba al arácnido mientras caía.
«Siento algo… Está lejos pero es fuerte», le dije deseando llamar su atención.
Él no contestó, pero sé que también lo sintió. Algo se abrió, algo que había sido suyo hace mucho tiempo, y que ahora volvía a aparecer por alguna extraña casualidad. Estaba lejos, a unos cien kilómetros, tal vez más, pero era lo suficiente; Si nos poníamos en marcha lo encontraríamos.
«Vamos, no pierdas el tiempo, estoy cansada de estar aquí encerrada»
—Lo sé —replicó.
Al ponernos de pie los huesos crujieron, algo normal luego de los meses que estuvimos tendidos en el suelo.
—Pero debemos tener cuidado.
«Lo que tenemos que hacer es irnos de aquí antes de que perdamos el rastro, a no ser que quieras pasar una década más conmigo, en esta cueva, esperando otro milagro»
Con gran velocidad y deslizando ese cuerpo como un fantasma en la oscuridad salimos de la caverna.
—Está a una distancia considerable. Llegar tendrá un costo elevado. No sólo para nosotros, sino para este cuerpo.
«Estoy dispuesta a pagar el precio que sea, ya luego veremos que hacer». Le confesé.
Entonces, empezó a danzar sobre el suelo pedregoso, la túnica describió semicírculos y figuras ondulantes, mientras él afinaba su voz para cantar.
Mi gran Jesús, Mi bello rey
Por tu gran amor yo te alabaré,
Mi gran Jesús, Mi bello rey
Por tu luz y tu voz me guiaré
La danza continuó varios segundos. Hasta que, ante la vista de unas aves que atravesaban volando las montañas, desaparecimos. Dejando un gran manchón escarlata en el lugar donde estuvieron nuestros pies.
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Editado: 09.07.2020