Noroeste Báltico, Junto al rió Sigva.
Octubre 20.
Hilda regresó junto a su destacamento en el extremo norte del campamento Garra Implacable. Desmontó rodeada por sus hombres y mujeres, ávidos por conocer la misión que había llevado a su líder a ser llamada ante la propia matriarca.
—¿Y bien? —Preguntó un joven con anhelos de gloria y aventura, un poco inconsciente y para quien ésta era su primera campaña—. ¿Cuál es la misión?
Lelia permanecía callada, sin mirar a Aren ni al resto de los hombres y mujeres que esperaban algun informe por parte de su líder. Pero su líder al mando estaba inclinada estudiando una de las pezuñas de su Elnuk.
—Vamos, líder, díganos al menos algo —pregunto Sigrid, una veterana del grupo, que ya había participado en numerosas batallas siempre junto a Lelia.
Hilda sabía que tenía que decir algo. Durante su trayecto de vuelta, regresando desde la tienda de la matriarca en el centro del campamento hasta volver con sus hombres, había ocupado su mente en estudiar con detenimiento las alternativas que tenía: callar y no decir nada, mentir o, sencillamente, decir la verdad. La primera opción era imposible, pues la expectación que la notificación que la matriarca había levantado entre los hombres era demasiada; ella misma la había aumentado al dejar entrever su propio interés por una misión de reconocimiento; no es que Lelia tuviera especial deseo por recibir condecoraciones, sino porque sabía lo complicado de la situación: La Garra Invernal no era un enemigo débil y tenía miedo que las misiones de reconocimiento fueran encomendadas a gente inexperta y que, en definitiva, la desinformación de los movimientos del enemigo pudiera conducir a una derrota del ejército de la matriarca y sus aliados. Bueno, considerando que aquellas dos madres marcadas fueran aliadas. Sin embargo, después de la entrevista con la matriarca, todo aquello ya no era cosa suya. La segunda opción, mentir, podría darle un tiempo de sosiego con sus hombres y mujeres, pero más tarde o más temprano se iba a descubrir la mentira y eso no haría sino minar la confianza que su turma tenia en ella. Estaba claro que lo único sensato era decir, tal cual, la verdad del mandato de la matriarca; es decir, la orden pública por la que Vulvain, el protegido de la exmatriarca Gnauril pasaba a tener el mando del destacamento; las órdenes privadas de la matriarca con relación a que Lelia debía velar por la seguridad del joven y de que para ello incluso podía revocar una orden del nuevo lider al mando quedarían entre la propia Lelia y la matriarca. Al menos eso, aunque sólo fuera eso, era un secreto alivio: si el mozalbete daba una orden de locos no habría por qué obedecerle, y los hombres y mujeres harían caso a su líder de toda la vida, la propia Hilda; en eso, sin lugar a dudas, la matriarca tenía razón.
—Se me ha notificado que el destacamento pasa a estar bajo el mando de Vulvain Kalfegni Asina, hijo de la emisaria Eyra y protegido de la matriarca Gnauril,—dijo al fin Lelia, sin mirar a nadie.
Cogió un cepillo y se dispuso a limpiar el pelaje de su elnuk, algo que solo hacían los jóvenes recién entrados del campamento, pero que Lelia prefería hacer personalmente; tenía la teoría de que de esa forma el elnuk obedecía mejor a su jinete, si éste le daba personalmente de comer y le limpiaba. Tareas ambas en las que la lider se ocupaba con esmero y aprecio hacia su elnuk. El animal piafó con agrado.
Thurkstein, y el resto de los hombres y mujeres ahí reunidos estaban digiriendo la información. Sólo Friga una de las valkiryas mas mayores de la turma se apresuró a replicar.
—¡O sea, que nos ha tocado de niñeras de un mosalbete! ¡Por todos los dioses! ¿Y qué más? ¿Tantas batallas para esto. Es vergonzante… además, a fin de cuentas, cuántos años tiene… ¿veinte, veintiuno…?
Hilda suspiró. Una vez empezada a contar la verdad debía abrirse paso en todo su esplendor.
—¡Dieciséis! —respondió Lelia sin dejar de cepillar con casi impertinente detenimiento a su elnuk, el cual al menos ni preguntaba ni se quejaba; eso siempre le había gustado de los elnuks: no preguntan, no hablan.
Sus hombres y mujeres, sin embargo, empezaron a quejarse a coro, se les oía explayándose a gusto: menudo desprecio al destacamento, es una injusticia, había más turmae con historiales menos brillantes; seguro que la matriarca quería que aquel joven se apropiara de las hazañas por las que ya era conocida la turma, todo ello aderezado con maldiciones varias y diversas imprecaciones a Avarosa, Serylda y Lissandra. Lelia al final dejó el cepillo, dio una palmada afectuosa a su elnuk y decidió poner orden. Se irguió y con una mirada intensa y con una voz potente hablo:
—Vulvain Kalfegni Asina, es el nuevo líder en jefe de esta turma y todos acataremos sus órdenes sin quejas ni remilgos y que quede bien clara una cosa —.El tono de Lelia era serio, casi hostil a sus propios hombres y mujeres; todos la miraron sorprendidos y callaron—, el primero que suelte una insolencia a nuestro nuevo líder al mando, aparte del castigo que éste disponga si es que dispone alguno, se las tendrá que ver conmigo al acabar el día; y se las verá conmigo a muerte. Tenemos un líder en jefe nuevo. Aprovechad lo que queda de mañana para lamentarse, quejarse o gruñir; me da igual, pero al mediodía, a no ser que alguno de los dioses o leyendas como Avarosa, Serylda o Lissandra a los que tanto claman cambie las cosas, en cuanto se presente el nuevo líder al mando, todo eso se acabó; y si no, ya saben lo que os espera por mi parte.
Hilda nunca amenazaba. Hilda sólo mandaba e informaba. Todos lo sabían. Vieron a su líder alejarse entre la multitud de guerreros ahí reunidos; quería estar sola. Friga resumió para todos, especialmente para los más jóvenes.
—Creo que nuestra líder en jefe ha sido muy clara y ha dado instrucciones precisas. Lo mejor será que todos las tengamos muy presentes. —Observó que los hombres y mujeres, asentían en silencio con desgana.