La casa estaba descuidada, aunque era innegable que en el pasado había sido bastante atractiva. Sus muros, forrados en enormes lajas de piedra gris parecían fulgurar con la luz de la luna.
Méndez se recostó de la puerta y la empujó con suavidad, esta se abrió de par en par. A esta altura ya estábamos conscientes que aquel desquiciado podía habernos visto mientras revisábamos la casucha para perros, pero como dijo mi compañero, no podíamos ignorar ese grito.
—¡Cuidado, nuevo! —me aconsejó Méndez, entrando primero que yo.
Un olor a quemado nos recibió, Lo primero que aprecié en la oscuridad fue el deplorable estado que esa sala proyectaba. Cuatro muebles de madera tipo country habían sido despedazados y estaban en la esquina del fondo.
Creo que habían cuadros en las paredes pero ver era difícil, la iluminación era escasa y no se apreciaban bombillos en los socaste de las paredes. Así que optamos por nuestras linternas para guiarnos. Méndez se dedicó a inspeccionar con mayor detenimiento la sala mientras yo giré a la derecha para adentrarme a la cocina.
Entré esperando encontrarme cualquier cosa, pero no vi nada, la estancia estaba intacta, sin señales de violencia, a mi izquierda se encontraba un comedor de madera antigua, con cuatro sillas. A mi derecha vi la cocina, que tenía sobre ella un par de gabinetes y a la derecha un fregadero donde sobresalía una pila de platos sucios en los que varias moscas hacían fiesta con los restos de comida.
El olor a quemado se hizo más fuerte, así que me acerqué hasta que, sobre una hornilla, encontré una olla de arroz quemándose, estuve tentado a apagar el fuego, pero en ese instante escuché un nuevo quejido, proveniente del segundo piso de la vivienda, aquel era una copia fiel y exacta del que escuché afuera, teníamos que subir.
—Wilson, ¡Juntos! —me ordenó Méndez imperativamente. Aunque ya sabía que tenía que regresar con mi compañero.
Avanzamos por el único pasillo, barriendo con nuestras armas cada zona nueva que encontrábamos, el corredor estaba lleno de cuadros de figuras religiosas y bodegones. El baño estaba en la mitad del corredor, lo inspeccione pero carecía de una cortina en el área de la ducha, estaba sucio pero no había nada importante allí.
El pasillo se bifurcaba en dos senderos. A la derecha habían dos habitaciones, mientras que a la izquierda estaba la escalera para subir y a un lado de esta, el que debía ser el cuarto le lavado. Inspeccioné este último rápidamente, pero solo encontré una batea, dos cestos con ropa sucia y una lavadora pequeña que chorreaba espuma, claramente había sido apagada hacía pocos minutos.
Méndez revisó las habitaciones mientras yo montaba guardia en el inicio de las escaleras. Antes de subir debíamos asegurarnos de que nadie nos intentara emboscar por la espalda.
—A maldita hora nos vinimos a quedar incomunicados aquí —gruñó Méndez girándose hacia mí—. Estos deben ser los cuartos que usan los visitantes, están limpios, andando.
Méndez subió primero y yo lo seguí, lo que estábamos haciendo iba en contra de una de las normas. Éramos solo dos, las incursiones policiales debían hacerse en un número mayor de personas. Pero no teníamos opción, los policías suelen viajar en parejas y si aquella auto patrulla fue tripulada por dos agentes, teníamos que intentar salvar la vida del oficial restante.
El segundo piso estaba compuesto por un pasillo con dos habitaciones a la vista y que luego convergía a la derecha. Tomé la primera puerta a mi izquierda y me encontré en una habitación vacía, entre las cosas que pude distinguir había una foto sobre una repisa, donde se veía a un joven con los que presumo eran sus padres. Las paredes estaban prácticamente tapizadas con posters de varios artistas, entre los cuales resaltaba enormemente uno de Stacy Hawk, una actriz y cantante muy conocida.
—Un hombre que escucha a Stacy… Debe ser un tipo duro —comenté irónicamente antes de abandonar la habitación.
Méndez tomó la segunda habitación. Me asomé desde el marco de la puerta y pude ver montones de ropa, sábanas y un viejo juego de muebles verdoso tapizado en cuero. Al converger en la bifurcación nos encontramos con la habitación que por defecto debía ser principal, aquel lugar estaba según mis cálculos justo debajo de la cocina, de allí venían los gritos.
En ese momento me di cuenta de que no había ciclado mi arma, lo cual si consideramos que fui yo el que metió las balas en los cargadores y los introdujo en las Glock, era algo por demás estúpido. Sintiéndome un idiota puse mi mano sobre la corredera, luego la hale hacia mí para que la primera bala del cargador subiera a la recámara del arma.
—¡Maldito nuevo! —susurró Méndez girándose a verme cuando escuchó el sonido hecho por la pistola. Lejos de molestarme entendí su enfado, si hubiese encontrado una amenaza antes, no me habría podido defender, me hubiesen vuelto mierda en el acto.
—Perdone, jefe —repliqué.
La puerta estaba entreabierta, Méndez le dio una patada enérgica y yo lo seguí, ambos barrimos la habitación preparados para todo, o eso creíamos. La verdad es que no estábamos listos para ese escenario, al menos yo no lo estaba.
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Editado: 25.06.2020