Universo Heraldo: Corsucal

Capitulo 5

El Palacio de Justicia era majestuoso. Externamente era similar a una basílica. Las paredes del edificio estaban cubiertas por una pintura azulada tan brillante como la seda, mientras que la cúpula era dorada. Las escaleras y el suelo se veían resaltados por las piedras y losetas verdes que centelleaban ante los rayos del sol que caían sobre ellas.

—Hoy es el día. Andando —le anunció Regulus, animándolo a caminar.

Isaac y su abogado entraron vistiendo sus sofisticados trajes blancos, con camisas y zapatos negros. Las paredes del interior estaban forradas por láminas de mármol que desde el suelo ascendían cuatro metros hasta el techo, degradándose en colores que iban desde el blanco al gris. El techo sobre sus cabezas era plateado y de él se sostenían hermosas lámparas, pobladas de cristales que colgaban de estas y que parecían despedir una fragancia a sándalo al transitar debajo de ellas.

Incontables ventanas con ornamentas doradas, estaban dispuestas por todos los pasillos que ellos recorrieron, asegurando el acceso de la luz solar a esos corredores.

—¿Sorprendido? —preguntó Regulus.

—Nunca me imaginé que este lugar fuera tan…

—Imponente. —Sonrió el abogado—. Sí, lo es; lo ha sido y lo será.

—¡Increíble!

—Ni siquiera el tiempo podría derrumbar este lugar.

—Por lo que veo adoras estar aquí.

—Aquí trabajo, y yo amo trabajar. Pero vamos, chico, no vinimos a hacer turismo, esperan por nosotros.

Regulus posó su mano sobre el hombro de Isaac, para motivarlo a continuar su recorrido. Eso le hizo recordar las tristes circunstancias que lo traían a ese lugar, su estado de ánimo decayó instantáneamente, pero era necesario seguir adelante.

Entraron por un corredor donde la ausencia de ventanas era suplida por unas gigantescas lámparas de techo que destellaban luz blanquecina.

Isaac esperaba en algún momento ver una oficina con personas trabajando, aquello era lo más normal en cualquier tribunal, pero eso no sucedió, solo vio a unos guardias cuya vestimenta era similar a los de Corsucal, con la única diferencia de que sus ropas eran blancas. También divisó unas cuantas personas con largas túnicas moradas que, aunque de manera soberbia, sonreían al ver a Regulus.

—Te tienen cariño aquí, Regulus.

—Y yo les tengo cariño a ellos. Ya casi llegamos, prepárate.

Arribaron a una pequeña sala de espera con bancos de madera acolchados, allí se sentaron. Regulus le informó que tras la siguiente puerta estaba la sala del juez. Un lugar donde miles antes que Isaac habían sido juzgados y miles más lo serían en el futuro. Él se encontraba reflexionando, repasando las cosas que le diría al juez cuando una voz lo sacó de concentración.

—¡Isaac!

El giró su cabeza rápidamente, buscando esa voz que no tardó reconocer.

«Son ellos…», se dijo muy sorprendido.

Sintió un vuelco en el corazón al ver a su tía Leticia, y junto a ella estaba Alonso, su primo. Ambos corrían por el pasillo por el cual él llegó.

—Alonso… Tía. —Él miró a Regulus, quien con una sonrisa hizo un gesto aprobatorio con su cabeza.

Entonces se levantó y dando grandes zancadas, se reunió con sus familiares que no dudaron en abrazarlo.

—Estamos aquí, Isaac —dijo su tía. Una delgada mujer de unos cuarenta y cinco años, rubia de cabello que caía hasta los hombros, vestida con un pantalón de vestir algo ajustado y una blusa de mangas cortas con estampado de flores. Alonso vestía un traje y corbata grises con una camisa blanca.

—Tía, yo…

—Toda la familia sabe lo que pasó, primo —lo interrumpió Alonso posando su mano en su hombro—. Los que no pudieron venir desean lo mejor.

—Te venimos a acompañar mi cielo. Dios te bendiga. Regulus nos puso al tanto y nos invitó a venir. No podíamos negarnos.

La vergüenza lo envolvía y estrangulaba, como una anaconda a su presa, estaba paralizado, incapaz de hablar o moverse, fue la mano de Regulus dándole una leve palmada por el brazo la que de alguna manera hizo que se recuperara.

—Lo lamento muchísimo tía, debes estar…

—Antes de que sigas mi niño, debes saber que lo que estoy es dispuesta a apoyarte en todo lo que haga falta. ¿Cómo te tratan? ¿Qué tal tu compañero de celda? Si te comportas bien tal vez podamos visitarte cada cierto tiempo.

—¿Visitarme? —Isaac se giró a ver a Regulus.

—No prometo nada, pero intentaré que se te conceda eso —contestó su abogado.

—Perdón tía, después de tanto tiempo lamento que me veas así.

—Isaac no tienes qué disculparte con nosotros, no te sientas mal. La familia esta para apoyarse en las buenas y malas —dijo la tía Leticia besándolo en la frente.

—Es hora, Isaac —anunció Regulus mirando la hora en su reloj.

—Ve querido —le recomendó ella.

—Estamos contigo, primo —comentó Alonso abrazándolo otra vez.




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