Entonces llego el día de la respectiva sepultura hacia la venerable loba blanca.
La mañana entrante fue seguida por un silencio sepulcral, el viento siempre gélido y rugiente había dejado de rugir y los arboles dejaron de mecerse y crujir, el único sonido lo emitía el simple aullido de un perro y las conflagraciones y letanias de la gran madre Gnauril quien se había ofrecido a dar el entierro apropiado a la venerable loba blanca que había muerto en los Témpanos de Hielo. De hecho, aquello no iba a ser un entierro, mas bien iba a ser una despedida ritualista, donde al final se tenia que cremar el cuerpo. Eso significaba que al finalizar aquella ceremonia se prendería el cuerpo en las llamas, para dejar que el alma de la venerable loba blanca viajara libre por el reino etereo y así pudiera reencarnar en otro ser. Era una creencia extraña, pero se decía que todos los animales que conformaban Runnaterra reencarnaban en otro ser, o era así como los ancianos y hogareños de la tribu lo veían.
— Hoy.— Empezó la gran Gnauril— Ponemos en manifiesto nuestro pesar. Que los grandes espíritus de nuestros antepasados guíen este espíritu a un lugar mejor, pido a los dioses que le brinden un descanso y la mejor de las acogidas. Hoy, despedimos a una madre, a una guerrera y a una líder.
El joven lobo estaba al lado de Thenglir y de Gnauril, es decir, estaba en medio de ambas mujeres, como el centro de atención de todos los ahí reunidos.
Si bien no le agradaba estar cerca de la asesina de su madre, simplemente lo tolero a pedido de Eyra quien se encontraba detras de el.
«Mañana estarás al frente de la ceremonia, no quiero que reacciones de manera agresiva. Lo ultimo que quiero es que se arme un escándalo lleno de rabietas y golpes por doquier. Prométeme que no harás nada que te ponga en compromiso con la tribu.»
Aquellas fueron las palabras que le dijo Eyra, y el joven salvaje las recordaba con mucho ahincó. Recordó como le había asentido. Recordó que le había dicho que no se preocupara y mas que nada recordó haberle pedido perdón a Hellie por haber intentado devorarla el día anterior, cuando se conocieron. Sin embargo, Hellie no mostró aquella cordialidad, simplemente lo ignoro. Era evidente, que aun seguía resentida con el. Sin embargo en ese instante, su mirada se fijo en la enorme loba que tenia en frente. Quince años, habían sido quince años los que aquella loba gigante lo había criado; durante el transcurso de esa época recordaba las noches de luna, las noches de caceria, los días en los que jugaba con sus hermanos. ¿Que habría ocurrido con Fenrrir? Su hermano era un lobo negro que había estado en con el incluso en los peores momentos. ¿Que habría ocurrido con el?
El único recuerdo que tenia en esos momentos fue el de su hermano arrastrando a una de aquellas valkirias y llevándosela a lo profundo del bosque. Después de eso le perdió el olor y la pista. Fue justo en ese instante, cuando se dio cuenta que quizá jamas volvería a ver a su hermano. Lo echaría de menos. Echaría de menos la vida libre en el bosque y en los témpanos, una parte de su interior exigía venganza, y la otra….. La otra exigía una calma y un cambio impertérritos. La verdad es que no sabia que hacer, si escapaba, seria un lobo solitario, sin manada, sin tribu, sin nada; sin embargo, si se quedaba seria…… ¿Un hombre?
«No» Fue lo único que pensó.«Soy un lobo»
Eso si que no lo tartamudeo. Recordaba a las tribus con las que se había enfrentado a aquellos hombres oso y esos chamanes que emitían electricidad por las manos y que el mismo había decapitado con las manos, recordaba la unidad de la manada, de la familia. Luego alzo la mirada y miro a la que antaño había sido su madre. Al menos no había muerto de manera atroz, al menos no habían usado su piel como abrigo, así como hacían los ursinos.
— Hoy te despedimos con honor, luchaste y moriste luchando. ¡Demosle honor!
El resto de los presentes asintieron con aprobación, y algunos con cierta reticencia.
Cuando Gnuauril termino su salmodia, todos los miembros de la tribu miraron al joven salvaje. Thenglir se acerco y le indico con señas que se acercaba al cuerpo difunto de su madre.
Era quizá una costumbre entre la tribu: El miembro o familiar de un pariente difunto tenia que acercarse al cuerpo caído de su pariente, para así darle una despedida personal y quizá conservar algo preciado del familiar difunto.
El joven lobo miro a Thenglir, no con odio, solo con seriedad.
Aquella mujer le había matado a la familia, pero almenos no había sido deshonrrosa como los chamanes ursinos, otra vez volvió a recordar las palabras de Gnauril.
«Deja que redimamos nuestro error.»
Tal ves a esto se refería la anciana, ha ofrecer un entierro apropiado a su antigua madre que había muerto protegiendo a la familia, a su hijo.
— ¿Ya lo viste? — Dijo un hombre cruzando los brazos.— La ex-matriarca y su hija están dando entierro ceremonial a un animal, a un maldito animal. Si estamos llegando a esto….. ¿No me imagino a que llegaremos en el futuro? ¿A enterrar osunos? Vaya mierda.
El joven salvaje miro al hombre, apretó los dientes y por un palmo de segundo estuvo dispuesto a lanzarse hacia aquel individuo y arrancarle el cuello de un tiron, pero se controlo, estaba ahí para despedir a su madre, no para matar a un idiota.
Se acerco a la torreta ceremonial; en la cima, justo en un tablon inmenso estaba posado el inmenso cuerpo madre. Al verla tan de cerca a Vulvain le pareció que estaba dormida, la loba no estaba de costado, no estaba recostada de izquierda o derecha, estaba recta, con los ojos cerrados y con la cabeza inclinada sobre las patas. El joven lobo llego al ultimo escalón y acaricio el pelaje de su madre. Sintió su calidez, su abrigo y en un acto instintivo acerco su frente a la frente amplia de la que había sido su primera madre, cerro los ojos, mientras los recuerdos y el dolor lo llenaban, y mientras aquel dolor lo abrazaba se juro a si mismo que nunca mas. Luego tras haber pasado su dolor, metió su brazo en las fauces de la loba y con fuerza tiro uno de los dientes caninos pertenecientes a la enorme loba blanca, acto seguido, lo arranco: El canino era enorme, casi parecía una daga gigante. Luego bajo de los escalones y solo volteo una ves para ver a la loba blanca, su madre. El joven lobo saco una antorcha de uno de los estantes y arrojo el fuego a la torreta donde se encontraba el cuerpo de su madre, las llamas no tardaron en esparcirse. Respiro profundamente y se prometió que no permitiría que otros le arrebataran lo que mas amaba.