El cantar de las aves e insectos nocturnos repartidos en el interior de la arboleda nos recibió, con nuestras linternas en mano exploramos las inmediaciones hasta que unos veinte metros adentro del sendero vimos algo que llamó nuestra atención.
—Eso es una…
—Es una patrulla policial —sentenció Méndez.
Nos acercamos haciendo crujir las hojas secas que gracias al otoño encontramos en nuestro recorrido, cuando alcanzamos el auto patrulla notamos que se encontraba adornada con pegatinas de la policía de Royal Coast.
—También vino gente de Royal Coast —afirmé mientras tocaba el capo del automóvil—. Esta tibio, jefe, tiene ya un buen rato aquí, tal vez media hora.
Méndez asintió y dirigió la luz de su linterna al interior del camino, varios metros al fondo pudimos ver lo que parecía ser una casa.
—¡Nuevo! —exclamó Méndez mirando en todas direcciones—. Informa a la central y notifica lo que vimos, voy a echar un vistazo.
Mi compañero estaba serio, pocas veces lo había visto así, por lo que regresé a la patrulla, mientras él hacia el reconocimiento de la zona.
—Aquí Cephei 110 —dije tras entrar a la patrulla y tomar el micrófono de la radio.
—Aquí central, Cephei 110, cambio —replicó la voz por la radio.
—Central estoy con Cephei 38 en las adyacencias de la urbanización “Santa Flor”. Atendemos el llamado de un posible Procyon 70 en circunstancias sospechosas, encontramos también cerca una patrulla de la policía de Royal Coast, no hay rastros de… —Una fuerte señal de estática me impidió seguir hablando.
—Aquí central, Cephei 110, no se escucha —añadió el operador—.Repita por favor.
—Aquí Cephei 110, repito, Cephei 110, estoy con Cephei 38… —No dije más. La estática me impidió comunicarme con la central. Así que apagué y volví a encender el transmisor de la patrulla, pero no encontré manera de que funcionara.
—¡OEC Innovations de mierda! —murmuré leyendo el nombre de la compañía que había fabricado la radio.
Me rendí, la situación me había frustrado, así que sin más remedio tomé mi celular e intenté llamar a la estación, entonces descubrí que la cobertura me había abandonado, volví a lanzar una maldición y me recliné unos instantes llevándome las manos a la cara, entonces sucedió un hecho extraño, sentí que algo se aferraba con fuerza a la pierna que deje afuera de la patrulla.
—¡Qué demonios! —grité cuando miré hacia afuera mientras que, en un acto de reflejo saqué la pistola de mi correaje, todo con mi corazón deseando saltar fuera de mi pecho.
Aquel grito hizo que Méndez se volteara enseguida.
—¿Qué diablos sucede? —dijo mi compañero empezando a correr hacia la patrulla.
Le apunté para dispararle pero ya no estaba, había desaparecido, y en los segundos siguientes no pude hacer más que cuestionarme si lo que vi fue verdad, o sólo producto del cansancio de tener más de veinticuatro horas de servicio.
Era como una especie de gato gigante, un león o algo así… A la luz de la luna su pelaje parecía refulgir en un tono azulado, creo que su melena era blanca o grisácea, no pude detallarlo mucho. Pero es que, luego de sentir al condenado animal clavando sus colmillos en mi pierna, no me quedaron ganas de evaluar a que familia de felinos pertenecía.
—¿Qué pasa, chico? —preguntó Méndez al llegar a mi lado, aquel hombre estaba evidentemente preocupado.
—Yo… vi una serpiente y me asusté señor, aparte de eso no me puedo comunicar.
—¡Muchacho pendejo! —bramó sacando su teléfono celular para llamar.
—¿Tiene cobertura, señor? mi teléfono no sirve para nada aquí —musité fingiendo la mayor calma posible.
—¡Nada! —añadió Méndez tras ver la escasa señal de su celular—. Estamos jodidos vamos a tener que…
Méndez guardó silencio cuando escuchamos unos ruidos viniendo de la casa. En un rápido movimiento se refugió entre los arbustos, que dados los colores de nuestros uniformes, le proveyeron un excelente camuflaje. Yo por mi parte me limité a apagar las luces de la patrulla. Los mismos arbustos que protegían a mi compañero parecían cubrir buena parte de la camioneta, así que salvo que quien saliera de la casa tuviera el ojo de un águila, no seriamos vistos. Con aquel muro de vegetación, y la oscuridad de la noche defendiéndonos, guardamos silencio.
Un hombre salió de la vivienda, me fue imposible detallar bien su cara por su oscura indumentaria, parecía ser un hábito negro. Aquel sujeto traía un gran costal en sus hombros, y tras caminar varias docenas de metros, lo lanzó detrás de una pequeña casucha para perros cubriéndolo con varias hojas de palma.
Aguardamos hasta que aquel sombrío personaje regresó a la casa. Luego y tras un par de minutos nos aventuramos, con armas en mano, por aquel camino con la intención de ver el contenido del saco.
Al estar cerca de la casucha nos refugiamos en las sombras, esperando que la negrura de la noche le impidiera a aquel hombre vernos desde la casa. Luego removimos las hojas. En ese momento su forma me hizo sospechar, sin embargo fue cuando mi compañero sacó su navaja, y rasgó el envoltorio hasta la mitad que resolvimos el misterio.
—¡No puede ser! —exclamé mientras por primera vez en mucho tiempo mi sangre se helaba.
No fui capaz de notar cuando, pero para el momento en el que me di cuenta, varios chorros de sudor recorrieron mi frente y ahora descendían por todo mi rostro. Era un cadáver… estaba medio desnudo, con nada más que la parte superior del uniforme de la policía de Royal Coast. Aquel pobre diablo estaba cubierto de lo que parecía ser, cera de velas negras y apestaba a carne podrida y sangre.
—Muy bien, chico, aquí es cuando nos vamos y buscamos apoyo. Este maldito está loco y quién sabe si tiene compañía allá adentro —anunció Méndez cubriendo el cuerpo con las hojas—. Vamos a dejarlo como estaba y volvamos con una comisión más numerosa de agentes.
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Editado: 25.06.2020