Universo Heraldo: Alhelí

Drubiel

El rugido de una motocicleta hizo que mi compañero, por precaución se alejara del joven a toda prisa, y pareciendo flotar por el aire, subiera a un árbol cercano, donde se refugió detrás una densa capa de hojas y ramas, pensando que nadie sería capaz de advertir su presencia. Afortunadamente aquel lugar le permitía ver y sentir lo que sucedía. Fue entonces cuando, mirando sus manos quemadas, se dio cuenta de su error al intentar tomar la caja en una forma tan despreocupada.

Una mujer vistiendo un uniforme de bombero bajó de su moto y se aproximó al lugar del accidente, tras inspeccionar el área hizo una llamada e inmediatamente empezó a aplicar los primeros auxilios al joven.

—El cofre está protegido —susurró él varios minutos después, al tiempo que volvía a ver las heridas en sus manos.

«No me extraña… pero tu dolor fue necesario, aunque no pudiste abrirlo hemos asegurado que lo conseguiremos pronto», le dije en sus pensamientos.

—Yo no perderé tiempo, ¡haré que esa chica lo abra! —dijo al bajar del árbol y empezar a caminar hacia la joven con uniforme.

Yo me disponía a decirle que se detuviera pero no hubo necesidad, ya que en ese momento escuchó varias sirenas acercándose. Él quedó expectante, contemplando como dos patrullas de protección civil y una ambulancia llegaban al lugar del choque. De ellas bajaron varios hombres, siete en total, que sumados al joven tendido y la mujer sumaban nueve personas.

La bombera juntó las pertenencias de joven y las guardó en la ambulancia. En ese instante mi compañero sintió un vuelco en el lugar donde alguna vez estuvo el corazón del cuerpo que nos servía de refugio.

—Allí esta lo que necesitamos —gruñó en voz baja.

«No podemos hacer nada, hay mucha gente», le dije.

—¡No me importa la gente! —replicó con enfado.

«¡Pues debería importarte! —le aseguré—. Mírate las manos, el cuerpo debe sanar y eso tomará tiempo, además, nos trasladamos desde la montaña, nuestro contenedor debe descansar. Por otro lado, no sabemos quién más pueda llegar; si aparece mucha gente tendremos que pelear y eso solo dañara mas a nuestro cuerpo, no estamos en nuestro mejor momento», le mencioné.

—¡Haré que uno de ellos lo abra!

«No haremos movimiento alguno, al menos hasta que se garantice que el cuerpo esté estable, podría desmoronarse y lo perderíamos todo, debemos esperar, además es posible que pueda conseguir algo para mí también», le respondí.

—No me digas que hacer, yo soy el amo y tú…

«¡Soy la que evita que caigamos en el mundo quebranto! No lo olvides», le dije.

—Está bien, esperaré —agregó resignado mientras miraba a la mujer con traje de bombero regresar a su motocicleta para seguir a la ambulancia donde subieron al joven.

«Vamos a actuar con cautela —dije suavemente para no alterarlo—. Con lo que hiciste no perderemos el cofre, ambos obtendremos lo que queremos, tranquilo».

—No soy de esperar pero está bien, te haré caso, el cuerpo debe sanar —añadió mirando la ambulancia, alejándose por la carretera.

Entonces decidió seguirla.




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