No tenía ganas hablar con nadie, sin embargo, me detuve al escuchar una voz que me llamó desde la recepción de la comisaria. Lugar que por cierto no era más que un escritorio viejo de madera con una silla plástica, y un televisor en blanco y negro; que aún no me explicaba cómo seguía funcionando. La voz era de un agente larguirucho y bigotón que dejando de ver un juego de beisbol se puso en pie y empezó a gritar al verme.
—Hace su entrada el mejor policía y mecánico, no solo de Likaren, sino de todo Silver River. Reciban con un gran y caluroso aplauso al oficial Robert Wilson —dijo aquel hombre, simulando la voz de un comentarista de deportes, mientras aplaudía en forma lenta pero enérgica.
—¡Condenado electro-ventilador! —exclamé negando con la cabeza.
—¿Pero pudiste hacer el trabajo?
—Sí. —Asentí mientras miraba mi reloj de pulsera—. Pero esa patrulla me robó más de tres horas de mi vida. Al final pasé un cable directo al borne de la batería, así al menos el ventilador encenderá cuando arranque la patrulla.
—Bueno esa es una solución temporal —replicó el oficial explayándose en la silla mientras regresaba su atención al televisor—, pero servirá de momento, puedo decir que cumpliste con tu misión. Queda relevado del servicio oficial.
—Le diré a Méndez que me dejaste salir y me iré.
—¡Claro! Para que nos joda a los dos.
Jiménez era un tipo que a todo le encontraba un chiste, lo cual lo hacía algo popular. Aunque no todo el mundo apreciaba eso, la gente solía criticar lo poco profesional que podía ser aun en las situaciones más graves. Pero yo no me podía quejar, después de todo fue él quien me dio la idea para arreglar el problema con la patrulla.
Tras hablar con él atravesé un pasillo blanco que me dejó en la planta baja del edificio. El lugar en general era pequeño y muy antiguo. Lo que saltaba a la vista era un área con treinta sillas metálicas en seis hileras de cinco cada una, esa era la sala de espera. Los tubos fluorescentes en las paredes iluminaban la estancia. Del lado derecho había seis oficinas administrativas, incluida la del jefe de la comisaria. Del lado izquierdo una única entrada que conducía al área de detenidos, la cual contaba con seis celdas que casi siempre apestaban a sudor.
Al fondo de la sala estaban las escaleras que llevaban al segundo piso, el cual contaba con nueve habitaciones, las tres más grandes del ala derecha servían como dormitorios para el personal de guardia, la cuarta en esa área era el cuarto de aseo. Los dos baños, y el parque de armas de encontraban en el ala izquierda, para hacer este último fue necesario romper la pared que unía dos habitaciones más pequeñas. La última entrada conducía a un cuarto que servía como depósito.
Las paredes ostentaban los retratos de la cadena de mando de la policía, la cual acababa en un viejo decrépito llamado Charles Manson, quien servía como director del edificio. También se exhibía una cartelera con fotos de los veinte criminales más buscados, ofreciendo recompensas por cualquier información sobre ellos.
Ingresé a la oficina más cercana a las escaleras, esta contaba una pizarra donde se actualizaba diariamente el rol de servicios. También había un poster de una “Glock Pegasus” en el cual se denotaban sus partes, un mapa gigante del estado de Silver River señalando las zonas con presencia policial en la ciudad de Likaren, y cinco puestos de trabajo con escritorios, de los cuales solo estaba ocupado uno; el de mi jefe inmediato y compañero de patrullaje, el supervisor Carlos Méndez, hombre que al verme me hizo señas con la mano para que me acercara.
—¿Listo, Wilson? —me preguntó a la vez que degustaba una grasosa hamburguesa con tocineta y queso frito, cortesía de sus amigos de Mega Burger & Chips.
Mi compañero y el gerente del local tenían un acuerdo, él les brindaba seguridad vigilando el establecimiento unas cuantas veces al día cuando trabajaba y ellos lo dotaban con la cena, un par de veces me ofrecieron el mismo trato, pero comer tanta basura no me agradaba.
«Deberías empezar a comer, tal vez agarres carne, estas bastante escuálido», recuerdo que me dijo Méndez cuando dije: «no, gracias» al ofrecimiento de sus conocidos.
Pero es que el ver a mi jefe inmediato volverse un patrocinante oficial del colesterol no me animaba mucho, además yo no era tan escuálido, mi contextura era normal.
—Misión cumplida, jefe —dije sentándome de golpe en una silla metálica con asiento de cuero frente a su escritorio—. Puse un cable del ventilador al borne, fue la única forma de que funcionara.
—Eso me gusta, la creatividad es importante. Descansa un rato para que luego vayas a solucionar una situación que se presentó en el baño hace poco.
—¿Situación? —pregunté haciendo una mueca de desagrado. No me gustaba como sonaba eso.
—Así es muchacho, algún cabrón tiro mucho papel sanitario en el inodoro y ahora está tapado, pero oye, las cosas pasan por algo, ya que estés allá puedes lavarlo y dejarlo como una tacita de plata.
—Señor… con el debido respeto —empecé a decir intentando esconder mi indignación—. Tengo trabajando con usted casi tres años, el próximo mes conseguiré mi primer ascenso. Aparte de eso hemos estado juntos en más de treinta enfrentamientos con lacras que portaban no precisamente pistolas de agua ¿No podría ya dejar de tratarme como a un nuevo recién salido de la academia?
Méndez dejó su hamburguesa en el escritorio lleno de informes, leyes y muchos otros documentos, cuidando en todo momento de no mancharlos, entonces me miró fijamente y asintió.
—¿Sabes algo, Wilson? —comentó simulando un todo de voz bastante comprensivo—. Tienes toda la razón. Ya no eres un nuevo. ¡No señor! Es más hagamos algo…
Esa forma de actuar no era un buen augurio, quise creer que estaba equivocado, pero algo muy dentro de mí sabía que un balde de agua fría se me venía encima.
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Editado: 25.06.2020