Finalmente cayó la noche en el pueblo de Alhelí, los dos nos encontrábamos en la azotea de un pequeño edificio, ocupando los cuerpos que alguna vez fueron Jack y Alison, pero eso era parte del pasado. Un buen rato observamos la calle, donde los vehículos y peatones transitaban, la mayoría regresando a sus hogares.
—¡Fue divertido! —comentó ella acariciando su nuevo rostro.
—Ciertamente —repliqué—. Pero ahora debo volver, hay trabajo y me esperan.
—Cuida ese cuerpo, no volveré a salvarte —agregó sacando un espejo de su bolso para verse la cara.
—¿Te quedarás en perfil bajo?
—Es lo mejor, no quiero volver a servir a Zagan, creo que viviré por aquí unos años, mientras me dure este cuerpo al menos. Tal vez continúe el trabajo que ella hacía, puede que sea divertido.
—Veo que aún quedan rastros de ella en ti, pero si eso te hace feliz pues que así sea —contesté arqueando las cejas—. Por mi parte cumpliré nuestro acuerdo, nunca te delataré, aunque mi oferta sigue en pie, si hablo en tu nombre serás bienvenida en nuestra casa
—No gracias, pero tal vez podamos encontrarnos alguna vez —replicó dando un salto de aquel edificio y aterrizando en el suelo como una pluma.
—Creo que si me estaba encariñando, pero supongo que estamos mejor por caminos separados —susurré dando la vuelta, mientras caminaba para lanzarme de la azotea. Al hacerlo caí en la calle opuesta por donde ella se fue—. ¡Adiós, Drubiel!
Al recorrer unos cuantos metros me topé con un pobre y desdichado vagabundo. Mudo, sordo y ciego, además carecía de un pie. Cuanto vi la una mugrienta taza a su lado saqué unas monedas y allí las deposite. Verlo me causó algo de gracia, y también nostalgia, por lo que le di una palmada en el hombro.
—Adiós, Peter—susurré a esa pobre alma incapaz de reconocerme, entonces partí.
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Editado: 09.07.2020