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Sector secreto de los tempanos de hielo,
Cercano al bosque de los augures
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La Matriarca atravesó un soto bosque que se cernía hacia el este de los témpanos, siguiendo el rastro de sangre que la loba blanca había dejado en la nieve debido a su infrecuente y repentino escape; ha cada paso que daba sentía que su resolución se iba incrementando, los arboles parecían quietos, como si el viento siempre cambiante se hubiera detenido para que así, pudieran contemplar la escena que tenia lugar ha su alrededor. Por supuesto que los arboles no veían, pero los viejos mitos anteriores a las tres decían que podían sentir las emociones de otros seres cercanos a ellos. Por alguna extraña razón, Thenglir, pudo percibir aquella extraña percepción. Como si cada árbol la estuviera sintiendo, juzgando. La matriarca se detuvo para observar a sus alrededores, le parecía estúpido que aquellos arboles la estuvieran observando, pero sintió un escalofrió intenso en la columna vertebral y se estremeció al sentirlo.
«Deja de pensar en idioteces, Thenglir», pensó, al tiempo que sacudía la cabeza, la idea de la vida intangible en aquel bosque como si algún espíritu anterior al Freljord la estuviera espiando, era estúpido. Ridículo.
La matriarca gruño con molestia y acelero su paso. A cada paso sentía que se acercaba a su objetivo. Entonces se agachó, y observo que la sangre en la nieve se acumulaba en algunos lugares de una manera increíble, lo que le dio a pensar que su presa, la loba blanca se había detenido para descansar, o quizás, presa del veneno había empezado a sucumbir a este. Sea como sea Thenglir supo que estaba cerca de su objetivo, su misión ya estaba casi finalizada. Al final de su persecución se dio la impresión de que el rastro de sangre se perdía en un espeso matorral que camuflaba una cueva. La matriarca, decidida se abrió paso por el matorral. La zona era una cueva que llevaba a un punto de salida hacia algún destino desconocido.
Reprimiendo su temor de lo que podría encontrar en el otro lugar respiro hondo y se dirigió hacia la salida de la cueva, hacia la luz blanca que le había estado cegando la vista.
Cuando salio de la cueva se dio la impresión de que a solo veinte pasos estaba la enorme loba blanca, tirada de costado. El animal se encontraba en un estado moribundo, había estado soportando de buena manera el veneno, pero había llegado a su límite y se había recostado para morir, mas allá, detrás de la enorme loba se divisaba una bajada hacia otro destino que aun ella desconocía. Thenglir sonrió ante la perspectiva de acabar con su enemigo, no tenia otra cosa en la cabeza, con una mirada llena de jubilo se acerco rápida hacia a la enorme loba que la miraba con expectación a la espera de que la matriarca asestara el golpe final.
Fue justo en aquel preciso momento, cuando la matriarca iba a asestar su golpe final y acabar con la enorme loba, que Thenglir, matriarca de los Garra Implacable soltó el hacha de hielo de sus manos y con los ojos abiertos contemplo un ejercito inmenso de osunos masacrados y despedazados detrás del enorme cuerpo lobuno que se cernia ante ella; observo la enorme masa de criaturas totalmente extrañada.
Al principio le atrapo el desconcierto, luego el dolor: un sentimiento muy extraño, y al final. Al final le alcanzo la tristeza.
— ¿Pero? ¿Que fue lo que he hecho?– Se pregunto, dandose cuenta del error que había cometido.
Las muertes habían sido recientes, quizá de unas 7 horas antes de su llegada a los témpanos, antes de que Thenglir atacara a los lobos gigantes. Lo mas probable era que la matriarca Sejuani habría enviado a sus osunos para acabar con la tribu de Gnauril, para acabar con la garra implacable, pero por desgracia se habían topado con los temibles y tosudos Wargo, y estos habían puesto un punto final a sus miserables vidas.
La matriarca camino desconcertada entre los restos de la matanza.
La loba blanca que ya hacia tendida en la nieve miro primero el arma de Thenglir que caía hacia la nieve, y luego miro fijamente a la matriarca que se dirigía hacia los restos de una batalla colosal que quizá hubiera sucedido recientemente. Ahí habían osunos, sacerdotes ursinos y jinetes de druvask pertenecientes a la garra invernal, seguido por una enorme comitiva de hombres y mujeres armados hasta los dientes y, que habían sido despedazados. Todos muertos, devorados y partidos por la mitad.
Al final Thenglir se derrumbo, cerro los ojos al tiempo que unas lagrimas de extraño dolor se derramaban por sus mejillas mientras congelaban al contacto con la piel. Al final grito y golpeo con ambos puños la nieve ensangrentada. Aquellos lobos gigantes que tanto había odiado, aquellos lobos wargo que tanto había despreciado los habían defendido. Habían defendido a la Garra Implacable de un exterminio seguro y ella les había recompensado con la muerte, fue un momento de extraña culpabilidad. Sin embargo, ella no lo sabia o mejor dicho lo sabía, por las historias que su madre le contaba, pero lo ignoraba. Ahora, justo en ese momento empezó a entender las palabras de su madre:
«Los lobos wargo fueron herencia del rey lobo, ellos nos defendieron y protegieron en el pasado, cuando Serylda mando a destruirnos. Ellos conocen el dolor de nuestra tribu desde tiempo inmemorable. Algún día el rey lobo retornara. Quizá, cuando ese día llegue, puedas comprender la nobleza de aquellas criaturas: su coraje, su valor, su lealtad. Tengo fe en que ese día llegue, hija.»
Aquellas palabras retumbaron como un martillo en su corazón. Fue extraño recordar todo aquello.
— Fui una idiota.— Dijo, al tiempo que apretaba los ojos para reprimir las lagrimas que empezaban a reverberar de forma inconsciente.— Fui una idiota, debí escuchar…. Debí escucharte madre.