Tempanos de hielo
Thenglir se tapó media cara con el dorso de la mano, al tiempo que avanzaba hacia la salida.
El viento siempre cambiante estaba azotando el área y llenándolo todo de nieve; era como si el ambiente se hubiera vuelto inestable, hace unos 2 minutos todo había estado en calma, pero justo en ese momento, tras la muerte de la loba blanca. Todo, absolutamente todo había cambiado de manera insustancial.
Lo quiera o no aceptarlo, Thenglir, empezó a creer que el pequeño ventarrón se había transformado en una tormenta helada que penetraba los huesos.
Era como si el área en general hubiera sufrido un cambio demasiado drástico, demasiado agresivo. Era la manifestación de algún dios pagano anterior al Freljord y anterior a tres semidioses: Ornn, Volibear y Anivia.
El viento empezó a incrementar hasta el punto en el que empezó a arrastrar a Thenglir con ráfagas que cambiaban y crepitaban: lo más molestoso es que aquello había empezado a ocurrir justo cuando había estado llegando a la salida de la cueva por donde al principio había ingresado. Sin embargo, parecía como si aquel lugar se hubiera vuelto reacio a dejarla salir; y fue asi, que con fuerza suficiente, como para hacer pedazos a un elnuk macho, Thenglir se arrastró por la nieve con manos y pies girando y dando vueltas; volvió a rugir con furia cuando una nueva ráfaga volvió a arremeter contra ella y sintió un golpe extraño, parecido al de un puño de proporciones colosales. Sin embargo, ella se negaba a ceder; era como si un espíritu salvaje le hubiera estado dando fuerzas para continuar, como si le estuvieran infundiendo valor y voluntad suficiente para seguir de pie.
Thenglir no supo si era por la voluntad férrea que había adquirido o si era por el recuerdo el error que había cometido al matar a aquella manada de lobos gigantes. Sea como sea, la matriarca se aferró ha aquellas emociones entrecruzadas y se arrastró por la nieve, al tiempo que apretaba los dientes. Entonces otra ráfaga de viento inmisericorde la golpeo, y luego otra y así todo el tiempo. Al final la matriarca se incorporo con la cara enrojecida por la extraña humillación a la que estaba siendo sometida.
— ¡Ya basta! — Rugió cuando ya no pudo avanzar debido a aquel viento despiadado que empezaba a empujarla y empujarla.
Sin embargo, otra ráfaga volvió a golpearla como un fuerte empujon que le sacudio el cuerpo y la cabeza. Thenglir resbaló y está ves el viento si que se la empezó a llevar como si de un muñeco se tratará; por un momento que pareció eterno el cuerpo de Thenglir voló cuan largo era, hasta impactar en un árbol, un roble del tres. Cuando hubo recuperado la conciencia de aquel cruel impacto, se volvió a levantar y dirigió su mirada al árbol enorme que se alzaba sobre ella y sintió el poder de aquel ser inanimado y que, sin embargo, parecía haber amortiguado su cruel impacto, de no haber sido por aquel árbol quien sabe en donde hubiera acabado.
Entonces justo en ese preciso momento lo comprendió, aquel lugar, aquel ambiente, aquella ráfaga de viento, la estaban midiendo, el poder ancestral del mundo la estaba probando, aquel lugar la estaba probando. Era como su la fuerza de la naturaleza la estuviera poniendo a prueba. Thenglir asintió.
— Bien…. Si así es como quieres luchar.— Susurro Thenglir, apretando los dientes. — ¡Pues que así sea!
La matriarca esta vez, determinante, corrió mientras una tremenda ráfaga de viento poderoso empezaba a rugir de manera furiosa como si un dios elemental se estuviera manifestando de forma material, pero esta vez Thenglir, conocedora de los frecuentes ataques de aquel viento extraño que pareció cobrar vida y atacarla, se tumbó dejándose hundir en la nieve y dejo que el ventarrón golpeara con fuerza los arboles y la nada. Thenglir esperaba ha que el viento cesará y cuando este cesó Thenglir se levantó y corrió con todas sus fuerzas, está ves el viento volvió a rugir más fuerte de lo normal y la matriarca ya no pudo tumbarse. El viento, sin embargo, no le dio tiempo para hacerlo, y entonces como en el principio lo intento resistir. Era una batalla que la matriarca no estaba dispuesta a perder y dejo que aquel pequeño orgullo que le quedaba, por qué debía quedarle alguno, se impusiera sobre todo lo demás y se irguió; fuerte, orgullosa, dura, recia, y esta vez apretó los puños y empezó a resistir los embates de aquel inclemente viento que la azotaba inmisericorde. Pero Thenglir tosuda, recia, se negaba a ceder. se mantenía firme como las estatuas de hielo de la fortaleza helada, donde se decía que gobernaba la bruja de hielo, Lissandra.
Entonces el viento y la tempestad cesaron, como si un dios le hubiera traído la calma a todo y a todos, el viento siempre rugiente dejo de rugir. Thenglir se relajo sin saber que decir o alegar, estaba con los brazos cruzados y las piernas un poco dobladas en una postura rígida, bajo los brazos, dejando de taparse la cara y miro a su alrededor entre extrañada y confusa, supuso que la naturaleza de aquel lugar la había aceptado, pero no supo el porqué; se haría esas cuestiones luego, primero tenía que salir de ahí y así lo hizo.
Corrió apresuradamente hacia la cueva de la entrada, pero fue con cautela, temerosa de que el viento siempre cambiante y variado la hiciera retroceder, pero tal cosa no pasó. Ni el viento, ni nada, retrasaron su camino. Todo. Absolutamente todo, estaba en calma.
Por un largo instante que duró el recuerdo, creyó oír voces en el viento. Cómo si el viento siempre inconstante le susurrara al oído. Parecía una recitación, una letanía que ella no podía entender. Entonces la recitación cesó, más tarde tomaría nota de aquello, pero ahora lo importante era salir de ahí. Por fin encontró la cueva por donde había salido y la atravesó, paso por las piedras filosas y resquebrajadas; por extraño que pareciera; Thenglir sintió que algo la esperaba en el otro extremo de la cueva, cuándo llegó al final del túnel se encontró con la sorpresa de que su suposición era acertada, alguien la estaba esperando en aquel lugar.