Universo Heraldo: Alhelí

Drubiel

Con los pies descalzos y agachados, contemplamos la escena con detenimiento. Vimos al joven llamado Jack subir a un jeep. Él llevaba el tesoro que buscaba mi compañero e iba acompañado de otro joven, era delgado, usaba lentes y tenía el cabello peinado a los lados; pero ese muchacho no era relevante para nosotros. Finalmente, el jeep arrancó, y tras abandonar el estacionamiento, se perdió en la carretera que tenía por delante.

 

«¿Vez como todo sale según lo esperado?», le susurré.

—¡Esto es una pérdida de tiempo! pude haber hecho esto en el hospital o aquí mismo.

«No eres un pensador muy frío querido… por eso terminaste así», le comenté en sus pensamientos.

—Lo que me pasó nada tiene que ver con mi forma de pensar —bramó empuñando nuestras manos.

«Claro que sí, fuiste confiado e imprudente y acabaste en ruinas». Le recordé.

—¡Cierra la boca! —rugió—. Cuando te encontré estabas necesitando un cuerpo y accedí a recibirte, a sabiendas del daño que eso le traería a mi contenedor. Deberías mostrarme gratitud.

«Fue un intercambio, querido, no necesito recordarte el estado que tenías, si hubiera llegado unos minutos después te habrías convertido en un despreciable renacuajo», expresé.

—No veo la hora de librarme de ti.

«El momento está próximo, aunque seguramente me extrañaras cuando me vaya, soy adorable a fin de cuentas»

—Sí, el momento está próximo. Debemos apurarnos.

«Calma, no serán capaces de burlarnos, no podrían hacerlo aunque supieran que vamos tras ellos. Así que por ahora nos centraremos en lo que yo necesito, y eso está algo lejos de aquí, por eso debes ayudarme»

—¿Quieres que me vuelva a trasladar? —dijo él con preocupación—.Te advierto que este cuerpo…

«Lo sé, querido, nuestro bello Jonathan no va a durar mucho, pero te prometo que esta será la última vez que lo hagamos»

Con dudas empezó a danzar nuevamente, pensando en lo que pasaría si aquella carcasa que ahora era nuestro receptáculo, fallaba en aguantar lo que venía. La túnica negra empezó a bailar y girar, a medida que él describía círculos y óvalos con sus manos. Un gran dolor en nuestras entrañas nos indicó que el ritual estaba funcionando, la piel de aquel cuerpo empezó a quemarse, para luego volverse transparente poco a poco, mas aquellas heridas no desaparecerían nunca.

De un momento a otro y sin que nadie se percatara desaparecimos, dejando un putrefacto manchón escarlata en la arboleda de aquella montaña, donde la vegetación moriría y no volvería a brotar la vida en los próximos treinta años.




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