Un Buick blanco del noventa y cuatro, bastante conservado atravesaba una pronunciada pendiente, a más de doscientos metros se podían ver las oscuras rejas que predecían los castillos que conformaban Corsucal.
—No sabía que en el más allá tuviéramos necesidad de usar vehículos.
Regulus sonrió.
—Esto es un vehículo astral, lo construí así para no perturbar tanto tu mente humana, los suicidas quedan más vulnerables que el resto de las almas, por eso Corsucal es tan parecida a una cárcel convencional.
—Ese detalle no lo sabía —contestó Isaac mirando por la ventana.
Delante de él se dibujaba un paisaje desolado y grisáceo, con nada más que arena negra, árboles moribundos y piedras.
—¿No hay autos en el lugar de dónde vienes Regulus?
—No los necesitamos, pero desde que los descubrí me encantaron. Tengo uno parecido a este en tu mundo.
—¿Ah sí?
—Sí, el próximo fin de semana empezaré a repararlo.
—¿Qué problema tiene?
—Nada, tenía un mes sin fallar. Así que le pedí a unos amigos que lo dañaran para poder dedicarme a repararlo.
—¿Perdón?
—Claro, ahora tengo con que entretenerme, ellos suelen sacarle piezas y tornillos. Yo tengo que revisar todo hasta encontrar el lugar de donde sacaron las piezas. Es divertido.
Isaac arqueó las cejas.
—Eres extraño —comentó sin ganas de querer ahondar más en el asunto.
—Ya estamos llegando —anunció Regulus en un tono comprensivo.
«Maldito lugar», pensó el joven ver aquel lugar olvidado por la luz del sol.
El aura de la cárcel era totalmente opuesta a la del palacio de justicia. Corsucal parecía emanar tinieblas desde su propio núcleo, aquella oscuridad se veía intensificada por la negrura proveniente de las gigantescas nubes de tormenta, que con frecuencia desprendían relámpagos en los alrededores.
Se bajaron del vehículo para quedar frente al portón principal que antecedía al jardín, en aquel momento Isaac sintió en su rostro los vientos gélidos de aquellas estructuras. Condenada para siempre a ser gobernada por la tristeza de los pecadores que yacían recluidos tras sus muros.
El joven y su abogado atravesaron las rejas y caminaron por los jardines. Allí Isaac divisó unas rosas negras gigantes, aquellas plantas deberían medir unos dos metros de ancho y largo como mínimo. La caminata se detuvo cuando ante ellos estuvieron los dos primeros castillos, Tréboles y Corazones. Y en medio de estos una edificación que se alzaba como una gran catedral con puertas de bronce. Rodeando esa estructura se explayaba un enorme jardín, repleto de rosas violetas, tan grandes como balones de baloncesto y tan brillantes como la amatista.
Isaac se detuvo un momento, deseando hablar de cualquier cosa para posponer su inevitable entrada a ese reino de tormentos. Así que echando una mirada a ese jardín, abordó a su abogado con lo primero que se le vino a la cabeza.
—Parece increíble que las rosas pueden crecer en este lugar.
—Las rosas de Corsucal son especiales, Isaac —comentó Regulus, deteniéndose a contemplarlas con él—. Con decirte que no es el agua o los cuidados lo que las mantienen vivas.
—¿Entonces que las alimenta?
—El sufrimiento, las penas, el dolor. Eso las sustenta.
—Es decir, nosotros…
—Correcto, por eso toman ese color tan opaco —contestó Regulus bajando la mirada—. Aunque ellas tienen una labor muy importante, son necesarias para esta cárcel y existen desde la creación de la misma.
—¿Cuántos siglos tienen aquí?
—Una eternidad, sería más apropiado decir mi joven amigo; estas rosas nunca se han marchitado, las que vez son las primeras que nacieron al crearse la prisión.
—¿Para qué sirven?
—Creo que ningún recluso debería saberlo, al menos no por mi boca. Solo te diré que tienen una función, un noble propósito. Es necesario que estén aquí.
Isaac no tenía ánimos de replicar, no le importaba realmente la respuesta, el saber que permanecería encerrado en esa fortaleza, por casi quinientos años era frustrante, y le transmitía una de las peores sensaciones que ni en vida llegó a experimentar.
Sin embargo, lo comprendía incluso desde antes del juicio. Era lo que llamaban auto juzgamiento. Después de todo, al morir el alma adquiere mucha información, una sabiduría guardada en los pasillos más profundos del espíritu; un conocimiento tan vasto y enriquecedor que de poseerse en vida, llevaría a las personas a un camino muy distinto del que toma la mayoría, pero desgraciadamente este saber está oculto para la mayoría de las personas, haciéndolo casi imposible de alcanzar.
—¿Hasta cuándo me acompañaras? —preguntó Isaac a Regulus —. No te ofendas, no es que caigas mal, pero…
—Entiendo que quieres estar solo Isaac, pero debo llevar tu expediente a la oficina del alcaide, luego con seguridad él querrá hablar contigo.
—¿Aquí el alcaide habla con los prisioneros?
—Kerberus Pyrrhus hace espacio para hablar con cada uno de sus reos, le gusta conocerlos en profundidad, así también sabe a qué se enfrenta al dejarlos entrar y si debe tomar medidas especiales.
—¿No le basta con lo que dice el Tribunal?
—Él lo respeta, pero prefiere hacer las cosas a su manera —sentenció Regulus mientras caminaba posando su mano sobre el hombro del joven.
Isaac no tardó en entender que aquel era su gesto predilecto para con los demás. Lo ayudaba a ganarse la confianza de su prójimo y a la vez le permitía de alguna manera, inyectarle ánimos a la gente.
—Kerberus es hábil para evaluar a la gente que tiene a su cuidado, eso no se lo puedo quitar.
Los caballeros reanudaron su marcha y atravesaron las puertas de bronce. Ante ellos un gran salón con baldosas negras y brillantes se explayaba, las paredes tenían seis enormes cuadros, cuatro eran pinturas de los diferentes castillos de Corsucal. Jack no tardo en reconocer los muros grises de Tréboles y Corazones, también creía saber cuál era el de Picas por sus paredes rojas, y se hacía una idea del nombre del cuarto, cuyas murallas eran negras.
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Editado: 06.07.2020