Universo Heraldo: Corsucal

Capitulo 2

La sensación de volver a la realidad tranquilizó a Isaac. Nunca se sintió tan feliz al despertar y verse en las oficinas administrativas de Golden Wings. Una gran empresa tecnológica dedicada a la producción de aparatos de última generación, la cual además estaba posicionada como la principal competidora de OEC Innovations.

«Un mal sueño», pensó al tomar un gran trago de una botella de agua que tenía en el desordenado escritorio que ocupaba desde hacía cinco años.

Sus compañeros de oficina, tecleando en sus computadoras y murmurando entre ellos, no paraban de hacer ruido. Aunque esta vez, lejos de molestarle como era frecuente, aquel ambiente lleno de cotidianeidad y sobrecogedora carga laboral, le hizo sentir mucha alegría, amén de un alivio que no le cabía en el cuerpo.

—¡Gracias Dios, gracias! —murmuró mientras se levantaba de la silla y corría a toda prisa al baño, dejando atrás el área de cubículos donde él y otros treinta analistas laboraban.

—Isaac, ¿Vas urgido? —le preguntó una voz que no tardó en reconocer.

—¡Alex! —exclamó el joven alegre—. Voy un poco apurado, pero dime, ¿qué pasó?

—No, mejor anda, no puedes negar el llamado de la madre naturaleza.

Isaac se quedó extrañado un momento hasta que comprendió la broma de su compañero. Entonces de muy buen humor replicó.

—Eso es correcto amigo, cuando hay que ir, se debe ir. Si quieres espérame en mi cubículo.

—¡Y lávate la cara! —le recomendó Alex—. Rondón se volverá como loco si se da cuenta de que estabas durmiendo en horas de trabajo… Otra vez.

—Es justo lo que voy a hacer —afirmó Isaac girándose y reanudando su viaje al baño.

Al entrar lo primero que hizo fue correr al lavamanos. La sensación del agua refrescando su rostro lo hacía sentirse revitalizado. Y aunque había entrado en ese lugar miles de veces a lo largo de los años, ahora parecía disfrutar de aquella estancia con paredes cubiertas de baldosas azules y retretes plateados. Pero es que tras ese sueño, hasta la idea de tener a su jefe molestándolo, le parecía algo ameno y esperanzador.

«Ya todo pasó, nada fue real», se dijo tomando papel de la dispensadora para secarse el rostro.

—Te equivocas, Isaac, sí fue real —sollozó una voz femenina a sus espaldas.

—¿Minerva? —contestó girándose de golpe a la par que sentía como su cuerpo se petrificaba.

Era ella, no había duda. Una joven exhibiendo una palidez mortal en su rostro estaba frente a él. Su cabello castaño ahora se veía tan marchito como la más vieja de las escobas y su blusa blanca lucía un sobresaliente manchón carmesí a la altura del pecho. El joven, pensando que sufriría un infarto se llevó las manos al pecho, en un vano esfuerzo por calmarse.

—¡Isaac! ¿Qué hiciste, Isaac? —dijo Minerva en un lamento.

—¿Pero qué…?

—¿Por qué tuviste que hacerlo, Isaac? —gimió ella llevándose las manos a la cara.

—¿Yo? Yo no… Esto no es posible.

—¿Tienes idea del daño que me hiciste? Por tu culpa… —gruñó ella tomándolo por el cuello de la camisa—. Por tu culpa estoy así.

—¿Entonces... sí lo hice? —murmuró él, sintiendo una fuerte puntada en un costado.

—¡Eres una sucia rata! —rugió ella con rabia—. ¡Te mereces estar en esa maldita cárcel!

—Perdóname Minerva… —suplicó encorvándose por el dolor en sus costados.

—¡Sucia rata! —le gritó ella de nuevo.

 

—Sucia rata, ¡levántate! —retumbó una voz en su oído.

Sin saber que pasaba, el joven intentó apartar a quien intentaba destrozar sus tímpanos, pero recibió un fuerte golpe en el pecho al intentarlo.

—¿Dónde…? —Isaac miró con su aún nublada vista en todas direcciones, pero antes de que pudiera detallar algo sintió otra puntada en un costado.

—¿Quién eres? ¿Qué diablos es esto? —preguntó siendo incapaz de identificar a su agresor.

—¡Soy el que hace sufrir a los rateros como tú!

—Eres tú… —Isaac miró a su alrededor, y al ver las mancilladas y lúgubres paredes que lo rodeaban no tardó en adivinar donde estaba.

«Supongo que era demasiado bueno para ser verdad», pensó.

Isaac estaba en una pequeña habitación que emanaba un denso olor a humedad. La única salida se encontraba detrás de una puerta de madera que empezaba a podrirse y además era flanqueada por aquel custodio que lo golpeaba cada tanto.

La escasa luz del lugar venía de unos velones situados sobre tres candelabros en las paredes, en estos, unas llamas esmeraldas danzaban enérgicamente, a pesar de que el lugar carecía de corrientes de aire. Siguió inspeccionando el lugar, pero salvo unas cubetas de madera, la habitación estaba vacía.

—Eres una rata. Te gustan las cosas que no te pertenecen, ¿Verdad? —bramó el guardia tras patearlo justo en la boca del estómago.

Isaac trató de hablar, pero la falta de aire lo hizo enmudecer, tuvo que aguardar unos momentos a que, tras recuperarse de la patada, pudo articular palabras de nuevo.




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