Capitulo XLVI
Rio Sigva,
2 de noviembre.
Los jinetes de la turma de Hilda y Vulvain cabalgaron durante media hora. Los elnuks estaban extenuados. Algunos se habían visto obligados a llevar a más de un jinete y el esfuerzo los tenía exhaustos. Alcanzaron así el puente de naves sobre el Sigva. Y a órdenes de la matriarca un jinete se aproximó hasta el joven Vulvain.
—¡Líder! ¡La matriarca quiere hablar contigo!
Vulvain asintió y aceleró el ritmo de su elnuk hasta ponerse a la altura de la matriarca. Ésta cabalgaba doblada sobre su montura, atenazada por el dolor y el sufrimiento. Uno de los volkos le había vendado la pierna con un paño que se encontraba completamente teñido de un rojo oscuro, denso, fuerte. Un reguero de sangre semiseca se había vertido desde la pierna hasta el vientre del elnuk, perdiéndose en la parte inferior del animal.
—¿Querías hablar conmigo, mi matriarca? —preguntó Vulvain.
Thenglir no se levantó, solo se limito a mirarlo. No estaba para esfuerzos extra ni para cumplidos, pero sí para dar las órdenes que eran necesarias. Su voz, aunque entrecortada por la fatiga y el dolor, transmitió las instrucciones de forma suficientemente comprensible.
—En cuanto crucemos el río… hay que desmantelar el puente… El puente debe deshacerse…, la Garra Invernal no debe cruzar el río.
Vulvain le asintió, era lo único que podía hacer, firmeza en el mando.
—Así se hará mi matriarca —fue la única respuesta del joven.
Quiso añadir alguna palabra que reconfortara a su matriarca del sufrimiento que padecía. No supo qué decir. Era difícil mitigar el dolor de quien sufría no sólo por las heridas recibidas sino, sobre todo, por la derrota a la que había conducido a sus fuerzas. La matriarca tampoco añadió nada más. Así, el joven Vulvain se retiró y acelerando nuevamente la marcha de su montura fue junto a Hilda Lelia que cabalgaba al frente de aquella improvisada formación de repliegue.
—La matriarca ha ordenado que el puente sea deshecho una vez que crucemos.
Lelia asintió con la cabeza, sin mirarle. De alguna forma Vulvain entendió que no hacía falta más. Se sentía cansado y no tenía ganas de discutir. No habrían estado de más unas palabras que subrayaran aquel leve asentimiento de cabeza, pero en la situación en la que estaban no había tiempo para sutilezas. Dejó que el destino dictaminara: si Lelia era la líder que su matriarca había descrito, aquella orden de desmantelar el puente sería ejecutada concienzudamente, pero si no lo era, nadie sabía lo que podría haber detrás de aquel tenue asentimiento. La forma en la que había combatido Hilda hacía honor a su fama, pero sus dudas en el momento clave en el que había de lanzarse para socorrer a la matriarca henchían la cabeza del joven Vulvain de incertidumbre, de duda. ¿Seria Hilda confiable?
Llegaron al río.
Los celtiberos y los volkos fueron cabalgando sobre el puente. La primera en pasar fue la matriarca herida con su escolta. Los insubres que custodiaban el puente no podían ocultar su desolación. La matriarca se retiraba con apenas dos centenares de sus jinetes. Ya habían visto diferentes grupos de tropas que habían cruzado el río de forma desordenada y se temían lo peor; no obstante, de alguna forma ver a la matriarca herida acompañada de un pequeño conjunto de jinetes retirándose a toda prisa era algo que no habían esperado presenciar.
La turma fue cruzando el puente. Todos excepto una mujer. Hilda Lelia permaneció en la retaguardia.
El joven Vulvain la alcanzó en el puente junto a los últimos jinetes. Observó entonces a su segunda al mando dirigiéndose a los insubres y valkiryas que custodiaban el puente.
—¡El Puente debe ser desmantelado inmediatamente! ¡Rápido! ¡Cojan espadas y hachas y corten todas las sogas que sostienen las naves sobre el río! Tienen unos minutos para soltar las naves. ¡Hay que apresurarnos! ¡Corran de una vez, por todos los dioses!
Los Volkos , los celtiberos , los insubres y las valkiryas ahí reunidas observaron a Vulvain, su líder al mando que había frenado su avance de la Garra. Hilda Lelia corroboró las órdenes.
—¡Ya han oído! ¡Tienen unos minutos para deshacer el puente! ¡Andando!
Todos se pusieron a trabajar de inmediato. Un grupo se adentró en el puente y comenzó a cortar las sogas que sujetaban a los barcos entre sí. Otros cruzaron el puente y cogieron hachas para cortar las cuerdas que sostenían a varios de los barcos amarrados a la orilla del río. Lelia y Vulvain cruzaron juntos el río observando y animando a los guerreros en su trabajo. Al llegar al lado dominado por las valkiryas, ambos desmontaron y cogieron sendas hachas. Sin mirarse, pero como gobernados por el mismo sentimiento de urgencia y necesidad, se encaminaron cada uno a uno de los grupos de valkiryas que se esforzaban en deshacer las cuerdas que sustentaban el puente en ese lado. No era una tarea tan sencilla como la que pudiera pensarse pues las valkiryas, en su afán por asegurar la estabilidad del puente, habían puesto un gran número de amarras en cada extremo. Eran sogas tan gruesas como el brazo de un volko o celtibero y habían sido untadas con aceite para protegerlas de la intemperie. Las espadas resbalaban en el óleo y apenas cortaban. Las hachas hacían más destrozo, pero en cualquier caso era un trabajo lento. Desatar los nudos era tarea imposible ya que los días de constante tensión sujetando las naves habían apretado tanto las cuerdas que sus líneas no eran discernibles allí donde habían sido entrecruzadas para formar cada nudo.
Un sonido de rugidos anunció en el horizonte la llegada de las fuerzas de la garra invernal junto al río. Sejuani iba al frente junto a ellos. Los volkos en el otro extremo que quedaban aún en la orilla del río por la que se aproximaban los enemigos se retiraron dejando alguna espada y algún hacha sobre el suelo, abandonadas, en su prisa por ponerse a salvo cruzando al otro lado del río. Al llegar a la otra orilla inmediatamente fueron interpelados por Vulvain.