Es una sensación extraña la que uno siente al estar en un lugar que solo has visitado en el plano astral. Imagino que cuando las personas viven estas experiencias se sienten igual, aunque claro, ellos ni siquiera saben a qué se debe y prefieren llamarlo Déjà vu. Supongo que no puedo culparlos, los humanos están tan inmersos en el plano físico, que rara vez prestan atención a la riqueza espiritual que los rodea.
—¿Te vas a quedar parado todo el día? —me cuestionó Bel con esa impaciencia que siempre lo dominaba.
—Solo tomaba un poco de aire, pero creo que es mejor no retrasarnos más de la cuenta —dije para luego darle un suave empujón y motivarlo a que me siguiera.
A las seis de la tarde cruzamos un gran portón con barrotes oxidados que rezaba Redfield´s Graveyard en su parte más alta. El sol estaba oculto tras las montañas y solo una estela de su luz rojiza quedaba en el cielo.
La necrópolis no tardó en aparecer ante nosotros, recibiéndonos con las fragancias emanadas de las coronas y ramos de crisantemos, claveles y azúcenos que homenajeaban a los difuntos. Un sin número de lápidas y cruces que parecían estar a punto de desmoronarse se explayaban por todo aquel horizonte, donde hasta los cipreses empezaban a verse marchitos, todo gracias a nuestra amiga, que gracias a ese paisaje pude comprobar que era, en efecto poderosa.
Aquel cementerio, no contaba con oficinas administrativas ni cámaras de seguridad, por lo que era imposible que alguien notara nuestra presencia. Eso me tranquilizaba, que un hombre como yo se metiera con un niño como Bel, a un lugar así en la noche no podía ser bien visto de ninguna manera.
—La anciana quería venir… ¿estuvo bien que la dejaras?
—Sí, esta nauseabunda es fuerte y tiene una influencia muy grande en la zona, además ella es solo una colibrí, y por su edad es un tanto delicada, es más sabio que se quede segura en su casa.
—Vaya, sí que te preocupas por ella, debe ser frustrante para ti que ahora solo sea una vieja…
Bel no terminó aquella sentencia, era obvio que mi cara se lo dijo todo, su irrespeto a los mayores seguía siendo algo pesado de manejar, pero al menos ya parecía comprender que ciertos comentarios eran inadecuados.
—En su época fue una de las mujeres más bellas en toda la orden.
—Fue… tú lo dijiste, y al decir eso, refuerzas mi idea de que lamentas que ahora no sea más que una vieja decrépita que sólo puedes mirar.
—Un joven no debería expresarse así, y menos un heraldo —dije suavemente para luego posar mi mano sobre su hombro y presionarlo hasta que él se vio obligado a forcejear para soltarse de mi agarre.
—No controlas tu fuerza —añadió él molesto mientras se sobaba.
—Al contrario mi joven amigo… la controlo muy bien —repliqué sonriendo complacidamente.
—Podría quemarte vivo —dijo molesto.
—No se puede quemar a la oscuridad mi joven amigo.
—¿Quieres que pruebe?
—Mejor guarda tus ímpetus para la nauseabunda.
Seguimos caminando hasta que reconocí la estatua del ángel que vi en mi visita tres días atrás, era bastante parecida solo que ahora no poseía esa repulsiva sustancia negruzca, en su lugar, una cuantiosa cantidad de polvo, mugre y parches mohosos la cubrían. El resto era más o menos igual a como lo recordaba, algunas cosas como mausoleos y tumbas cambiaban un poco de lugar conforme a como las recordaba pero eso era normal. No todas las cosas que se ven en el astral, se mantienen idénticas en el mundo físico.
—¡Este lugar apesta! —comentó Bel arrugando su cara—. Debe tener tiempo viviendo aquí.
Yo asentí al escuchar aquella afirmación. La contaminación que aquella nauseabunda hizo descender sobre la zona era impresionante, hasta los árboles más jóvenes estaban secándose sin razón, el mismo mármol y granito de las lápidas no tan antiguas parecían estar pasando por un proceso de envejecimiento muy acelerado, y aunque no podía verlos imaginé que la madera de los centenares de ataúdes bajo nuestros pies se pudría a una velocidad vertiginosa.
—Nos acercamos —informé a mi joven compañero cuando contemplé a lo lejos el mausoleo de mármol rojizo, lugar donde tuve mi encuentro con aquella alma turbada.
—Sentí algo detrás de nosotros —comentó el joven que rápidamente se giró cuando escuchamos el crujir de unas ramas a nuestras espaldas.
—¡Indudablemente! —repliqué sentándome en un pequeño banco junto al camino que de continuarlo nos llevaría cerca de la entrada del mausoleo—. Debió ser una de las muchas presencias que habitan este lugar, no les gustan las visitas, creo que es a causa de la nauseabunda, de alguna manera las ha influenciado.
—Sigo pensando que hay algo más aquí que es más grande que esa nauseabunda.
—¿Eso crees? Aún te inquieta tu visión por lo que veo.
—No me dio miedo.
—Nunca dije que fuera miedo.
—Esa cosa que vi era poderosa, muy poderosa.