Seis personas, incluyendo al segundo oficial de policía que buscábamos estaban clavados en las paredes, todos ellos carecían de sus prendas inferiores.
A nuestra derecha estaban dos parejas y a la izquierda dos hombres, estos eran el joven que vi en la foto del cuarto anterior y el policía que faltaba. Creí reconocer a los que seguramente eran los dueños de la casa por esa misma foto del cuarto del joven. Tanto el hombre como la mujer pasaban las cinco décadas, a la otra no logré identificarla, pero supuse que era la que vino en el Siena estacionado afuera.
La mujer cercana a la dueña de la casa lanzó un quejido lastimero al vernos, claramente intentaba decirnos algo, pero no pudo. La forma en la que las víctimas fueron clavadas los dejaba formando un ángulo de sesenta grados con sus brazos. Debajo de sus manos habían baldes recogiendo la sangre que goteaba por unos cortes que aquellos desafortunados tenían en sus muñecas. Me tomó un poco de trabajo notarlo pero vi que sus manos estaban vendadas, aunque claro, la forma de ese vendaje no buscaba detener el sangrado, sino retrasarlo.
El que más llamó mi atención fue el otro funcionario policial. Yacía clavado a una estructura en forma de equis, construida usando partes de múltiples muebles. Seguramente muchas de esas partes venían de los que encontramos despedazados en la sala. El policía no se movía y parecía no respirar al igual que el joven a su lado. Así que los di por muertos. En el suelo había un triángulo hecho con algo blanco que parecía tiza, la punta más larga apuntaba hacia la pared con más víctimas, mientras que la base a los dos hombres.
La habitación carecía de iluminación artificial, la única luz que se colaba por la ventana era la de la luna. Los muebles de la habitación habían sido hechos a un lado y estaban en la pared que teníamos a nuestra espalda, junto a ellos estaban las lámparas, mesas de noche, lo que quedaba de la cama y los artefactos de la habitación. Había una persona más, y fue en la que Méndez y yo nos enfocamos, ya que sin lugar a dudas era el artífice de esta macabra obra.
Estaba sentado en el centro del triángulo con las piernas cruzadas, tenía en sus manos un libro y recitaba algo en voz baja. Era el mismo que habíamos visto afuera, ya que reconocimos su túnica de cuero totalmente negra, solo que ahora pudimos apreciarlo mejor.
Su cara era ancha, tenía poco cabello y una espesa barba. Cuando nos vio cerró el libro y sonrió.
—¡Arriba las manos, hijo de perra! —exclamé apuntándole con mi arma.
—Levántate y te pegas contra la pared, sucia rata —bramó Méndez.
—Tantos regalos… —comentó aquel hombre serenamente.
—Levántate ¡Maldita sea, arriba! —grité molesto.
Él se levantó, y nos contempló unos instantes. Luego sacó de una de sus mangas lo que parecía ser un pequeño bate metálico de unos cincuenta centímetros.
—Hoy es mi día de suerte —anunció el—. Hoy es el día de Marbas.
Aquel hombre caminó hasta la mujer que había intentado hablarnos al llegar, ella nos miró con desesperación cuando su captor acarició su vientre.
—Al suelo, tírate al suelo y aléjate de ella —rugió Méndez.
Sin embargo el no obedeció ninguna de nuestras órdenes, sólo nos vio con esos ojos inyectados de sangre y dio dos pasos hacia nosotros, con lo que redujo nuestras distancias a menos de tres metros.
No estaba dispuesto a tomar riesgos innecesarios, así que disparé al sentir que mi compañero hizo lo mismo. Desafortunadamente, la desgracia se puso de nuestro lado cuando las balas no salieron nuestras pistolas. Los cartuchos se atoraron en la corredera impidiendo a su vez que los siguientes subieran a la recamara, aquel sujeto soltó una carcajada y dos segundos después lo tuve encima. Me lanzó un golpe con ese bate que logré esquivar, mientras en un veloz movimiento saqué el bastón extensible de mi correaje, tras desplegarlo con un rápido movimiento hacia arriba, le asesté un golpe con toda la intensión de fracturarle el cráneo. No estaba en una posición óptima pero tampoco era un enclenque, así que supuse que algo tenía que haberle hecho, sin embargo el no pareció resentir aquel golpe.
—¡Hijo de puta! —grité tratando de alejarme para repetir mi ataque con el bastón. Pero él fue más rápido y me dio un golpe con su bate en la frente. Caí de espaldas al suelo, sintiendo un fuerte zumbido que me aturdió un rato. Por un momento pensé que mi cabeza se iba a desprender de mi cuello así que me sujeté el cráneo con ambas manos.
Sangre, solo eso veía en el suelo… mucha sangre que salía de mi nariz.
Méndez aprovechó para posicionarse a espaldas de nuestro enemigo, entonces empezó a estrangularlo. Cerró su brazo alrededor del cuello del agresor y le apretó con toda su fuerza en lo que claramente era un intento por partirle el cuello, eso mientras con su rodilla le daba repetidos golpes a los cuádriceps para derribarlo. Finalmente el sujeto cayó de rodillas.
Yo aún me encontraba aturdido, por lo que no pude hacer nada para apoyar a mi compañero que conociéndolo, debió pensar que ya tenía la situación bajo control, cosa que yo también supuse, pero nos equivocamos. Ya que en pocos segundos aquel sujeto se pasó por el culo todo lo que aprendí en TUFP «Tácticas y uso de la fuerza policial».
En una forma que ningún policía creería posible, aquel sujeto reunió sus fuerzas y empleando su codo le propinó un golpe en la rodilla derecha a Méndez, mi compañero experimentó un dolor tremendo y soltó al hombre que ya tenía sometido, cayendo de rodillas. Intenté levantarme pero volví a caer presa de un profundo mareo, mientras una cantidad de golpes que no pude contar fueron liberados sobre mi compañero, que perdió la conciencia segundos después.
—¡Méndez! —traté de gritar, pero de mi boca solo salieron susurros.
Estaba desarmado, perdí de vista mi bastón y mi pistola era inútil. Lo peor era que aun habiéndolo noqueado, ese desgraciado no paraba la lluvia de golpes que había desatado sobre mi compañero. Así que sin una mejor idea me lancé en un intento por embestir a nuestro atacante.
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Editado: 25.06.2020