Estaba completamente perdido, caminando por un sendero de tierra que jamás había visto. Por donde miraba, solo encontraba árboles, mientras se escuchaba el sonido del viento chocar contra las ramas y a algunos pájaros que cantaban sobre de ellas. Detrás de mí se extendía una llanura ondulante con amplias montañas a lo lejos, no se veía ni una pizca de civilización, por lo que preferí seguir el camino, con la esperanza de que quizá me llevaría a un lugar habitado. Luego de un rato miré al cielo tratando de ubicarme, fue entonces que gracias a la posición del sol y de mi sombra logré deducir que eran alrededor de las tres de la tarde.
En algún momento consideré el regresar, pero una mirada hacia atrás bastó para recordarme que no había nada de donde venía. Por lo que continué vagando por el sendero frente a mí. Me recosté bajo la sombra de un árbol para descansar. El fresco césped y el ambiente que se respiraba inspiraban una gran tranquilidad. Sin preocupación alguna cerré los ojos por unos minutos, hasta que escuché la voz de otro chico que me hablaba.
—¿No eres de por aquí verdad? No deberías dormir al aire libre, podría atacarte un oso o un lobo —me dijo.
Llevaba consigo un extraño palo, similar a un bate de béisbol, pero plano y una pequeña pelota amarilla. Atrás suyo estaba otro chico, ambos iban en bicicleta. Miré extrañado hacia ambos lados, buscando el lugar de donde habían salido, entonces vi una pequeña casa de campo al final del camino, parecía que estaba cerca de un poblado.
—¿Eso estaba ahí antes? —pregunté, pero ellos no me contestaron y solo se rieron de mi duda, entonces el de la gorra verde extendió su mano y apoyándome en él me puse de pie.
—Soy Shane y él es Nelson. ¿Quieres jugar con nosotros? —Asentí y me subí en la parte trasera de la bicicleta de Shane. Pronto nos dirigimos a una cancha algo descuidada con unas gradas bastante sucias, supuse que a veces se organizaban juegos allí, pero no muy seguido porque el césped no estaba muy corto. Comenzamos primero a hacer algunos tiros a la portería y después a robarnos la pelota entre nosotros con ese extraño bate. Allí jugamos por lo que parecieron horas.
—¡Vamos a ganar! —gritó Nelson corriendo por el campo. Era bueno jugando, tenía que reconocerlo. El chico interceptó mi pase y con una destreza que, conseguida tras varios meses de práctica, tiró hacia la portería que protegía Shane. Fue un tiro tan perfecto que ni siquiera el barrido de Shane logró frenarlo.
Nelson y yo festejamos, pero Shane notablemente enfadado lanzó una patada al suelo. Estábamos por cambiar roles cuando algo me llamó la atención, otro chico aún más pequeño apareció. Llevaba una camisa blanca y pantalón de vestir gris, se veía sumamente pálido, como si nunca se hubiera bronceado.
Lentamente se acercó a nosotros y habló.
—¡Quiero jugar! —Los tres nos miramos inquisitoriamente y entonces Shane negó con la cabeza—. No puedes jugar así, además no tenemos otro bate.
—Juguemos a otra cosa, tengo un monopolio en mi casa, mi mamá me dijo que los invitara.
—¡Vamos todos! —exclamó Nelson.
—No, mi mamá también va a jugar, ¡Que se quede él! —ordenó el niño luego de señalarme.
El ambiente empezó a enfriarse, pero no era un frío normal, ya que lo sentí penetrar en mi piel hasta que me heló los huesos y me hizo enmudecer.
—¿Bel, estás bien? ¿No te importa si vamos, cierto? —comentó Shane.
Quería decirles que no fueran, que ese chico era muy extraño, pero simplemente moví mi cabeza de arriba abajo incapaz de hablar, y aunque Nelson intentó decir algo en mi defensa, desistió al ver que yo no argumentaba nada.
—Vamos, conozco un atajo. —Fue lo último que escuché decirles, luego los perdí de vista.
***
Sebastián escuchó con atención cada palabra de lo que le contaba. Como si buscara algún detalle que se le hubiera escapado de las veces anteriores. Pasadas tres largas horas viajando en tren, estábamos por llegar a Redfield. Por suerte, no había mucha gente en el vagón de pasajeros donde nos encontrábamos. La orden para la que trabajábamos, tenía muchas influencias y recursos, por lo que nos encontrábamos sentados en la zona Vip, aun así la espera comenzaba a fastidiarme.
—Concuerda con lo que nos dijo Jeaneth. Dos niños fueron los últimos en desaparecer, por no decir que con tantos casos la policía no sabe qué hacer.
—¿Crees que sean ellos? Solo fue un sueño, los humanos los tenemos todo el tiempo tul… Sebastián —respondí cuando me aburrí de jugar con las cartas que había traído, luego abrí mi refresco de malta y comencé a beber.