Universo Heraldo: Alhelí

Jack

—¿No te lo puedes quitar de la mente verdad? —dijo mi hermano sacándome de mis pensamientos, mientras terminábamos de desayunar la mañana de ese domingo.

—Pues no… Aunque ya hable con Bobby su hermano, Ralph, aceptaron llevarnos a Alhelí para entregar el cofre.

—Que amigos tan leales tienes.

—Si claro, muy leales —repliqué recordando con dolor los cien dólares que les deposité para que nos llevaran.

—¿No hay otra forma de arreglar ese asunto?

—Según Walter esa es la única manera. Debo entregar ese condenado cofre el lunes a primera hora. Eso si quiero conservar mi trabajo.

—Algo bueno es que la ciudad de Alhelí estaba muy cerca de Mist Lake, así que terminarás acompañándome —añadió Peter levantándose de la silla del pequeño comedor y dirigiéndose a la cocina.

—No esperaba salir en mis vacaciones, menos con esta lesión en el cuello. Ya tengo bastante con ir a llevar ese cofre, así que no me jodas.

En las horas siguientes no hicimos más que alistar los bolsos que llevaríamos. Mi hermano era el único que parecía estar feliz, dado que logró comprar unas piezas para repotenciar su computadora a muy bajo precio. Era extraño como no le importaba tener que ir a buscarlas, pero supuse que así eran muchos técnicos en informática.

—¿Sabes que hay empresas que podrían traerte las piezas aquí y no moverías ni un dedo?

—¿Y si algún idiota le quita una pieza a mi paquete y lo recibo incompleto? —agregó mi hermano al volver de la cocina para buscar mi plato.

—¡No es gracioso! —repliqué seriamente.

—Lo siento, no pude evitarlo —musitó mientras me despeinaba—. Además el vendedor es un viejo conocido, tal vez pueda pasar tiempo con él.

—¡Qué asco! No digas más por favor, iré a arreglar las cosas… —añadí dirigiéndome a mi habitación.

Al entrar busqué un gran bolso verde que tenia en mi armario, tras meter el condenado cofre, guardé cuatro mudas de ropa, ya que seguramente tendríamos que pasar un par de noches en un hotel.

Al finalizar esa tarea me recosté en la cama y girando mi cabeza a la izquierda contemplé el paisaje nuboso a través de la ventana enrejada de mi habitación.

El dolor en el cuello era molesto, sin embargo de alguna forma lo sentía tolerable, desafortunadamente, sabía que tendría varios inconvenientes en el viaje. Star Coast estaba lejos y dado que el Wrangler de los padres de Bobby no tenía los asientos más cómodos, sería problemático.

Pero no me quedaba otra opción, el desempleo estaba muy alto en este estado. Si me despedían seguramente tendría que volver a casa de mamá. Peter no podía mantenerme, ya era difícil para él pagar el alquiler y sobrevivir. Y aunque el dijera lo contrario, yo no sería una carga, sin embargo, volver con ellos era algo que tampoco deseaba.

Cuando mamá quedó embarazada de mí, nuestro padre, Lester Horton, tuvo que ponerse a trabajar. Tras laborar en un supermercado consiguió un trabajo con la ayuda de mi abuela materna, Lorena. Le dieron el cargo de asistente contable en un complejo farmacéutico de los nacientes laboratorios Silver Eye, que se expandían a lo largo y ancho del país. Los años pasaron y aunque Lester manejaba bien el trabajo, la situación económica y el nacimiento de Peter lo obligaron a trabajar horas adicionales, para ganar algo más de dinero y cubrir los gastos de nuestra crianza. El horario tan extenso hizo que Lester se viera obligado a dejar sus estudios en forma irreversible, lo que contribuyó a que se hiciera alguien amargado y frustrado.

La rabia acumulada de Lester no tardó en buscar una vía de escape, así que haciéndose amigo de unos compañeros de trabajo con dudosa reputación, le abrió las puertas al alcohol. Fue en ese instante cuando además de ser grosero, empezó a llegar borracho con mucha frecuencia. A menudo Lester descargaba su frustración golpeando a Peter, el cual con nueve años ya dabas señas de ser homosexual. Nuestra madre, Karina, estuvo al borde de dejar a Lester e irse a vivir con nuestros abuelos, desgraciadamente estos murieron en un accidente vial, seis meses después de que los abusos de papá empezaran. Con lo que ella, siendo solo ama de casa, no tuvo más remedio que quedarse con él.

Los minutos pasaron hasta que Peter, parándose frente a la cama, me habló.

—Nos están esperando abajo. Debemos irnos.

Asentí y tomando el bolso salí de la habitación, dispuesto a emprender el viaje.




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