En campamento de la matriarca.
5 de Diciembre.
Habian pasado dos días. Dos días plagados de victorias por parte de la Guardia de Hielo.
Las noticias de las continuas victorias de la Guardia de Hielo sobre la Garra invernal se difundieron rápidamente por todo el campamento levantado junto al Rio Buhkvar. La matriarca Thenglir, ante los informes que corroboraban lo explicado por su colega en el cargo, no pudo oponerse a que éste último asumiese el mando supremo sobre todas las turmas para lanzar una ofensiva a gran escala sobre las posiciones enemigas. Una vez Thenglir hubo accedido a ceder sus fuerzas, sin decir una palabra de agradecimiento o de reconocimiento, Arx Asdrubalis salió de la tienda de la matriarca dejándola herida y a solas con su protegido.
El joven Vulvain fue el que inició la conversación con su matriarca:
—Matriarca, tengo un mal presentimiento y Hilda piensa igual que yo. Las retiradas de la Garra Invernal han sido… peculiares. Aquellos jinetes lobo salvaje no se parecían en nada a los que nos encontramos en el Sigva y, sin embargo, eran los mismos. Los mismos que nos traicionaron.
La matriarca escuchó con atención y luego consideró unos instantes lo ocurrido antes de dar su respuesta.
—Es posible que Sejuani esté jugando con nosotros una vez más. Explicaría muchas cosas: primero se entretuvo conmigo, aprovechándose de mi desprecio a su habilidad como matriarca y de mi infravaloración de sus fuerzas. Yo he pagado cara mi altanería y, si en efecto ésa es la estrategia de la Garra Invernal, ahora le tocaría el turno a Asdrubalis, pero sólo tenemos intuiciones, Vulvain, sólo intuiciones. Eso no basta para detener una ofensiva como la que prepara el Draklorn. Nadie le hará ver los hechos de la forma en la que tú y yo los estamos considerando. Además, Arx Asdrubalis tiene de su parte a los yetis, una fuerza increíble a tener en cuenta. O mucho me equivoco o ésta va a ser la tónica durante bastante tiempo en nuestra lucha contra la Garra invernal. Tendremos que ver dónde o, para ser más precisos, en quién encuentra la Ciudadela de Hielo al líder sabio y valiente que a la vez sepa enfrentarse contra este enemigo. Pero ésa es otra historia. No debemos anticiparnos de esta forma a acontecimientos aún tan imprecisos e inciertos. Quizá todo termine en nada y el Draklorn enviado por la ciudadela de la guardia de hielo consiga su magnífica victoria mañana al amanecer y Sejuani no sea más que un breve pasaje de nuestras vidas que no merezca ni unas líneas de recuerdo. Ahora lo que me importa, lo fundamental, es que te cuides, mañana en el combate y en los días posteriores: lucha y cumple con tus obligaciones como líder de la Turma, pero protégete siempre que puedas si la locura ciega al Draklorn obnubilado por su ansia de victoria a toda costa. Espero no tener que asistir nunca al triunfo de un mentecato como Arx Asdrubalis obtenido con sangre de mi tribu, ¿me entiendes, Vulvain? Eso nunca. Que los dioses no lo permitan.
—Entiendo.
El joven Vulvain se retiró para que su matriarca descansase.
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De regreso a su tienda Vulvain observó cómo el campamento bullía en preparativos para la gran ofensiva. Los insubres y volkos ahí reunidos limpiaban sus armas, afilaban las espadas y las puntas de sus dardos y jabalinas; revisaban sus cascos, escudos y corazas. Muchos practicaban el combate cuerpo a cuerpo bajo la tutela de los maestros de armas.
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Pasaron 3 horas.
La hora de la cena llegó y la actividad se detuvo para que se distribuyera la comida, y los velites y Yetis ahí reunidos pudieran comer antes de acostarse.
Decius bebía de su cuerno y saboreaba el vino. Algo que hacía semanas que no podía hacer. El Draklorn quería congraciarse con la compañía de velites y conseguir su favor para el combate que se avecinaba y había ordenado distribuir un vaso de vino por hombre. Los velites comían y el estómago lleno y el alcohol del vino estimulaba su valentía.
—Yo creo que mañana ganaremos. —Era Born quien hablaba así—. Ya van dos veces que los incursores de la Garra Invernal van huyendo en cuanto acudimos al combate y todos sabemos que la infantería de la Guardia de Hielo es mucho mejor y con más experiencia en el campo de batalla. En cuanto nos encontremos frente a frente y vean nuestras fuerzas al completo y con ellas todas las tropas auxiliares, se darán media vuelta y se volverán por donde han venido.
Decius no veía las cosas con tanta seguridad, pero no quiso contradecir a su padre. Suspiró. Después de 4 años de soledad, Born, se había convertido en el amigo y padre que no tenía desde hacia mucho tiempo, recordaba a su madre; ella siempre le hablaba de su padre: Darius. Pero este ultimo jamás le había dado ánimos, ni hablado una vez en su vida, más bien parecía que Darius lo mirara como si fuera un desconocido, como si él fuera un…. estorbo.
Decius pensó en el paso del tiempo mientras cenaba: qué lejos estaban esos días y qué distantes parecían; era como si la época en la que luchaba junto a la legión trifanaria hubiera sido la vida de otra persona. Tantos sucesos y tantos sufrimientos había entre esa vida y su actual condición de hijo del hielo, que parecían existencias inconexas, sin relación alguna, pero así era la vida, su vida. Luego recordó su juramento. El juramento que se había hecho: si un día encontraba a su padre lo mataría, pues para él, Darius no significaba nada, nada más que un simple hombre con rango de señor de la trifarix. Solo eso. Había dejado aquella forma de existir y ahora era un guerrero de la Guardia de Hielo, cenando junto a un hombre que consideraba un gran amigo y un padre, y más que todo con sus compañeros, la noche previa a una gran batalla, a una gran victoria según vaticinaban todos. ¿Quién sabe? Igual estaba en la víspera de un cambio definitivo en su desdichada fortuna: un ejército vencedor siempre era premiado con agasajos por parte del Draklorn triunfante y haber participado en una importante victoria militar te abría las puertas en muchos sitios. Decius echó el último trago de su vaso de vino y se sintió más seguro de sí mismo de lo que nunca había estado en su vida.