En el campamento junto al Rio Bruhkvar,
Hilda Lelia y Vulvain, seguidos de la mayor parte de los jinetes de su turma de caballería, cabalgaban bajo la interminable lluvia que los envolvía. Lelia se puso al lado de Vulvain.
—Nuevamente nos hemos salvado, por los pelos.
—Así es. Se diría que los dioses están con nosotros. Almenos de momento.
—Bueno, para salvarnos la vida puede ser —continuó Lelia—, pero extraña forma de estar con nosotros es esa en la que nos conducen de derrota en derrota. Esto empieza a ser fastidioso. Estoy cansada de replegarme, de retirarme, de ver a cuántos he podido salvar de caer abatidos por el enemigo, los recuentos al llegar al campamento, sucios, cansados. Es como si los dioses le estuvieran apostando más a Sejuani.
Vulvain asintió.
—Te entiendo, Lelia, te entiendo. Es una extraña forma. No sé si es causa del capricho de los dioses o capricho de nuestro Draklorn al mando. Sin embargo, aquí estamos, y esta noche, aunque ya imagino que Arx Asdrubalis no tendrá ganas de repartir vino, tú y yo tomaremos unas buenas copas juntos al abrigo de mi tienda, si te parece bien. Nos secaremos y repondremos fuerzas. Esta guerra no ha hecho más que empezar.
Lelia le miraba entre admirada y sorprendida. Le fascinaba aquella tenacidad del joven en la lucha aun después de una serie de fracasos militares como los que llevaban cosechada aquel año entre el Sigva y el Bruhkvar. Debía de ser la juventud que aportaba fuerzas suplementarias. Lelia hacía tiempo ya que había olvidado aquel espíritu juvenil con el que se emprendía una campaña. Todo era nuevo. El mundo estaba lleno de posibilidades. Hacía años que todo aquello se había desvanecido para ella y, curiosamente, junto a aquel muchacho, aquellas sensaciones parecían retornar a su ser. Era como si su sola presencia insuflara confianza.
Entre la lluvia y el viento helado, Vulvain acertó a leer en la mirada de su interlocutora la sorpresa y la extrañeza ante sus palabras.
—Lelia —quiso aclararle—, la exmatriarca Gnauril, madre de nuestra anterior matriarca dice que a veces la más grande de las victorias se construye sobre muchas derrotas. Esperemos que tenga razón.
Hilda asintió con una sonrisa.
—Esperémoslo, pero, y no quiero por ello faltar al respeto a la venerable Gnauril..... ¿En qué se basa la gran Madre para afirmar tal cosa?
—Ha leído mucho, ha leído mucho. Algo habrá aprendido en todos esos volúmenes y rollos de filología que colecciona y que me va entregando poco a poco.
Vulvain sonrió.
Lelia negó con la cabeza.
—Creo que necesitaremos algo más que historias de estrategas muertos para frenar a la Garra Invernal.
Vulvain mantuvo su sonrisa, dejando claro que no tomaba como ofensa aquella reflexión de Lelia. Mantuvo su sonrisa y su serenidad. En algún momento encontrarían la victoria y estaría apoyada en las palabras de Gnauril o en los textos que ésta le pasaba; de alguna forma, de algún modo todo aquello debería encajar perfectamente y comenzar a fluir. Entretanto, no restaba sino resistir. Y estaban su matriarca y su maestro de armas Harald y, mientras ellos combatieran, todo era posible. El joven Vulvain se dio cuenta de que ésa era su auténtica fortaleza: saber de la existencia de su matriarca y de su maestro de armas y que ambos luchaban en su mismo bando.
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"Cretona" 6 de Diciembre Hora Nocturna.
Decius y Born cenaron aquella noche en silencio. Aún tiritaban por el frío pasado y quién sabe si por el miedo sentido en el campo de batalla. Engulleron las gachas de trigo sin hablar, aturdidos por los sufrimientos compartidos; dos velites al servicio de la Guardia de Hielo estaban furiosos, muchos desmotivados junto a un ejército mal gobernado que se guarecía en la deriva.
—Maldigo a Asdrubalis y a sus sagitares.
Uno de los Yetis se volteo para mirarlo y Decius lo miro del mismo modo conciliador. El yeti, sin embargo, pareció asentir, como si estuviera de acuerdo con las aserciones de Decius.
— El Draklorn que nos toco era muy abesado, estaba lleno de gloria guerrera y el exceso de confianza lo embargo.— Dijo otro velite que estaba con una manta de piel de elnuk.
Born asintió.
—Lo más probable es que nos envíen a otro Draklorn para liderarnos, estoy seguro que las cosas cambiaran.
Una sagitar que escuchaba la conversación, se sentó junto al fuego y miro con atención a los ahí reunidos.
— Amigos—empezó la mujer, — me acaba de llegar un mensaje de la ciudadela, dicen que a Arx Asdrubalis y a las sagitares restantes los moverán a Rackenhall, no podrán regresar a la ciudadela hasta que logren derrotar al Rey Ragnar; uno de nuestros sacerdotes escarchados, el más anciano y viejo a sentenciado a las fuerzas del Draklorn como "Los Desterrados". Nuestra oscura señora estuvo de acuerdo.
Todos se quedaron callados, como contemplando a la mensajera, esperando algo mas, pero la sagitar no dijo nada, la guerrera estaba igual de desmotivada que los demás, y lo peor esque estaban solos. Luego de un par de minutos de silencio, llego otro mensajero.
— ¡Hermanos!
Todos se voltearon para ver al velite que se acercaba corriendo.
— Van a enviar a otro Draklorn al mando, uno que ha sobrevivido a un montón de guerras y que tiene experiencia con la Garra Invernal y los osunos.
Decius frunció el ceño. Para el la palabra "Draklorn" era una extraña maldición. Sin embargo, al final pregunto por el nombre de su nuevo líder al mando.
— ¿Como se llama el Draklorn que estará al mando?
— Maalcrom.
—Maalcrom.— Repitió Decius con cierto aire de desprecio.
Malcrom, claro, había escuchado el nombre de aquel Draklorn; se decía que entre los sacerdotes de alto rango era el mas joven de la orden. Aparte de eso su reputación había crecido cuando había acabado con la vida de una matriarca de los Avarosanos, eso, hace muchos años. Decius lo conocía, lo había visto en diversas ocasiones, recordaba más que todo su cara, esta estaba marcada por una tremenda herida y el ojo izquierdo ....... Decius, negó con la cabeza.