Asentamiento de la Garra Implacable,
Cuatro horas.
Habían sido cuatro horas las que Thenglir había quedado inconsciente, y en el transcurso de esas horas, su madre, la exmatriarca Gnauril había quedado a cargo de la comitiva que había regresado con el joven lobo de los témpanos de hielo. Gnauril estaba orgullosa, su hija había obrado con fuerza y sabiduría, Y por primera vez las cosas ya no parecían ser tan sombrías, el ambiente opresor que antaño cubría la aldea pareció desvanecerse, como si un espíritu de paz se hubiera apoderado de todo el lugar.
Las gentes iban de aquí y allá, indiferentes de todo lo demás; claro, aún se hablaba de la pelea del día anterior o de la tarde anterior, aquella lucha entre la matriarca y el joven salvaje se había divulgado en toda la tribu. Algunos alegaban que la batalla era igualada, pero otros hablaban que se había hecho trampa, que la lucha debería repetirse y que se debía dar muerte al joven salvaje ya que su presencia podría augurar presagios funestos, pero, por supuesto nada de eso era decisión del pueblo, sino de la matriarca.
——
1 hora después,
Gnauril había empezado a vendar el ojo hinchado de su hija, la anciana, había hecho un corte en la carnosidad hinchada y amoratada de Thenglir para permitir que la sangre negra y muerta saliera, y así permitiera que el resto de la sangre siguiera fluyendo, desde luego Thenglir estaba bajo los efectos de la raíz negra de un árbol que denominaban Brakenwalch, desde dicha raíz se podía preparar una infusión que provocaba un sueño y un adormecimiento prolongado, el trabajo de Gnauril fue largo y exhaustivo, no solo se dedicó a los moretones, sino también a los huesos rotos; su hija tenía en total: Tres costillas rotas, una sutura en la espalda debido al derribamiento en la yurta y por último un buen moretón en el ojo izquierdo hinchado como un globo mal inflado. cuando Gnauril hubo terminado con el trabajó remojo un ropón viejo en agua helada y empezó a colocarlo cada cierto tiempo en el ojo amoratado de su hija. Luego, al cabo de unos minutos Thenglir despertó.
Apretó los ojos mientras el aroma a sándalo le inundaba el sentido olfativo, trato de levantarse, pero sintió que los huesos, sobre todo el de las costillas le empezaron a doler. Presa de aquel dolor, se agarró con firmeza y apretó los dientes, en dolor era terrible.
— Será mejor que no te muevas— le sugirió Gnauril con una sonrisa que denotaba socarronería, como si todo aquello le divirtiera. — Tuviste una batalla tremenda, y además….. Fue una buena pelea, la gente, sobre todo mis jurasangre se la pasaron hablando de eso. Incluso apostaron.
Thenglir la miró con un cierto aire de austeria, como si le diera poca importancia a todo aquello, acto seguido sonrió.
— Fue una buena pelea. Es normal que hallan pensado en ello, pero— Thenglir se detuvo para ver a su alrededor. —¿Donde esta……?
— ¿El joven lobo?
Thenglir asintió.
Gnauril sonrió y lanzó una risita aguda seguida de una sonrisa.
— Después de la pelea, ordene a mis jurasangre que lo volvieran a introducir a la yurta donde antes habían peleado. Algunas de las valkirias no estaban de acuerdo con que acojieramos al joven salvaje, pero puedo ser persuasiva cuando quiero. Lo dejamos ahí y encendimos una fogata, ordene que nadie entrará. ¿Dime hija? ¿Que es lo que harás?
Thenglir se rasco la cabeza pensando y también por la picazón, luego sopesó sus convicciones, una ves más recordó las palabras de aquella vieja bruja:
«Cuando el Rey lobo reclamé la hoja glacial, Yhalnar.»
Yhalnar….. Era el nombre de la espada que empuñaba el mitico Rey lobo, El señor del invierno y la ruina. Su madre le había contado la historia sobre aquella espada. Forjada por un Dios herrero en una época anterior a Ornn, la poderosa Yhalnar había sido forjada de una estrella muerta, donde el aspecto olvidado le había vuelto a dar la vida; se decía que la espada tenía consciencia propia, como si un dios primigenio aguardará su llamada para emitir el rugido que….
—- Que despertara al señor del invierno y la ruina, el Rey lobo.
Gnauril miro a su hija con extrañeza. Impresionada. Su hija había repetido una frase de uno de los relatos que ella solía contarle cuando Thenglir era niña, el relato de la Forja de Jhalnar, la hoja glacial. La espada del Rey Lobo.
— Después de que matará a la loba blanca, después de que el peso de su muerte me afectara, me encontré con una anciana, no era Freljordiana, tenía unos ojos oscuros como el cielo como cuando las tormentas son intensas y todo se hace negro.
Cuando….. Cuando me la encontré me dijo algo que me hizo cambiar de opinión sobre las leyendas que me contabas de niña: Sobre La leyenda de los tres Reyes Guerreros.
Gnauril la miró, está ves con seriedad.
— Tres reyes guerreros, si. — Dijo Gnauril frunciendo el ceño, como meditando para si misma. — ¿Recuerdas el recital de los tres?
Thenglir asintió.
— Si, por supuesto que si: Tres reyes guerreros para tres pueblos guerreros. Uno dorado como el sol era, pues la esperanza de aquellos portaba. El segundo oscuro como el azabache era, pues la lanza y la flama del adelu lo envolvía y el tercero era todo furia y nobleza, pues el invierno y la ruina lo engullía.
Recitó Thenglir asintiendo. Entonces, de manera repentina su madre recitó la continuación de aquel recital:
—La cuarta una anciana negra era, como las sombras los seguía, pues el ardid de los misterios poseía. Su mirada como la de una madre era, sus ojos como un vació infinito eran, oscuros y negros como el espacio que sostenía las estrellas. Pues la portadora de los secretos era.
Thenglir se quedó callada, esa última parte de la canción no la conocía, era curioso escucharlo de los labios de su madre.
— Nunca te cante esa parte; la razón era…Por qué yo tampoco creía que fuera real. Es curioso. Por qué fue la misma anciana la que instauró el matriarcado o la que hizo que Avarosa instaurara, sobre todo aquí en el Freljord. Ella fue la primera matriarca. ¿Pero?