El agua helada sorprendió a Isaac, que viéndose envuelto en el inclemente frío, además de dominado por una sensación de ahogo, se impulsó con energía hacia la cabecera de la cama, sin tener en consideración la dura pared de ladrillos que la precedía.
Con su cabeza pulsando de dolor, se sentó buscando al responsable de su desagradable y húmedo despertar. A sus dolencias debía sumar el malestar en su espalda, causado por la cama, que tan dura como una piedra y la almohada extremamente delgada, le dieron un descanso inadecuado.
—¿Estás despierto o debo darte los buenos días? —preguntó el guardia desde el exterior de la celda, a la vez que miraba una cama a pocos metros de la de Isaac.
—¡No hace falta! —contestó un hombre de unos sesenta años mientras se sentaba—. Ya estoy listo para otro maravilloso día.
En ese momento Isaac detalló al guardia. Era el mismo sujeto que lo trajo anoche, pero aún le sorprendía el aspecto que él y los demás custodios de aquella prisión tenían. Aquel hombre, alto y fornido, vestía un hábito con capucha color azabache, similar al de un fraile. A la altura de la cintura resaltaba un correaje de cuero negro que brillaba notablemente, del lado derecho del cinturón caía lo que parecía ser una tonfa metálica que refulgía al más mínimo vestigio de luz.
—¡Así me gusta, escorias! Hoy tienen un gran día por delante, pronto bajarán al área de recreación, prepárense —dijo el guardia tomando la cubeta de madera vacía con la que acababa de bañar a Isaac.
Segundos después de que este se retirara, el joven pudo escuchar el sonido que una cantidad de agua que caía, como si de un azote se tratase.
«Ya bañó a otro infeliz», pensó Isaac al escuchar unos quejidos provenientes del exterior de la celda.
El compañero de celda de Isaac dio un salto y salió de su cama. Se vio al espejo y mientras hacía lo que parecía ser una pequeña rutina de estiramiento, miró al joven.
—Lamento no haberte despertado, él siempre llega a las seis y media de la mañana a llamarnos. Si no le contestas te hace eso. Cuando te gritó por primera abrí los ojos, y bueno, ya viste que no esper mucho.
—¿Quieres decir que va a ser así todos los días?
—Así es, a menos que con el primer grito despiertes —contestó el hombre—, con el tiempo te acostumbraras y hasta podrás evitar ser bañado.
—No me quiero acostumbrar a sus mañas, ni a este maldito lugar —replicó furioso.
—¿Te llamas Isaac, verdad?
—Así es —contestó el joven.
—Pues te toca acostumbrarte hijo, nadie llega a Corsucal por error, el que está aquí es porque se lo merece.
Isaac no dijo nada, en su lugar se interesó por contemplar la celda, así que ayudándose con la luz amarillenta emanada de las velas dispuestas sobre cuatro oxidados candelabros adheridos a las paredes, empezó a explorar el lugar.
«Este sitio es un asco, como se nota que la suciedad es la que reina en esta cárcel», pensó él.
Frente a él se apreciaba una ducha con una delgada cortina y al lado, un inodoro bastante pequeño.
Las telarañas decoraban todos los ángulos superiores de aquellos curtidos muros, que además carecían de ventanas.
Un viejo armario de madera a su derecha, dos sillas y una mesa de metal algo oxidadas en el centro de la habitación, las camas y un espejo en una pared eran los que conformaban el mobiliario de la celda.
—Este lugar es bastante deprimente.
—Luego lo limpiaremos un poco más, antes estaba solo y era mucho trabajo, pero contigo tengo algo de apoyo. Y llegaste a buena hora, si no limpiamos pronto nos darán una paliza.
—¿Eso es legal aquí?
—Tenemos lo que nos merecemos chico, en el fondo sabes que es asi.
—Cada vez odio más a esos guardias.
El hombre rio un poco.
—Bueno, la verdad es que al llegar aquí, cosas como los guardias vienen incluidas en el paquete. Son como el juguete del combo de comida rápida para niños que venden en Mega Burger & Chips, no puedes evitarlo.
—Digamos que no quiero esa ración de comida.
—Imposible chico, todos nos la ganamos al volvernos criminales. Esta comida, si quieres seguir llamándola así, ya está sobre tu mesa, y para colmo de males, detrás de ti se encuentra esa abuela estricta, dispuesta a abrirte la boca y deslizarla por tu garganta si te rehúsas a comer.
—¿Todos?
—Así es chico, ¿sabes dónde estamos verdad?
Isaac dudó un momento mientras intentaba recordar lo que le habían dicho anoche.
—¿Estamos en “Tréboles” verdad?
—Exacto, este castillo es el de Tréboles, todos los que están en este castillo sufrimos cosas similares, porque nuestro crimen es el mismo. Pero si te consuela, también creo que es injusto.
Isaac miró a un lado, reacio a aceptar las palabras de su compañero por lo que cambió el tema.
—¿Hay forma de escapar?
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Editado: 06.07.2020