Entre Liguria, Umbría y Etonia.
4 estación del segundo año.
Había nuevos Draklorns en la región de Etonia: Lorgar y Maalcrom. Ambos eran los sacerdotes más veteranos, y los más curtidos en campañas anteriores.
Sejuani sopesaba esta información en su tienda, estaba sentada sobre una butaca cubierta de pieles de Elnuk para suavizar el frío de finales de aquel duro invierno en el Noroeste. El nuevo Draklorn: Lorgar; aún permanecía en Cremona, al parecer intentando seguir con detalle los complejos preceptos religiosos para conseguir el favor de las tres. Maalcrom, por el contrario, más ágil, más decidido y menos escrupuloso en el fervor religioso, se había encaminado ya hacia el norte para enfrentarse a la matriarca de la Garra Invernal, se decía que este Draklorn era más alejado de lo religioso por motivos de “autocastigo”.
Sejuani se sonrió. El Draklorn enemigo se había establecido en Völuk, entre Umbría y Liguria, con la idea de interponerse en su ruta hacia el sur. Escuchaba los informes de sus exploradores, mientras revisaba los planos que tenía extendidos ante sí, en una amplia mesa de madera que sus jurasangre trasladaban de aquí para allá para que la matriarca pudiera establecer siempre la estrategia a seguir con calma. Sus hombres, mujeres y osunos se esmeraban en todo aquello que hiciera más fácil la vida a su matriarca y, en especial, en todo lo que pudiera ser de utilidad para tomar las decisiones más acertadas en la campaña en la que le seguían. Su ejército había acumulado tal multitud de experiencias positivas desde sus primeros combates en Liguria como para desarrollar una infinita confianza en las decisiones de su matriarca. Eran los chamanes ursinos los que a veces dudaban más, pero cuando Sejuani hacía públicas sus determinaciones en un discurso ante los hijos de la tormenta y los osunos, los sacerdotes ya no se atrevían a oponerse a sus designios. Además, la matriarca se había rodeado de un pequeño número de intérpretes que le asegurasen que sus mensajes llegaran a todos y cada uno de los diferentes grupos de guerreros que componían la compleja amalgama de su ejército. Todos los sacerdotes eran conocedores de la enorme simpatía que las tropas, especialmente las osunas, sentían por su matriarca, y eso era peligroso, porque Sejuani los estaba alejando poco a poco del sendero salvaje. Por eso se sentían hoy especialmente incómodos ante una disensión sobre la estrategia a seguir entre ellos y la matriarca que ahora los gobernaba a todos. Varios osunos habían dejado de venerar a Volibear y en su lugar estaban venerando a Sejuani, como si de una diosa se tratara y eso podía ser peligroso. Podía mermar las costumbres de los cambia pieles y los ursinos.
Por otro lado las líderes piel marcada de Sejuani insistían en la ruta más larga y lenta para alcanzar a las turmas de la Guardia de Hielo; sin embargo, la matriarca no compartía esa visión de las cosas. Miraba en silencio los mapas hasta que en su cabeza todo quedó claro. Sólo entonces se manifestó con contundencia.
—Iremos en línea recta por aquí —señaló la región del río Feuh. Los chamanes ursinos sacudían las cabezas en clara oposición—. Lo sé —continuó Sejuani contrariada y molesta—, sé que toda esta región ha sido inundada este invierno por el río que aquí llaman Feuh, pero es la ruta más rápida y la única no vigilada por la Guardia de hielo, y además me han llegado informes de extraños forasteros que han llegado a la región y lo último que quiero es cruzarme con esos forasteros. —Aparto su mirada del mapa y asintió en silencio, luego miro al sacerdote ursino que lo miraba con reproche, sin embargo, continuo. — Los exploradores confirman este punto y eso es lo esencial. No quiero tener una batalla de desgaste contra forasteros y tribus que son ajenas al Freljord. En cuatro días podemos estar en Etonia, por sorpresa, sin que hayan controlado nuestros movimientos y comenzar el saqueo de la región. Tenemos que conseguir esquivar al Draklorn que vino a nuestro encuentro. Ésa es nuestra mejor baza. Si dejamos que los dos Draklorn que la ciudadela del hielo ha enviado se unan, será difícil nuestra victoria. El menosprecio que sentían ante nuestro ejército en el Rio Bruhkvar ya no es un arma que podamos volver a utilizar. Es mejor adentrarnos en terrenos inundados que transitar por caminos secos, más largos y controlados por la Guardia de hielo para luego encontrarnos con un agolpamiento de todas las Turmas de la Guardia Helada. Y esto no es una consulta. Es una orden.
Sejuani se alzó. Dobló los mapas y salió al exterior. Sus jurasangre no se atrevieron a oponerse y en pocos minutos sus instrucciones estaban siendo difundidas a todos los grupos de su poderoso ejército expedicionario.
Al principio la marcha fue sobre terreno seco y sin problemas más allá de las muchas horas de caminar sin detenerse apenas, la nevada constante de aquellos días y la fatiga propia de aquellos esfuerzos. No obstante, a medida que avanzaban hacia el sur la tierra comenzó a pasar de estar húmeda por el agua nieve y luego a transformarse poco a poco en fango y, luego, del barro se tornó en un pantano denso, de aguas espesas, pegajosas. Los osunos e hijos de la tormenta hundían sus pies primero hasta los tobillos y luego hasta las rodillas. Sejuani encabezaba el ejército, hundiendo sus propias piernas en aquella agua estancada varios días después de las grandes avenidas por el paso del Feuh, pero no cejaba en su determinación. Así pasó el primer día, con fatiga, lluvia y aguas pantanosas. Aquello era sólo el principio de un nuevo calvario. Lo peor estaba por venir: anochecía, pero no se adivinaba en el horizonte ningún lugar que estuviera lo suficientemente seco y firme donde poder establecer un campamento. En la última hora del atardecer, Sejuani se restregó los ojos con sus manos empapadas de aquella agua maloliente y pesada. No había ningún lugar a la vista donde establecer un cuartel provisional. Y no había tiempo para retroceder. Sus guías ligures le confirmaron que el terreno seguía igual durante decenas y decenas de kilómetros. La matriarca volvió a restregarse los ojos. Sentía un picor peculiar que le hacía sentirse incómoda. Al final ordeno detenerse y descansar.